Juan Carlos y Leo: de la calle se puede salir

Dos antiguos sintecho relatan su experiencia durmiendo al raso y cuentan cómo ahora, gracias a la vivienda conseguida por la asociación Iguales en Acción, han rehecho sus vidas

Juan Carlos, que comparte casa con Leo, tras estar muchos años en la calle.
Juan Carlos, que comparte casa con Leo, tras estar muchos años en la calle. JUAN CARLOS TORO

Juan Carlos está sentado en su andador, con un recipiente de plástico en las manos, en la puerta de un supermercado. Ahí pasa las horas, pidiendo dinero a todo aquel que quiera ayudarlo. Unos cuantos céntimos lleva reunidos, pero no se queja. Lo lleva haciendo toda su vida y sabe que hay días buenos y otros que no lo son tanto. Es la única forma que tiene de obtener algún ingreso, ya que no percibe ninguna prestación, a pesar de su alto grado de discapacidad reconocida. Pero ahora, al menos, tiene un techo bajo el que dormir.

Durante 27 años no ha contado con esa suerte. La mitad de su vida ha estado buscando lugares donde pasar las noches. Primero fue el Garaje América, situado en la avenida principal de Cádiz, donde se coló un día con su hermano y su excuñada, que también vivían allí. Y lo hicieron durante muchos años, hasta que tuvieron que dejarlo. La playa de La Caleta le ha servido de morada en más de una ocasión. Y alguna que otra casa en la que estuvo como okupa. Hasta que un día se cruzó en su camino la asociación Iguales en Acción, gracias a la que puede decir que tiene una vivienda.

Juan Carlos, 61 años, se levanta con dificultad de su andador. Hace poco se rompió la pierna, por lo que estuvo tres meses en cama, y todavía se resiente. Su rodilla derecha no está todo lo bien que le gustaría. El supermercado donde pide dinero está a pocos metros de la que ahora es su casa. Con solo unos pasos, que realiza con dificultad, se planta delante de la puerta de un bloque con un patio de vecinos en su interior.

Juan Carlos, pidiendo en el supermercado que hay frente a su casa. FOTO: JUAN CARLOS TORO
Juan Carlos, pidiendo en el supermercado que hay frente a su casa.  JUAN CARLOS TORO

Su vivienda está en el bajo. Al entrar hay una barra, que hace las veces de pasillo y que separa la cocina del resto de la estancia. Una gran bandera de Argentina preside la parte superior del salón. Es la habitación de su compañero, Leo, que duerme arriba. Debajo, un sofá, varias sillas, algunas estanterías y objetos decorativos de todo tipo —como una matrícula o una mano de escayola pegada a la pared, por poner algunos ejemplos—. En el fondo está su habitación, con una cama, mesita de noche, un espejo y un armario en el que tiene su ropa ordenada. Hace dos años ya que reside aquí. También su hermano, el citado Leo y dos pequeños inquilinos, Cuqui y Matías, sus perros.

Con su voz rasgada, sin duda fruto de las noches pasadas a la intemperie, Juan Carlos Odero Jaén, que es como se llama, cuenta los sinsabores que le ha tocado vivir. Lo hace lentamente, rescatando vivencias de su memoria, aunque hay cosas que prefiere ni mencionar. “No quiero ni recordarlo”, dice al ser preguntado por su experiencia durmiendo al raso. Aunque, poco a poco, se arranca. “Estoy vivo de milagro”, dice. Es algo que le preguntaban constantemente: “¿Tú cómo puedes estar vivo?”, rememora. “Porque me he pegado de porrazos lo que no hay en los escritos”, confiesa, por su afición a la bebida durante esos años.

“Pues mira, aquí estoy”, contestaba con naturalidad. “¿Qué le voy a hacer si no tengo casa?”. Pero antes sí la tenía. Cuando fallecieron sus padres, Juan Carlos estuvo 15 días sin salir de su habitación, “con una depresión de caballo”, y luego se quedó viviendo en una finca en la que compartía alojamiento con varios vecinos, donde pagaba 20 duros de alquiler. “No tenía contrato, solo un papel firmado que le hicieron a mi padre”, explica. “Nunca tuve problemas con los vecinos, todos me querían”, señala.

Juan Carlos, sentado en su cama. FOTO: JUAN CARLOS TORO
Juan Carlos, sentado en su cama.  JUAN CARLOS TORO

Pero un día tuvo que dejar esa casa, para acabar en los Callejones de Cardoso, en el barrio de La Viña. “Los viernes y sábados por la noche me dedicaba a recoger vasos y los domingos me ponía en el baratillo”, recuerda. Juan Carlos dice entre risas que llegó a acumular 400 vasos, que luego vendía a los mismos bares que los perdían. “Me sacaba unas 6.000 pesetas”, dice, y con eso iba sobreviviendo.

¿Cómo acabó en la calle? “Las circunstancias de la vida”, responde. “Tenía dinero, pero me lo comí todo”, agrega. Su trabajo en un chiringuito de la zona le permitía vivir sin agobios económicos, pero ahora confiesa que nunca pensó en ahorrar. El alcohol lo fue separando poco a poco de su familia y cuenta que hace bastantes años que no ve a sus dos hijos, “que gracias a Dios están bien”, ni a su exmujer. “Mira lo que bebo ahora”, añade, sosteniendo una botella de Fanta de naranja entre sus manos.

“El médico no me ha prohibido beber, me ha dicho que me suavice”, relata. Pero él mismo ha decidido dejarlo. Ahora se cuida. Desde que vive bajo un techo su higiene ha mejorado y está recuperando hábitos que había olvidado, después de tantos años sin tener baño propio. “Me bañaba en las duchas de la playa, o de madrugada me metía en el agua, me refrescaba, y me acostaba fresquito”, dice echando la vista atrás. En la playa, tumbado en una manta, pasaba las noches. Por la mañana la escondía enterrándola en la arena, y la buscaba cuando volvía a desaparecer el sol. Un día tras otro.

Juan Carlos y Leo, dándose un abrazo. FOTO: JUAN CARLOS TORO
Juan Carlos y Leo, dándose un abrazo.  JUAN CARLOS TORO

Pero su vida cambió el día que la asociación Iguales en Acción se cruzó en su camino. “Desde la vivienda recuperamos a la persona”, cuenta Menchu Romero, presidenta y trabajadora social de la ONG gaditana, que trabaja por el acceso a una vivienda digna y a un empleo de las personas sin hogar. “Buscamos la dignidad”, sostiene Romero, quien lleva doce años tratando con personas sin un techo, asegurando que “la vivienda es mágica”, ya que por sí sola cambia la forma de comportarse y de actuar de sus inquilinos, en este caso, de Juan Carlos.

“Los tratamos como personas”, abunda Menchu, quien considera que esa es la razón de ser de la ONG, situar a todos sus miembros en un plano de igualdad que les permita mejorar sus condiciones de vida, sin imponerles obligaciones, sino ofreciéndoles herramientas para que vivan dignamente. “La idea es sacarlos de la calle para siempre”, señala. En estos momentos gestionan la casa en la que habita Juan Carlos con Leo, aunque acaban de perder al donante anónimo que sufragaba el alquiler. “Necesitamos que nos ayuden para poder cambiar de vivienda”, dice Menchu, que hace un llamamiento a la solidaridad.

Leo, con su bandera de Argentina colgada en el acceso a su habitación. FOTO: JUAN CARLOS TORO
Leo, con su bandera de Argentina colgada en el acceso a su habitación.  JUAN CARLOS TORO

El compañero de piso de Juan Carlos

Leandro, más conocido como Leo, es argentino, y lleva cinco años en Cádiz. “De acá me voy al cielo”, dice convencido, “tiene magia, es mi lugar”. Desde hace unos meses comparte piso con Juan Carlos, e incluso ha podido ser contratado por la asociación como agente verde comunitario, por lo que ayuda a su compañero. “Hay que tener una paciencia terrible con él”, señala, “porque no se puede cambiar a la gente... pero limarla, sí”. Cuando se conocieron no se cayeron nada bien, la convivencia era complicada, pero ya “hasta me tira besos”, dice Leo sobre Juan Carlos, provocando las risas del otro.

Leo tiene 46 años, está rapado, y viste pantalón corto y camiseta clara, aunque pronto se la cambia por una verde con el logo de Iguales en Acción. Es un torbellino, no para de bromear y de intentar provocar la reacción de su compañero. Pero luego se sienta a hablar de su propia experiencia. Con 16 años tuvo que dejar su Argentina natal, y con ella su trabajo, su coche, su novia y su tabla de surf, y venir a Madrid, donde vivían sus padres, que regentaban una joyería, en la que estuvo un tiempo trabajando.

Leo, Juan Carlos y Cuqui, uno de sus perros. FOTO: JUAN CARLOS TORO
Leo, Juan Carlos y Cuqui, uno de sus perros.  JUAN CARLOS TORO

“A los dos meses de llegar me dije, ¿qué hago acá?”, cuenta. Y como “en Madrid no hay mar” se fue a Mallorca, a trabajar en locales de ocio nocturno. Luego llegaron el alcohol y las drogas. Y los problemas. Antes de recalar en Cádiz estuvo en Alemania, Austria, Holanda, y en ciudades del Levante español como Valencia. “He salido adelante por mis medios”, explica. Hasta que la mala suerte se cruzó en su camino. Estando en Nerja (Málaga) le robaron su mochila, donde tenía toda su ropa y el poco dinero que acumulaba. Ahí le hablaron por primera vez de Cádiz.

“No sabía ni dónde estaba”, confiesa. Pero era la única forma de acceder al consulado de su país para recuperar la documentación perdida, por lo que se vio en una ciudad que no conocía, sin papeles y sin medios para acceder a una vivienda. Siete años de su vida ha dormido en la calle, más de 34 suman entre él y Juan Carlos, dos extraños compañeros de piso que se soportan y complementan. “Ahora digo hasta bastinazo”, señala Leo entre risas. “Y yo estoy hecho un pibe”, añade Juan Carlos, mostrando una boca en la que faltan algunos dientes. Y se terminan abrazando en lo que parece ser el inicio de una gran amistad.

Un centenar de sintecho en Cádiz, incontables en España

El último censo de personas sin hogar realizado en la capital gaditana cifra en 96 el número de sintecho existentes a finales de 2017, de los cuales 29 se encontraban en el centro de acogida municipal o en el albergue de Caballeros Hospitalarios, y el resto en la calle. La evolución desde 2010, primer año de elaboración de este censo, es ascendente aunque con una ligera caída en el último recuento, ya que en ese primer ejercicio fueron 83 las personas entrevistadas, en 2013 fueron 107 y en 2015 un total de 115.

“Siempre es difícil hablar de un perfil determinado porque la crisis y la calle no discriminan ni por sexo ni por edad, pero aún así hemos visto que siguen predominando los hombres sobre las mujeres”, explicaba la concejala de Asuntos Sociales del Ayuntamiento de Cádiz, Ana Fernández, durante la presentación de estos datos. La edad media de las personas sin hogar supera los 48 años —casi la mitad de los encuestados están entre esa edad y los 68 años—. “Con estos datos observamos cómo la población de personas sin hogar en Cádiz se mantiene en su tendencia al envejecimiento más que a la juvenalización”.

“La mayoría de estas personas son españoles, sobre todo de Cádiz provincia”, abundaba la concejala, que matizaba que “más de la mitad no contestaron sobre su lugar de procedencia, aspecto éste que también debemos tener en cuenta”. Para atajar esta situación, el Consistorio gaditano aprobó recientemente el Plan de Inclusión Social para las Personas sin Hogar, que incluye medidas como la apertura de un centro de día, la puesta en marcha de alternativas de alojamiento o de proyectos de sensibilización, prevención y reducción de riesgos.

Un detalle de las manos de Juan Carlos. FOTO: JUAN CARLOS TORO
Un detalle de las manos de Juan Carlos.  JUAN CARLOS TORO

La cifra de personas sin hogar que hay en Andalucía es difícil de precisar. El Instituto Nacional de Estadística (INE) realizó una encuesta en el año 2012 en la que hablaba de poco más de 3.000 sintecho en toda la comunidad autónoma andaluza, sobre un total de casi 23.000 personas en toda España, aunque las asociaciones que trabajan con este colectivo consideran que este estudio es insuficiente, porque sólo contabiliza a las personas que utilizan los centros asistenciales y los comedores sociales.

“Calculamos que existen entre 30.000 y 40.000 personas sin hogar en España”, apuntan desde la Federación de Asociaciones de Centros para la Integración y Ayuda a Marginados (Faciam), que junto a Cáritas promueve más visibilización y más recursos para este colectivo al que, hasta hace poco, pertenecía Juan Carlos.

Iguales en Acción

La asociación gaditana, fundada en abril de 2017, está formada por una veintena de asociados que sufren o han sufrido la situación de calle en primera persona, además de voluntarios y técnicos que los ayudan. Con los pocos recursos con los que cuentan, luchan para que personas como Juan Carlos y Leo tengan una vivienda digna y se empoderen para lograr “su propia inclusión socio-laboral, potenciando sus capacidades inherentes como seres humanos, sus derechos y sus deberes como ciudadanos”.

La venta de vasos retornables, con la que pretenden reducir el consumo de plástico, es una de sus vías de financiación —pueden adquirirse en la tienda El Bocato (calle San Francisco), Kiosco de Verano La Caleta y Kiosco de Verano de la Plaza de las Tortugas—. Aunque también tienen prevista la celebración de un festival de innovación social y verde llamado Cádiz en Acción, el próximo 27 de octubre, en el Baluarte de la Candelaria, que contará con actuaciones musicales, pasacalles, bailes y talleres, para lo que se pueden comprar entradas pinchando aquí. La asociación también dispone de una fila cero para quien quiera contribuir a la causa (en el número de cuenta de Caja Rural del Sur: ES08 3187 0081 5648 5151 7724).

Sobre el autor:

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Francisco Romero

Director de lavozdelsur.es. Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo como director. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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