Camina con su muleta con inusitada agilidad, veloz, como si fuera por una cinta mecánica. Tiene buen aspecto, una ramita de romero y un bolígrafo en el bolsillo de la camisa, y un teléfono móvil de números enormes en la mano. Los parroquianos del centro de día del distrito Sur le requieren para entrar en la siguiente partida de dominó, pero Manuel García, con 74 años, 75 en enero próximo, desecha la invitación y sale a contarnos su historia a pleno sol crujiente de otoño. Sentado en un banco, da sorbitos a una copa de oloroso, "la única que me tomo al día, no vaya a pensar la gente que soy un borracho". Cuenta cómo llegó mal herido de Bornos a Jerez hace 60 años, cómo se ganó el pan, cómo subsiste con poco más de 600 euros de pensión, media docena de hijos y una docena de nietos, cómo perdió hace siete años a su mujer, y cómo esta semana se encontró de casualidad un bolso con dinero, "casi 200 euros", y medicamentos. Decidió devolvérselo a su legítima propietaria. "Yo me corto el brazo y el dinero se devuelve. Esto no lo sabe ni mi familia". En la época siniestra de los ERE, Rato, Bárcenas y compañía lo suyo suena casi a acto de heroicidad.
Manuel vive en Los Albarizones, un pequeño núcleo rural jerezano próximo a la Cartuja y a la ribera del Guadalete. Hay quien va a verle como si fuera un santo, un curandero, un vidente... en busca de sus conjuros y plantas medicinales curativas. "Tengo dones pero no cobro por nada. Esa videncia no se castiga", proclama. "Soy pintor, decorador y hierbero", añade. Pero sobre todo Manuel es pura bondad. Salió con su coche a por pimientos para aliñar aceitunas, algo típico en estas fechas, y se encontró en la avenida de Arcos el bolso de María Yuste, una pensionista jerezana que en estos tiempos lamentó la pérdida como quien pierde una enorme fortuna. Todo dinero que entra en la gran mayoría de los hogares españoles es poco o nada para tantos gastos y cargas familiares.
"Solo he visto a esa mujer por la foto del carné de identidad, pero hablé con ella por teléfono y me dio muchas veces las gracias"
"No le puse mucho interés. Hasta el día siguiente no me acordé porque dejé el bolso en el maletero del coche. Vi que tenía ese dinero y medicinas, que cuando las vi, de una mujer tan mayor, ya me descompuse. Mi conciencia me dijo: Manuel, esto hay que devolverlo. No puedo dormir con esto". Acto seguido, recurrió a su amigo Paco Méndez, periodista de Canal Sur, para que le acercase a comisaría; "encontraron el número de su hermana, hicieron las gestiones y se lo devolvió". "Solo he visto a esa mujer por la foto del carné de identidad, pero hablé con ella por teléfono y me dijo llorando que ya quedaríamos, dándome muchas veces las gracias. Yo le dije que Dios es muy grande, reparte dones para todo el mundo y yo no quiero nada que no sea mío. Tengo mi conciencia muy tranquila".
Cuenta otra vez la historia, casi milagrosa en estos tiempos que corren de necesidad, egoísmo y corrupción pudriéndolo todo. Serrano, Manuel García es natural de Bornos pero la patada de un caballo -literal- le trajo al Sanatorio de Santa Rosalía, en Jerez, hace 60 años. "Estuve ingresado cerca de 5 años; me partió la cadera, el fémur, se me gangrenó la pierna y me salió por la punta de los pies y por ahí me escapé. Me curó el doctor Girón Segura, que era primo segundo de mi abuelo, y por eso entré yo allí de cabeza". Con 67 aranzadas de tierra propiedad de su abuelo, Manuel empezó a los doce años a cultivar a mano maíz y algodón, pero ya recuperado del accidente se dedicó durante unas tres décadas a la brocha gorda. "Soy pintor con título de oficial de primera. Aprendí en la calle Francos, y he trabajado para Basilio Iglesias, Antonio Román, me fui a Barcelona... Todo eso he ido yo pisando".
En ese tiempo nunca abandonó sus hierbas y plantas medicinales. "Mi gente las conocía y yo también aprendí. Aquí hay plantas maravillosas", dice mientras corta una rama de romero. "Éste es azul, tiene muchas propiedades, al romero hay que acariciarlo". Su gran secreto es la hierba de Paco, "que cura el azúcar y el colesterol, ligándola con otras. Hay gente local buscándola pero no la doy a conocer porque la van a eliminar y no me da la gana". Hasta hace unos meses era habitual verle en el mercadillo de los lunes en Hijuela de las Coles a cargo de su puestecito de plantas aromáticas y medicinales. "He estado hasta hace nada trabajando porque no me llega la pensión después de 30 años cotizando".
De los 630 euros que cobra saca para "ayudar a mis niños con algún dinero para comer, la luz, el agua... Además de mis gastos. Tengo media docena de hijos, cinco machos y una hembra. Hay algunos que están pasándolas moradas, y algunos se me han desviado. Algo les ayudo a los pobrecitos, ellos se agarran a mí de cuando en cuando. La gracia de Dios y la bondad que nos da nos enseña el camino de ser bondadosos, ¿me comprendes?" Por eso cuando Manuel encontró el bolso de María no lo dudó: "No me quedo con nada de nadie aunque me lo encuentre".
"A Los Albarizones va mucha gente en busca mía y a nadie le cobro nada"
Manuel no pierde la fe. Ni siquiera cuando los médicos le dieron seis meses de vida a su mujer. "Va a vivir más", le dije al doctor. "Estuve con ella día y noche, y aguantó nueve meses. Sufrí mucho por curarla. Le di unas hiebras para los ácidos porque se le paró el páncreas. Hasta el médico le quería poner una muchacha de noche para que yo me fuera a dormir. Me quedé solito". "Mi señora es una bella persona", afirma en presente. "He vivido con ella 47 años. Ni un sí, ni un no". El anciano, muy creyente, insiste: "No se puede perder la fe. Sin fe no puedes ver nada. Mira como hay hasta sacerdotes que están en la oscuridad, no ven, y lo tienen todo por delante. La claridad del de arriba es muy grande". La fe ciega no le impide ser consciente del mundo en el que habita y sabe que gestos como el suyo no es desgraciadamente lo habitual: "Estamos en los últimos días, en la última generación. Está todo muy mal. Lee Mateo 24:14...". Y entonces vendrá el fin, predicó el evangelista. Mientras llega, quedarán en la tierra personas como Manuel. Con su muletita y su paso ligero, su chaleco, su camisa bien planchada, su romero, y repleto de bondad y buenas intenciones. "Yo creo que viviré hasta los 100 años o por ahí", sonríe.