El autor confeso de asesinar a su mujer, Raquel Barrera, describe con frialdad cómo acabó con la vida de su pareja en la primera jornada del juicio.
- “Policía Local, dígame.”
- “Buenas noches. Creo que acabo de matar a mi mujer”.
Pasaban treinta minutos de la una de la tarde cuando tribunal, abogados, jurado, público y prensa escuchaban, atentos, la sobrecogedora grabación de la llamada que José Antonio Cantalapiedra hizo al 092 la madrugada del 6 de abril de 2014. Acababa de asestarle dos puñaladas mortales a su mujer, Raquel Barrera, en el corazón y en un pulmón, en la cocina de su domicilio. Con una sangre fría pasmosa, Cantalapiedra tuvo que repetir lo que había hecho ante la incredulidad del funcionario que atendió su llamada. “Creo que la he matado, está bañada en sangre. No es ninguna broma, ¿vale?”. El audio apenas duró un minuto, pero terminó de dejar con el cuerpo cortado a los presentes, que minutos antes habían escuchado, en boca del procesado, una detallada descripción de cómo había matado a su mujer “por amor”. Era la primera vez que lo hacía, ya que ni en Comisaría ni en Instrucción había abierto la boca.
Cantalapiedra, en prisión desde el mismo día que cometió el crimen, llegó al juzgado ataviado con una camisa blanca, pantalones beige y zapatos de sport. Por su apariencia, de entre el público se escucha el típico comentario de “no parece que…”. Y la verdad es que podría pasar por un buen vecino de Garganta de Buitreras, la calle donde vivía junto a Raquel. Esa, al menos, era la impresión que tenían de él en el barrio, según relataron a este medio sus propios vecinos días atrás. Raquel nunca lo había denunciado por malos tratos. Hasta ese fatídico día no parece que hubiera habido algo más allá de alguna discusión entre ambos a cuenta de los contactos que su esposa había empezado a mantener, a través de una red social, con una tercera persona que había conocido. Llamó la atención que José Antonio recordara perfectamente ese día. Un 18 de febrero de 2014. Desde entonces, afirmó a preguntas de la fiscal de género, María Gala, que Raquel se pasaba el día con el móvil encima. “Estaba obsesionada, algo fuera de lo normal”, declaró. Minutos antes, su abogado, Alfredo Velloso, llegó a decirle a los miembros del jurado que un mal uso de las redes sociales “puede suponer la ruina de una familia” e incluso afirmó que su defendido consideraba que “todo lo que venía de Facebook era demoníaco”.
Fuera a cuenta de conocer a esa tercera persona o no, lo cierto es que Raquel, casada con José Antonio desde septiembre de 1990, empezaba a tener dudas de seguir manteniendo un matrimonio que su pareja consideraba que tenía que ser “hasta la muerte”. Se lo dejó caer varias veces en algunas conversaciones e incluso salió a relucir en alguna cena con amigos que le hicieron llorar, según comentó durante el interrogatorio. “Me parecía bastante sorprendente que no quisiera seguir conmigo”.
El 5 de abril de 2014, sábado, Raquel y José Antonio salen de casa para comer en la calle, como solían hacer habitualmente todos los fines de semana. Almorzaron solos y así estuvieron hasta las diez de la noche, cuando se incorporaron amigos, familiares y los padres de ella, con quien mantenía una “fantástica” relación y quiénes lo consideraban un hijo más. El día fue largo, comieron y bebieron mucho, “vino, cerveza y copas largas”, concretó el procesado. Sobre las dos de la mañana la pareja tomó un taxi que los condujo a casa. Raquel se quedó en la cocina fumando un cigarrillo, aprovechando también para cargar su móvil, que se había quedado sin batería durante la tarde. Su marido subió al dormitorio, se cambió y se acostó en compañía de la perra de ambos, que solía dormir con ellos en su dormitorio. Explicó entonces Cantalapiedra que en un momento dado lo despertó el animal y fue cuando se dio cuenta de que Raquel no se había acostado. Bajó y vio que no estaba en el sofá del salón, sino en la cocina, sentada en un taburete consultando el móvil. “Entré y me puse junto a ella y vi que estaba chateando. Pasé de largo y me senté. Le pregunté si estaba hablando con alguien y me dejó dubitativo. Me preguntó entonces si quería ver lo que estaba hablando. Estiró el brazo y me enseñó el móvil dos segundos, luego lo retiró y resopló. Puso el móvil en la encimera y hubo un momento de silencio. Le pregunté qué pasaba y que estaba mucho tiempo con el móvil. Me dijo que no podía dejarlo –el móvil-. Me levanté como un resorte. Me entró como fuego por el cuerpo”.
“He matado a la persona que más quería, a la madre de mi hijo"
Tras esa charla, José Antonio afirma que tomó un cuchillo, salió de la cocina y junto a la escalera se puso de rodillas e intentó clavárselo. “Como el harakiri”, afinaría después su descripción a preguntas de la acusación particular. Sin embargo, y aunque afirma que llegó a hacerse sangre, no tuvo el valor de quitarse la vida. En ese momento, dice que su mujer le reprochó lo que estaba haciendo. “No hagas tonterías”, afirma que le dijo. Entonces regresó a la cocina. “La agarré por el cuello, apoyé el cuchillo en su pecho izquierdo y lo presioné”. Sorprendentemente, según él, Raquel no hizo nada por evitar esta primera agresión. “Fue todo muy rápido. Ella retrocedió y en ese momento volví a agredirla. Ahí ya había intentado poner una mano delante. Siguió caminando hasta el final de la cocina. Se apoyó sobre la puerta del fondo y se puso muy blanca, como si le faltara la respiración. Se fue a caer, la agarré y la dejé sobre el suelo”. Cantalapiedra asegura entonces que Raquel empezó a sangrar abundantemente por la espalda, contradictoriamente a lo que había relatado momentos antes, cuando aseguró que la hirió en el pecho. Este hecho es importante porque tanto la fiscalía como las acusaciones defienden que la atacó por detrás. Después de esto, José Antonio llamó a la Policía y luego se provocó otros cortes en los brazos que le atendieron los servicios sanitarios que acudieron al domicilio.
Tras el interrogatorio de la fiscal entró en escena un elemento que en principio parecía secundario pero que puede ser relevante. Manuel Hortas, abogado del hijo del matrimonio, que ejerce de manera separada a sus abuelos la acusación particular, le preguntó a José Antonio dónde había estado la perra durante toda la discusión y la agresión. El procesado afirma que el animal, “de unos 50 kilos”, llegó a la cocina cuando Raquel ya yacía en el suelo para acostarse en una cesta que tenía dispuesta allí de manera habitual. Tanto a Hortas como al abogado de los padres de Raquel y al de la Junta de Andalucía, que ejerce la acusación popular, les extrañó que, debido a las reducidas dimensiones de la cocina y a la cantidad de sangre que afirmó José Antonio que había, no hubiera huellas de la perra. En este sentido, este hecho también podría ser determinante, ya que las acusaciones quieren demostrar que la agresión se produjo de manera sorpresiva y que su presencia podría haber llamado la atención de Raquel, por lo que entienden que el can estuvo encerrado en el dormitorio.
El interrogatorio de Cantalapiedra finalizó con su abogado preguntándole si se mostraba arrepentido de lo que había hecho. “He matado a la persona que más quería, a la madre de mi hijo. No hay nada más grave que matar a alguien”.
El juicio, que se desarrollará, en principio, hasta el viernes, contará el martes con la declaración de familiares y amigos, mientras que el miércoles declararán, entre otros, el padre de Raquel y el hijo del matrimonio. Hay que recordar que las acusaciones solicitan una pena de 20 años de prisión -18 la Fiscalía- por lo que consideran un delito de asesinato con el agravante de parentesco, mientras que la defensa solicita una condena por un delito de homicidio tras plantear las eximentes completas de arrepentimiento, enajenación mental, arrebato y reparación del daño, además de que estaba bajo los efectos del alcohol.