De Cádiz a la Feria del Caballo en Cercanías y, entre medio, en alguna caseta 'metía'

En la jornada del martes no faltó el sol ni la alegría, tampoco las bulerías allende las pertinentes sevillanas

Kina Méndez durante una actuación en la caseta de la Buena Gente, en la Feria del Caballo.

En el Cercanías de Cádiz a Jerez, los primeros volantes y flores en el pelo aparecen a partir de la parada de El Puerto de Santa María. Es martes a mediodía y hay quien ha salido directo del trabajo para disfrutar de una soleada jornada en la Feria del Caballo.

Dentro de los vagones ya resuenan palmas que no llegan a ser sorditas, pero lo suficientemente bajas para que el de seguridad no se alarme. El final del trayecto coincide con la estación jerezana, donde se agolpan infinidad de personas –algunas con más prisa que otras– para salir del tren. Un cola cao de trajes de flamenca, caras afterwork y alguna que otra universitaria deseando de llegar a casa para echarse una siesta.

A la salida hay una bifurcación natural entre quienes optan por la comodidad del taxi y los que se aventuran a torrarse al sol, caminito a la feria. Totana queda lejos. En el primer paso de cebra frente a la rotonda del Minotauro, una pareja de amigas barruntan sus movimientos cuando lleguen a la feria: –“Quilla, yo tengo mucha hambre”. –“Venga, mejor comemos antes de meternos a bailar en las casetas”.

Dos mujeres pasean por el ferial de Jerez.    MANU GARCÍA

El camino de la estación a la feria son unos 25 minutos a buen ritmo, estilo M. Rajoy. El calor aprieta tanto a las dos y media de la tarde, que los minutos pueden convertirse en horas hasta que llegas a resguardarte bajo las vías del tren obstaculizando, a veces, a las bicis del carril. No queda otra que coexistir en esta semana de celebración…

Pronto se atisban los cacharritos. Desde la estación se llega al acceso lateral de la feria, ese que desemboca en los puestos de comida –todavía cerrados– que por la noche se llenan de estómagos ávidos de comida hipercalórica después de una jornada de fino, rebujito y sevillanas. A las dos y media de la tarde no hay perrito caliente que se coma, ni ratón vacilón que se mueva.

El ambiente llega con el albero, con sus casetas y el tronío de los coches de caballo. Curiosa la importante presencia de cocheras, vestidas de otro siglo, elegantes y señeras. A mis ojos de gaditana, la feria es como una pequeña ciudad donde todo el mundo está encantado de conocerse y de encontrarse. Cada caseta, una casa; cada grupito de gente, una familia. Hoy es fiesta en Jerez y se nota en las caras.

Una mujer dirige su coche de caballo.   MANU GARCÍA

Entre los oriundos se camuflan –unos más que otros– los guiris que miran con ojos de admiración la belleza que desprende este lugar. Sol, color, música y alegría. También comida. ¿A quién no le va a gustar eso, vida mía? No importa que vengas de Reikiavik, Mogadiscio o Pernambuco, porque la feria con una copita de Tío Pepe se hace universal.

La caseta de la Buena Gente recibía a los comensales con una enorme foto del guitarrista jerezano Moraíto, realizada por la fotógrafa Ana Palma y hecha mural por el también fotógrafo Juan Carlos Toro. El nombre del lugar hace justicia a su ambiente, profesionalidad en el trato y calidad en el producto. Sillas rojas de enea y proyecciones de flamencos desaparecidos –que no olvidados– sobre una pared blanca que espera quejío y pataita.

Carrillera con la Paquera, acedías con Agujetas y una sobremesa de escándalo con las bulerías de Kina Méndez como un cuchillo entre los dientes. La caseta, tornada en peña, se puso a reventar con la llegada de la cantaora jerezana y su cuadro. Con sus brazos abiertos, similar a los de un ave mitológica, encandiló a un público entregado. La tarde solo acababa de comenzar.

Fuera, por los caminos, un incesante flujo de coches de caballos con su particular sistema de tráfico. En las casetas suenan grupos de flamenco, rumbita y bafles donde retumban las sevillanas. La tarde cae y una energía poderosa se advierte en el templete de González Byass. Desde allí vivimos el encendido de las luces, que te transporta a cualquier lugar, aunque el jamón y el fino te bajen a la tierra que los cría.

Caseta la Buena Gente.   MANU GARCÍA

El ambiente es sensacional, tanto, que resulta injusto que al día siguiente sea miércoles, sobre todo por su carácter laboral. Faltan 40 minutos para que salga el último Cercanías hacia Cádiz y muchas de las personas que vinimos en procesión calurosa hasta la feria, volvemos distendidas, pero más contentas. La feria termina donde empezó, en la parada de El Puerto de Santa María. Allí se bajan los últimos lunares. Solo quedan los míos, pero Cádiz ya es territorio del disfraz, aunque todavía queden un par de semanas para sacar el pito de caña.

 

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