Años antes de que el magnate filipino Andrew Tan se interesara por el antiguo convento de la collación de El Salvador, Gabriel Bronchal ya había puesto su granito de arena para darle vida a intramuros.
Gabriel Bronchal, 56 años, observa desde la puerta del número 10 de la cuesta del Espíritu Santo el convento del mismo nombre situado a escasos metros de su domicilio. “Esperemos que el proyecto del hotel salga adelante, sería bueno para el centro. Lo que me fastidia un poco es que tenga que venir un filipino a invertir en Jerez y que no haya nadie de aquí que haga lo mismo”. Como muchos en la collación del Salvador, de las más antiguas del Jerez de intramuros, el vecino ve con buenos ojos el capital que el empresario Andrew Tan va a invertir en el histórico edificio religioso. Natural de Teruel, aunque con un ligero acento francés tras 24 años de su infancia y juventud en el país galo, Gabriel es otro de esos ‘locos’ que decidió apostar por un centro abandonado a su suerte tras enamorarse no sólo de la ciudad, también de la que ahora es su mujer. Llegó a Jerez para hacer la mili en Artillería en el desaparecido cuartel del Tempul y aquí se quedó. “Había dos opciones, o llevarme a mi mujer a Francia o quedarme aquí. Pero tras tantos años fuera ya quería quedarme en mi país”.
Bronchal, junto a su esposa y dos hijos, vive en una finca del siglo XVIII que lleva restaurando desde hace dos décadas. En principio, como buena parte de las viviendas del centro, estuvo habitada por varias familias que fueron tabicando prácticamente a su antojo diferentes dependencias. “Esto es un trabajo de muy poco a poco y de muchas horas”, explica. Los mayores esfuerzos de rehabilitación se han concentrado en la planta baja, en una antigua cuadra que era “una auténtica ruina”. Tocó picar paredes y sanear los techos y las antiguas vigas de madera que lo soportan. Esa ruina es hoy un coqueto espacio de paredes de piedra vista, arcos y suelo de barro cocido decorado con motivos taurinos; un biombo de madera; sillas de enea pintadas de verde y mesas a juego al más puro estilo de las de feria; antiguos aperos de labranza y de ganado; búcaros y vasijas pero, sobresaliendo entre todas las cosas, una enorme y antigua forja.
Seguimos subiendo. En la segunda planta el vecino ha rehabilitado lo que eran otras dos antiguas viviendas para convertirla en dos apartamentos independientes. Gabriel insiste en el trabajo laborioso de ir reformando la casa poco a poco. “Este es uno de los problemas del centro. No todo el mundo puede permitirse comprar una finca y arreglarla. Nosotros lo hemos hecho a base de ahorrar mucho y de ir muy poco a poco”. De hecho, aún hay una antigua vivienda en la finca sobre la que todavía no han podido actuar. Y es más, en el número 12 hay otra casa en venta. En portales inmobiliarios su precio sobrepasa los 120.000 euros, sin contar la necesaria –y costosa- rehabilitación que viene con ella aparejada. Normal que muchos prefieran comprar obra nueva en otras barriadas
Aun así, Gabriel reconoce que no cambiaría el centro por nada –“aquí se vive bien y tranquilo salvo casos puntuales”- y solo espera que la inversión filipina en el entorno de su vivienda y los proyectos que el Ayuntamiento ha proyectado para la plaza Belén salgan adelante más pronto que tarde.