Pues esto ha empezado o más bien sigue y lo hace a lo grande. El domingo, la Feria del Caballo se llenó desde mediodía hasta la noche. Tanto fue así que encontrar un rincón donde poder almorzar fue sumamente complicado. Día muy familiar y de muchos visitantes, sobre todo nacionales, que disfrutaron de una jornada de mucho vino, viento y calorcito muy agradables.
El calendario de fiestas, eventos e incluso las zarandajas, que se dejan caer también, son inexorables cuando la primavera asoma por estas tierras en la que tanto nos gusta un jolgorio, algo que tiene un efecto de atracción impresionante. Así se pudo comprobar en la cantidad de turistas que se paseaban por el Real, muchos repetidores y otros tantos noveles. Todos admiraban el color, la alegría, e incluso, para un escocés que anda por aquí, "más de 200 bares abiertos y sin restricciones de alcohol". Un aspecto de la Feria que llama mucho la atención al guiri que recala por estos lares. Son nuestras fiestas, esas que adornamos con la tradición, los iconos de la ciudad o que hunden sus orígenes tan profundamente como las raíces de las plataneras del paseo principal del Real.
Y aquí, en ese albero, nos quedamos porque es donde ha empezado la gran fiesta de Jerez, tan larga que seguirá hasta dentro de una semana. El sábado se encendieron todas las bombillitas leds que tan maravillosa y artística luz dan al Real. Llenazo, como es costumbre, las primeras tajás —de esas que no se las ve venir—, primeros clavazos para enterarse de qué va esto en lo que atañe a la de Ubrique —vulgo cartera— y muchas ganas de Feria, las mismas que han dado continuidad a la fiesta este domingo.
Hay muchas ferias. En una misma caben todos: los tradicionales de chaqueta y corbata, los que con la blazer y pañuelo en el bolsillo van de lujo, los que no conocen otro zapato que las deportivas, el estilo casual, los que gustan de la comodidad al estilo chándal. La Feria permite un estilismo sumamente variado, tanto que en el Real confluyen lo cani, lo pijo, lo extravagante, lo elegante y lo grunge. Capítulo aparte es el traje de gitana, que en gran cantidad se lucieron por los paseos. De todos lo colores y hechuras; lunares, flores, lisos, abstractos… Es una estampa ineludible de la Feria. Por sí misma nos sitúa entre farolillos y albero. Siguen de moda, según nos contó una flamenca muy flamenca, las hechuras de guitarra y los lunares.
No había sitio para almorzar como Dios manda. Lleno en casi todas. El plan B fue para muchos, los más jóvenes, acercarse a los puestos ambulantes, llamados con el americanismo food trucks, para meterse entre pecho y espalda una gran hamburguesa con todos sus avíos o la famosa papa asada que dicen que es importada de la feria de Málaga y sacia mucho.
Recalcamos lo difícil que fue coger una mesa para almorzar. Es un síntoma de una jornada de pelotazo. ¿Era previsible? Posiblemente, pero con los antecedentes de precios y pese al día de fiesta del lunes, no se apostaba al 100% por que fuera así. Y sí fue con mucha familia y visitantes, de aquí y de allá o de muy allá: italianos paseando en un coche de alquiler y sevillanos no hartos con su Feria que siguen con la de Jerez: “es que esta me recuerda tanto a la de Sevilla cuando se hacía en el Prado…”, rememoraba una pareja con algunas primaveras acumuladas.
También fue el Día de la Madre, que ya dilucidaremos si lo inventó Ramón Areces o la ONU. ¿Se notó en algo? Claramente, sí. “Ah, ¿es mi día? Ni me acordaba. Pues nada, que me conviden”, espetaba una madre a sus hijos y marido esperando a coger una mesa en la caseta Los Nazarenos. “¿Por qué no lo asfaltan?”, preguntaba uno a la sombra de la terraza de una caseta, preocupado por que sus zapatos siguieran brillantes. “Hombre por Dios que esto es la Feria”, le respondían casi a coro los amigos/as que ocupaban una mesa bien despachada de viandas. Quien no entienda esto, mejor que se quede en casa. O también pueden hacerse con un set de limpieza para usarlo constantemente los más jartibles. Quien vea la escena lo confundirá con un TOC. Con el paso de las horas, dicen, que esto se cura y tras muchas medias, adiós al set y que el polvo de la Feria se pose donde quiera.
Estrenar el albero en detrimento del espectáculo inaugural fue una opción muy seguida. Los cacharritos funcionaron a buen nivel de asistencia, un espacio declarado anatema por el feriante más ortodoxo a no ser que tenga hijos en edad de disfrutar de las atracciones. Entonces, toca lo que toca y a rascarse más el bolsillo —de cuatro a seis euros el paseo— además de aprovechar para bajar el nivel de alcohol en sangre mientras que los pequeños se lo pasan pipa en el Ratón Vacilón. Así se veían algunos que, dejados caer en la valla de la atracción, forzaban sonrisas a sus peques mientras se aliviaba con una lata de Coca Cola.
Día despejado, con alguna nube y apuntando calorcito en las horas centrales. Soportable para hacer llevadera una chaqueta. Según el smartphone, máxima de 27 grados. Para calentar piernas y entrar en ambiente, a darse un garbeo viendo las portadas de las casetas. Algunas han caducado. Tienen más años en el ferial que el templete de Eiffel. Otros, las menos, pese a lo que diga el bueno del delegado de Fiestas, han estrenado diseño. Algunos muy discretos y para salir del paso. Otros muy trabajados.
Al hilo de las portadas proliferan, no demasiado aún, el fácil recurso de la pañoleta cerrando la parte superior del módulo. O sea, un triángulo isósceles decorado con vinilos o pinturas artísticas que rozan lo barroco. Como en otras cosas, la influencia sevillana también está recalando en el Real jerezano, donde ir a lo práctico nunca ha sido la norma…. Pero bueno, también ir a lo cómodo compensa. Y con las carnes abiertas cogemos carretera y manta porque, hasta despedirnos del Real, no hemos visto ningún tugurio a modo ‘discoteque’ que no ralle las tripas e hiera la moral del feriante que gusta de la pureza de esta fiesta.