La planta de Las Calandrias es un vasto espacio ubicado en el suroeste del término municipal de Jerez, a un paso ya de Doña Blanca, y a otro de la barriada rural de El Portal. Es una fábrica escondida entre las carreteras secundarias, por donde pasan decenas y decenas de camiones cargados de residuos, tanto orgánicos como del contenedor amarillo.
El proceso empieza con la entrada de camiones en plataformas para conocer el peso. Posteriormente, se dividen entre las cargas de contenedor amarillo y de fracción resto, puesto que existen vehículos que llevan dos compartimentos diferentes en la recogida, aunque la mayoría consiste en flotas que se dedica en exclusiva a uno de los dos tipos de basuras.
La siguiente parada es pasar desde un enorme foso hacia las cintas de tratado con un enorme gancho controlado al estilo de una grúa, o, valga como símil, con uno de esos juegos de la Feria para cazar juguetitos. Un trabajo que contemplan las gaviotas, que, como en todo lugar donde existen residuos cerca de una zona costera, son habitantes del entorno sin más solución que respetar su presencia y convivir.
Antes de llegar a las líneas de selección, dos enormes trómeles van realizando un proceso para romper las bolsas y realizar un primer separado, descompactando el residuo. Estos trómeles son enormes cilindros agujereados que giran constantemente, y en los que la basura entra como si en una lavadora se tratara. Su misión, separar la parte orgánica del resto de los elementos que hay en la fracción resto.
En estas líneas se ven todo tipo de cosas. El momento más fuerte del año, de mayor cantidad de residuos, es la fiesta de Navidad y enero, por eso del aumento del consumo, aunque es cierto que el entorno, municipios de costa que también reciclan en Las Calandrias, duplican su población en verano y eso se nota.
En este punto, en esos trómeles, se lleva a cabo una primera separación que consigue recuperar gran cantidad de materia orgánica, que pasa a la línea de compostaje. El resto de los residuos pasan a las cintas de selección, en las que se hace la recuperación manual de los residuos reciclables.
Esta parte puramente orgánica se envía a un proceso de tratamiento, en el que se generara un compost que se puede usar como enmiendas agrícolas, mejorando la calidad de los campos de cultivo.
Por otro lado, el resto de los residuos pasan a las líneas de triaje, en las que se recicla todo lo que sigue teniendo utilidad. Por ejemplo, las botellas de lejía sí pueden salvarse como plásticos PEAD, polietileno de alta densidad, para posteriores reciclajes. También son un elemento diferenciado los envases de leche, que son multicapas de cartón, aluminio y plástico. Estas fracciones, que deberían ir en la línea amarilla, se extraen de la fracción resto.
Desgraciadamente, a diario se comprueba cómo en las bolsas de basura se depositan estos residuos que pueden ser reciclados, como vidrio, latas o botellas de plástico, o incluso otros que podrían tener una segunda vida, como juguetes que se podrían donar a asociaciones que saben darle un buen uso.
Todos estos elementos, al estar mezclados con elementos no reciclables, hacen que el trabajo de separación se complique. Esta falta de conciencia medioambiental dificulta la labor que la UTE hace en la planta, hasta el punto de que parte de estos materiales terminan con las fracciones no aprovechables en el vertedero de cola, depósito controlado donde terminan aquellos residuos que no se pueden recuperar.
Las buenas prácticas permiten la sostenibilidad del planeta y el efecto, que parece ínfimo en un hogar que no está concienciado, es un acto en realidad con una enorme huella. La Unión Europea ha estudiado la situación y sitúa que cada ciudadano español, de media, generó en 2017 casi 500 kilos de basura. Si dos bolsas de basura pesan, piensa en cuánto pesan las que llevas a final de año. A eso se suma que en esa cifra se incluyen lo que generan de forma proporcional los comercios a los que acudimos o lo que se genera en puestos de trabajo.
Mientras tanto, Las Calandrias seguirá trabajando para que pueda aprovecharse el máximo del desecho posible. Una labor de muchas decenas de personas, desde técnicos hasta empleados que recorren las calles hasta las personas en las cintas de selección. Una fábrica donde el material que entra es lo que los ciudadanos ya no quieren, y que es clave para que el planeta siga respirando en este siglo de emergencia climática.