En 1930, Aníbal González terminó la construcción de la estación de trenes de Jerez, edificio protegido a día de hoy y cuyo diseño, uno de los más destacados de España, pretendía estar en sintonía con la movilización urbanística que supuso la Expo de 1929 de Sevilla.
Al mismo tiempo, González Byass encargaba a este prestigioso arquitecto, con otro trabajo en la ciudad como el conocido edificio del Gallo Azul —aunque está en cuestión esa autoría, según los especialistas—, la construcción de un pequeño tabanco o quiosco con el nombre de la bodega, aledaño a la misma estación y del mismo estilo: regionalismo andaluz.
Allí se bebían y se vendían los productos de esta firma bodeguera. Más tarde, a finales de la década de los 40 del siglo pasado, la marca decidió dejar el negocio y lo arrendó a un particular. Al igual que la estación, este bar tiene una protección arquitectónica. Desde 1972 pasó a llamarse bar El Pequeñito, detrás de cuya barra sigue al frente Fernando Antonio Alfonso Fernández, artífice de lo que hoy es este rincón.
Un establecimiento que, en sus hechuras y contenidos, sabe a Jerez. 44 años dedicados a este negocio que permanece abierto unas doce horas, desde las 6 de la mañana hasta las 6 de la tarde: "Antes estaba abierto más horas, hasta la noche, pero también uno está ya cansado y busca más alivio en un trabajo que es muy pensionado”, cuenta Fernando a lavozdelsur.es. Un hostelero que se sabe poseedor de un establecimiento con mucha historia.
En El Pequeñito, de tres plantas, tuvo su sede, en el sótano, cuyo acceso da al puente que tiene en su parte trasera, el club de fútbol del Soberano; después de instaló una ferretería, hubo un ‘tapadillo’ y arriba, en la terraza, se convocaban peleas de gallos, un reñidero que a veces se montaba donde hoy está la terraza, en la calle: “Todo esto lo he vivido; eran otros tiempos”, concluye. Es inevitable que un edificio del valor arquitectónico como este tenga la vertiente de su mantenimiento. El propietario acaba de arreglar el tejadillo y otras zonas que estaban algo delicadas. Sabe que tiene en sus manos una construcción notable pese a su tamaño.
En su interior, unos 30 metros cuadrados, reluce una rica azulejería, el ladrillo rosado, rejas y algún adorno de la época. Esta es la zona útil del establecimiento. No hace falta más. Su clientela es fiel y más aún a la carne mechada que él mismo prepara junto a una gastronomía totalmente casera, “la que aprendí de mi madre, que falleció el pasado año con 99 años y medio. De ella, y echa por ella muchas veces, no ha faltado y no falta la berza jerezana, el menudo, las tagarninas, la carrillada y la carne mechada, que es nuestra estrella”, subraya el responsable del bar.
Observar esta oferta gastronómica es como echar la mirada atrás: la cocina de toda la vida de Jerez. Y ese es su éxito, “aquí y en muchos sitios; desde Madrid y el norte de España paran muchos clientes que vienen en tren para sus asuntos, pasando antes por el bar”. Incluso uno de esos clientes de ‘afuera’ le lanzó el reto de montar una ‘sucursal’ en Madrid: “Te puedes forrar”, le aseguró.
Clientes fieles hasta en comentarios de TripAdvisor
“Comí con mis dos hijas pequeñas y nunca vi a mi hija comer mejor las carrilleras. Estaban exquisitas. Desde luego en el siguiente viaje a Jerez volveremos a pasarnos por aquí”; "Sales de la estación y te encuentras una pequeña terraza sombreada, donde poderte refrescar de la canícula y charlar con Fernando, un jerezano de pura cepa”; “Como siempre que tenemos que tomar el tren en hora cercana a la de comer, paramos y comemos aquí... una tapa de ensaladilla y un plato de menudo”. Estas son algunas de las opiniones de las muchas que clientes ocasionales, ahora fijos, han dejado en buscadores de prestigio como Tripadvisor. Tener cuatro o cinco estrellas en estos espacios virtuales no es gratuito.
Es el resultado de más de 40 años al pie del cañón y con ganas de ser hostelero: “Aprendí de mi madre y de mi suegra la cocina de aquí; es la misma que seguimos ofreciendo”: Todo con un secreto: “Amar y querer esta profesión, pese a lo sacrificada que es”.
A Fernando le gusta hablar con sus cliente, los habituales y los ocasionales. Tiene ‘parlamento’ para todo y para todos. Tiene una conversación amable, como es su propio carácter. “Este sitio es buenísimo, hay mucho paso de gente no solo los que van y vienen de la estación. Llevo aquí casi toda mi vida”. Reconoce que tiene ganas de “coger vuelo”, es decir, jubilarse. Aún le quedan algunos años, pero pocos. “Esto es muy sacrificado; estoy bajando la guardia, cuando cumplí los 60 reduje el horario de apertura”. Su idea es venderlo, ya que de arrendatario pasó a propietario hace unos 20 años, y ya va tocando descansar. Se vanagloria de no haber tenido ‘bajones’ en el negocio: "Solo por las temporadas, no es lo mismo el verano que el invierno; la terraza es fundamental. En general me ha ido y me va bien".
A la sombra de un gran platanero, con la terraza llena por los parroquianos de tertulia con el café de la mañana; otros tomando el desayuno mirando el reloj por la hora que sale el tren. Taxis dirigiéndose o saliendo de la parada, autobuses de la cercana parada e intuyéndose el sonido de los altavoces de la estación anunciando salidas y llegadas. Así transcurre el tiempo en El Pequeñito y para el propio Fernando que se enorgullece del “carisma que hemos conseguido” en todas estas décadas ininterrumpidas.