Diferentes okupas han ido dejando basura en un piso de San Juan de Dios, propiedad del Banco Santander, que perjudica a varios inquilinos del bloque.
Hace años que San Juan de Dios dejó de ser una barriada de clase obrera para convertirse en una de las más humildes de Jerez. Pero ya ni eso, lamentan muchos que sin embargo no quieren dar nombres para no señalarse. Droga, delincuencia, vandalismo y episodios violentos se instalaron entre sus calles por culpa de unos pocos que, sin embargo, hacen ruido por todo un barrio. En esta situación tienen mucho que ver las administraciones, tanto local como autonómica, que desde hace décadas han ido dejando morir a San Juan de Dios hasta convertirlo en un gueto en el que la inmensa mayoría no tiene trabajo, otros se buscan la vida como pueden y, encima, malviven en condiciones muy difíciles.
Es el caso de Paqui Argudo, Loli Méndez y Manuel Rodríguez, vecinos de la calle Micaela Parada. Empezaremos por Paqui. Se instaló en su vivienda hace unos meses. La acondicionó como pudo para hacerla medianamente habitable, rescató muebles de la calle y otros los recibió de donaciones y la decoró a su gusto. Paqui, víctima de violencia de género por parte de su expareja, hace tiempo que no cobra ninguna prestación social. Apenas entra dinero en su casa, aunque ahora le han salido trabajos esporádicos como camarera de piso. Come lo poco que puede comprar y lo que le dan asociaciones y familiares. “Yo con manteca y pan tengo suficiente, mira mi nevera”, dice. Paqui no tiene ni para puertas en su casa. La de entrada es una chapa, pero dentro no hay ninguna. Diferentes cortinas hacen esa función, para dar algo de intimidad a cada estancia. La mujer agudiza el ingenio, y hasta ha improvisado unas barras de cortinas en la escalera para que hagan la función de barandilla.
Justo al lado de esta vivienda abandonada hay otra, aun más inhabitable que la primera pero que, paradójicamente, sí alberga a okupas. Porque si la otra está prácticamente vacía, esta es un puro estercolero. Bolsas con más cableado, basura, heces humanas en botes de pintura y orina en botellas de agua, entre otras muchas porquerías. En la planta de arriba hay dos colchones. Al parecer, en el barrio algunos alquilan estas viviendas deshabitadas por módicos precios a inmigrantes sin hogar que, con tal de tener un techo, les da igual las condiciones. En el acceso de la vivienda —si es que puede llamarse así a esto— hay una puerta, ya medio caída de las patadas que ha recibido, que la colocó en su día Manuel Rodríguez, inquilino del piso de al lado quien, junto a Loli, su esposa, ya no sabe qué hacer para impedir que se sigan colando personas en esa vivienda.
Los vecinos, además, lamentan que en el bloque “nadie quiere saber nada”, algo extrapolable al barrio en general, donde da la sensación de que muchos ven y oyen, pero luego por miedo no saben o no quieren saber nada.