Mientras la parroquia de la Virgen de La Palma celebraba su misa ritual, apenas a 20 metros, ese miércoles festivo, en la calle del mismo nombre, un guía turístico declamaba ante unos 15 visitantes. "Hasta aquí, Madre Mía". Los forasteros coreaban con pequeños sonidos de asombro, como niños que vieran títeres.
Con tono propio de Lawrence Olivier, hasta clavando una rodilla en el suelo, como un conquistador al llegar a la tierra prometida, el divulgador de pago hace como si clavara algo grande y pesado en el suelo. "Y el agua no tocó ni siquiera la base de esta cruz. Inmediatamente, empezó a retroceder".
Con esa representación teatral recreaba el episodio legendario que, al mismo tiempo, recordaba la ceremonia católica en el templo: el presunto milagro del 1 de noviembre de 1755. El maremoto de Lisboa destruyó ese día la capital portuguesa con un desastre de proporciones apocalípticas. Millones de muertos, sobre todo en territorio luso.
La onda expansiva del movimiento sísmico más violento sufrido nunca por la Península Ibérica (pese a tener su origen a cientos de kilómetros, Océano Atlántico adentro) fue tan terrible que arrasó todo el litoral del Algarve, Huelva y Cádiz, de Sanlúcar a Tarifa.
La celebración de cada primero de noviembre parte de un concepto muy optimista: la salida de la cruz desde la iglesia de la calle central del barrio de La Viña evitó un desastre mayor. Eso que ni siquiera se sabe cuantos cientos de personas fallecieron en la provincia. La violencia de las olas gigantes incluso llegó a modificar el trazado de la costa de Cádiz para siempre, segun un estudio de la Cátedra de Historia de la Universidad de Cádiz, publicado en 2017.
A pesar del tamaño de la desgracia, la archicofradía de La Palma y muchos creyentes entienden que el drama pudo ser mayor. Si no lo fue, sostienen, se debe a la intercesión divina. Según los documentos eclesiásticos de la época, el agua salada empezó a retirarse nada más ver la cruz que sacaron unos religiosos. El mar desmandado, cuentan, ni llegó a tocarla.
"Hoy en día no habría problema, el maremoto no llegaría ni al principio de la calle porque no podría con tantas mesas y sillas, lo frenarían todas las terrazas estas", señala entre risas Agustín Carmona, un veterano viñero que asiste desde lejos al llenazo en la parroquia.
Los sonidos del coro de La Viña que salen del templo confirman que el barrio vive uno de sus días grandes. Algunos cofrades, con riguroso traje y medalla, se mezclan con los turistas, riguroso pantalón corto, llamados por la curiosidad y la extrañeza.
El alcalde de Cádiz, Bruno García de León; la delegada de la Junta de Andalucía en la provincia, Mercedes Colombo y la presidenta de la Autoridad Portuaria, hablando de asuntos marítimos, representaron a las instituciones, con el obispo de Cádiz y Ceuta, Rafael Zornoza, como máximo representante eclesiástico.
La misa de agradecimiento ante el presunto prodigio es el remate a la novena a la Virgen durante varios días, al besamanos a la imagen y al rosario cantado unas horas antes junto la muralla caletera que el mar saltó para no ir muy lejos.
Párroco, director espiritual de la cofradía y hermano mayor, con una reproducción del célebre crucifijo prodigioso, dirigieron la comitiva matinal y la procesión vespertina. Junto a ellos, ya en el cortejo por la tarde, cientos de viñeros y paseantes casuales. Todo permitido por una gran jornada de sol.
Pocas versiones disponibles
Unos y otros recordaban así el supuesto episodio histórico que sólo tiene una fuente de discutible objetividad y comprometido rigor. Es la crónica del secretario de la Archicofradía de la Palma hace 268 años. No hay más versión que la católica, ningún informe oficial o científico de la época.
Así que la historia oficial dice que los sacerdotes Fray Bernardo de Cádiz y Francisco Macías salieron a la calle acompañados por varias personas. «Llegando ya casi a mojarse los pies, y dando el último, el padre Macías, con la vara del guión en el suelo, dijo en voz alta: ¡hasta aquí Madre mía!». Ya lo decía el guía turístico. Y hasta ahí llegó. Ni un centímetro más.
El resto es fábula, encanto. Leyenda impresa. Indiscutida. La Virgen de la Palma frenó el maremoto y lo que podía haber sido una enorme tragedia. Eso dice la Iglesia, porque los pocos números disponibles afirman que lo fue igualmente.
Pero quién quiere nada parecido a la realidad cuando tiene prodigios que provocan murmullos de admiración en los turistas, que abren los ojos y la boca de niños y mayores.