“Solo hay dos certezas absolutas sobre los campesinos: de su trabajo procedía todo el sustento y siempre sufrieron el despotismo del poder”. Antonio Muñoz Molina.
Como escriben Mónica G. Prieto y Javier Espinosa en su capítulo dedicado al reporterismo en zonas de conflicto armado que incluye Cada mesa, un Vietnam, “las guerras no comienzan de un día para otro, sino que son el resultado de años de gestación, de errores acumulativos y odios archivados”. Aquellos lúgubres días de enero de 1933 en los que se libró una guerra en el pueblo gaditano de Casas Viejas no fueron casuales. Tampoco fue casualidad que el balance de aquellas jornadas a sangre y fuego se saldara con derrota colectiva. La insurrección campesina, que arrancó en la madrugada del 11 de enero con el asalto al cuartel de la Guardia Civil, y la posterior respuesta de las fuerzas del orden, que concluyó un día más tarde con el incendio de la choza del carbonero Francisco Cruz Gutiérrez, Seisdedos, dejó un reguero de muertos (28 en total) y un bochornoso fracaso colectivo. Por eso todavía hoy en Benalup-Casas Viejas (hasta hace veinte años se llamó Benalup de Medina) muchos siguen sin querer hablar de lo que ocurrió o directamente apenas conocen aquel oscuro episodio que conmocionó a la opinión pública del país.
Curiosamente, dos de los vecinos casaviejeños que más han hecho en este tiempo por reconstruir, encontrarles explicación y poner nombre y voz a los protagonistas, directos o indirectos, de aquellos aciagos sucesos vividos en el pueblo hace ahora 86 años, han sido un historiador norteamericano, Jerome R. Mintz, El Americano, y un profesor de Historia granadino al que un concurso de traslados le llevó hace 25 años al instituto del pueblo, Salustiano Gutiérrez Baena. Como si hubiese recogido un testigo de Mintz, que desempeñó su investigación en los años 60 y 70 del siglo pasado y quedó tan maravillado por Casas Viejas y su gente que acabó sus días dando clases en la universidad de Indiana con una gorra de jornalero, el docente lleva décadas profundizando en la historia; recogiendo información de toda índole; entrevistando a los protagonistas, a los testigos, a los familiares de todos estos; verificando y cruzando fuentes documentales. Años de análisis y trabajo de campo que culminan ahora (o no) en un monumental ensayo, "desde dentro", que ha titulado Los Sucesos de Casas Viejas - Crónica de una derrota (Editorial Beceuve; agotada la primera edición).
"Aún hay miedo y tabú, pero poquito a poco, y gracias a la cultura, a la educación en el instituto, se han conseguido muchas cosas"
Una forma de dar voz a los protagonistas de aquel episodio ominoso y una manera de acabar definitivamente con el silencio que lo ha rodeado. "Siempre digo —explica Gutiérrez Baena en conversación con este medio— que este pueblo tiene una contradicción: por un lado, en sus genes, quiere tapar esos hechos porque hubo una represión muy grande, que llevó incluso a quitar el nombre al pueblo; pero por otro lado, no pueden olvidarlo porque es el pasado que tienen y no tienen otro. Poquito a poco, y gracias a la cultura, a la educación en el instituto, se han conseguido muchas cosas. Creo que la celebración de este 85 aniversario, con la recreación en los lugares históricos de los hechos, los debates, la participación de todo el pueblo, demuestra que se va superando, aunque aún queden familias a las que no les gusta hablar de aquello". Aun así, con este libro, Gutiérrez Baena trata de reparar una enorme laguna histórica: "Faltaba historiar la historia social, ponerle cara a los protagonistas de este movimiento social, de aquellos sucesos, pero también a lo que vivieron antes y después. Es un relato basado en hechos reales, basado en las investigaciones que hemos ido haciendo poco a poco".
"Para explicar el levantamiento campesino, el autor parte de los antecedentes, expone los hechos y ahonda más allá de las consecuencias inmediatas. Logra de esta manera construir un relato que trasciende la historia de Benalup-Casas Viejas y ayuda a entender buena parte de los problemas de España desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX", recoge la sinopsis de una cuidada edición que incluye en sus 872 páginas un cuadernillo fotográfico con 104 imágenes, una cronología local-nacional, y sobre todo, 110 semblanzas de personas que tuvieron algo que ver con los sucesos. Nombres propios sobre los que se describe quiénes eran y qué fue de sus vidas tras los hechos, así como información detallada y sistematizada de las víctimas; cómo participaron en el levantamiento y las penas que les impusieron. "Este libro huye de las falsas objetividades, del eruditismo y del academicismo que coge polvo en los anaqueles, para poner el acento en los protagonistas", prologa el también historiador José Luis Gutiérrez Molina, amigo íntimo del autor del ensayo. En el epílogo, el profesor José González Benítez remacha: "Este libro supone un paso adelante, un avance importante. Con sus aportaciones, hoy sabemos más no solo de los sucesos de Casas Viejas, sino del propio Casas Viejas".
"Lo que más me sigue llamando la atención es cómo muchas familias, y descendientes, no conocían los antepasados de su familia"
Desde luego, no ha sido fácil recopilar tanto caudal de información de primera mano. Cuando llegó hace 25 años a Casas Viejas, el historiador granadino encontró un panorama "un poquito desolador". "Todavía existía, y sigue existiendo, un poco de miedo y tabú, porque es un tema un poco complicado, pero fui estudiando el tema; todos los años hacemos una exposición en el instituto con trabajos de los alumnos y el asunto más recurrente siempre es el de los sucesos... Llega un momento en el que tienes tanta información que el libro casi salió solo porque la información se fue acumulando y acumulando". En todo este trabajo, cuenta, "lo que más me sigue llamando la atención es cómo muchas familias, y descendientes, no conocían los antepasados de su familia. Nietos que no sabían nada del pasado anarquista de sus abuelos o del papel que tuvieron en la Guerra Civil. Lo han ido descubriendo a través de los sumarios que han ido apareciendo, y eso en este trabajo es reconfortante".
La derrota que recoge el subtítulo no es solo por los sucesos sino por lo que pasó antes y también por lo que pasó después. "Quizás los más conocidos fueron los miembros de la familia Cruz pero hay muchos más protagonistas que no se conocían y que poco a poco se van conociendo". Todos son protagonistas de una historia en la que el caldo de cultivo es el gran subdesarrollo existente y la gran dependencia política con Medina, donde sin ir más lejos el Duque de Medinaceli mantiene 33.000 hectáreas ociosas mientras los campesinos apenas tienen sustento que llevar a sus casas. "El pueblo está marginado y aislado; se unen entre los latifundios la extensión de la ideología anarquista, la extensión del analfabetismo, las injusticias sociales y todo eso es una bomba que explota", comenta el profesor.
En las crónicas recogidas en Viaje a la aldea del crimen —recientemente reeditado por Libros del Asteroide—, Ramón J. Sender escribe: "En Andalucía, las autoridades republicanas burguesas están al servicio de los viejos señores y son sus fieles esclavos. Antes de venir a Casas Viejas me parecía absurda esa leyenda de los salteadores humanitarios. Hoy lo considero un fenómeno obligado. El levantamiento anarquista es una necesidad. La República lo ha hecho inevitable con su inacción". Después de dos décadas y media de investigación, Salustiano Gutiérrez Baena puede afirmar que aquel episodio "pasó aquí, pero bien pudo haber pasado en otro lado, por eso estudiamos los sucesos como un conjunto que empieza en el XIX y abarca hasta la actualidad. Las diferencias sociales eran enormes, pocos que vivían muy bien y muchos que vivían muy mal, pocos en casas y muchos en chozas, que aquí se mantienen hasta el año 70 del siglo pasado, lo que da una idea del subdesarrollo que había".
Ni la masacre de Casas Viejas fue obra de un psicópata que actuó a espaldas del Gobierno, ni ningún miembro de la Guardia Civil o de la Guardia de Asalto era ajeno a la manga ancha que se había dictado desde el gabinete de Azaña
Aquel episodio infame en una aldea remota al Sur de España ha pasado a la historia española reciente como el artefacto que dinamitó al Gobierno de izquierdas de la II República, cercado desde el minuto uno por detractores monárquicos y derechistas, e incluso tiroteado por el fuego amigo de los primeros desencantados. No hay certeza que garantice que el presidente Azaña profiriese aquella cruel exclamación de “¡tiros a la barriga!” para frenar en seco a todo anarquista insurgente en Casas Viejas, un pueblito de La Janda gaditana que entonces contaba unos 2.000 habitantes.
En cambio, en sus Cuadernos robados, los diarios de 1932 y 1933, el dirigente niega que ordenase matar o que conociese los asesinatos al comparecer para defender la actuación de las fuerzas del orden. Muchos historiadores coinciden en que, obviamente, ni la masacre de Casas Viejas fue obra de un psicópata que actuó a espaldas del Gobierno, ni ningún miembro de la Guardia Civil o de la Guardia de Asalto era ajeno a la manga ancha que se había dictado desde el gabinete de Azaña para reprimir la revuelta campesina.
Las acusaciones contra las autoridades de Madrid, un arma arrojadiza ideal para los antirrepublicanos que luego exprimió el relato golpista, acabaron en un juicio, que centró la atención de toda España, en el que las responsabilidades se depuraron exclusivamente en el capitán de la Guardia de Asalto, Manuel Rojas, encargado de restablecer el orden en Casas Viejas. Para pedir su absolución y, de camino, reventar la República, se limitó a repetir un relato alucinado y lleno de contradicciones, según recogen las investigaciones, para derivar la sangrienta factura de su paso por Cádiz al Gobierno de la Nación. Finalmente, fue condenado a 98 años de prisión —de los que debía cumplir 21 por límite legal— por el asesinato de 14 personas, “diez de ellas esposadas, cuatro inermes y todas ellas impotentes ante un pelotón de hombres armados”. Apenas dos años después ya estaba libre. Las calles de Casas Viejas, esas que durante 48 horas se llenaron de campesinos que soñaron con poseer la tierra, seguían oliendo a sangre. Las víctimas y las causas que desembocaron en ese estallido libertario ya parecían lo de menos.