Si hay que poner una fecha fundamental sería la de su nacimiento, el 23 de marzo de 1927. Faltan manos para contar con los dedos los 97 añazos que cumplió hace pocas semanas Pedro García Muriel, mi amigo y compañero en la policía municipal.
Este hombre, jubilado de la Policía Local de Cádiz, tiene ahora la mitad de años que ese cuerpo policial, que festejaba su 188 aniversario este 10 de mayo. Así se unen dos efemérides probables: la de Cádiz es la policía municipal más antigua y Pedro puede ser el policía local jubilado de mayor edad en España.
Vivió de pequeño en la calle Cervantes y ya zagal se puso a trabajar en La Colonial, en Sagasta con San Pedro. Pasó por distintos oficios hasta conseguir plaza en propiedad en la Policía Municipal de Cádiz. Ahí se convirtió en una pesona muy querida dentro del cuerpo tanto en sus años de servicio como en su retiro.
Durante su tiempo de actividad le fueron concedidos dos reconocimientos: uno por buen compañerismo y otro por asistencia al trabajo. Era de los tenía que estar con la cabeza debajo del brazo para dejar de cumplir sus obligaciones.
Le tocó al principio -como a todos en aquella época- pisar las calles en turnos de ocho horas que se hacían en solitario, no en parejas. Esas rondas o guardias se realizaban en una demarcación concreta, en uno de los muchos puntos fijos que había.
Uno de ellos era la confluencia de las calles San Francisco y Columela. Otro, muy cercano, la plaza del Palillero.
Cuenta Pedro que un día, de servicio por la zona de de San Juan de Dios, apareció en la calzada una persona que había fallecido de forma natural. En aquella época no había furgones funerarios y el guardia tenía que resolver la papeleta.
Había que solventar la situación de forma respetuosa para el finado, rápidamente para evitar el tumulto de personas. La normativa interna de aquel tiempo establecía que era preciso buscar una camilla y a cuatro personas, ciudadanos, peatones, para llevar a pulso el cadáver.
A Pedro no le quedó otra que echar mano de los primeros que pudo ver, de los que estaban en los bares cercanos, quizás ya algo alegres. Pudo encontrar a tres. El cuarto no aparecía y la camilla se quedaba coja.
Vio a un joven parado en la misma plaza y le indicó que tenía que ayudar en el servicio. El chaval respondió que no podía, que estaba esperando a su novia. Cuando aparece la chica, ve a su novio cargando con la camilla. Le pregunta qué hace. El voluntario forzoso le responde que le diga al guardia, al que se lo ha pedido.
El camino hasta el antiguo cementerio de San José no fue corto. Una vez terminado el servicio, el policía municipal, Pedro, empezó a tomar los datos de las personas que ayudaron en el luctuoso transporte.
Tras dar sus nombres podrían pasar por el Ayuntamiento de Cádiz para que les pagaran por el servicio prestado. Cuando el turno de preguntas llegó al joven de la novia, el chico respondió: "Mire, señor guardia, yo no quiero ni una peseta. Lo que quería era estar con mi novia que para eso la esperaba".
Así se marchó aquel veinteañero. Digno, enfadado y sin dinero.
Pedro siempre ha dejado huella en todos como compañero, como amigo. Es de esas personas de conversación serena y agradable con las que da gusto hablar, con las que cualquier charla se hace corta.