En 1973, los jesuitas dejaron los añejos y solemnes muros y bóvedas de su iglesia y convento intramuros de la ciudad, hoy la Sala Compañía, para desplazarse al extrarradio del Jerez de entonces. Fue una decisión muy propia del carisma de la Compañía de Jesús, que atendió inmediatamente las directrices del Concilio Vaticano II en las que se invitaba a estar en los lugares donde la labor misional de la Iglesia fuera realmente necesaria.
Ahora se cumplen 50 años de aquel momento con la circunstancia de que los Jesuitas ya no están al frente de la parroquia que crearon. En 1966 se inician los trámites por parte de esta Orden para dejar el casco histórico, después de 440 años, para marcharse a la periferia. Esos primeros pasos les llevaron siete años en los que, antes de levantar le templo actual, llevaron a cabo la misión parroquial, primero en la ermita de San Telmo y después en la iglesia y convento de las Clarisas, hoy Seminario Diocesano.
Los Jesuitas se negaron en principio a construir una iglesia, viendo la situación de necesidad que palparon en su nueva zona de actuación. Finalmente, con la ayuda de muchos, se edificó el actual templo parroquial con la dirección técnica de Fernando de la Cuadra y con un diseño que respondía fielmente a los criterios del Vaticano II, “abrir las puertas de par en par”, junto a una interpretación litúrgica totalmente distinta y más cercana a los fieles.
Pese a que hace una década aproximadamente que la Compañía de Jesús dejó Jerez, quedando la parroquia e instalaciones en manos el obispado jerezano. La huella de la Orden permanece, como señala el padre Kevyn Garnica, actual párroco: “Es algo que se percibe constantemente cuando no pocos feligreses te refieren sus recuerdos de aquella etapa”.
Kevyn Garnica lleva en Jerez ordenado como presbítero tres años y siete años en total en la diócesis. Es colombiano. Entró en el seminario de Bogotá, a donde llegó por el camino neocatecumenal. Ingresó en el seminario Rederotis Mater. Kevyn es uno de los sacerdotes que llegaron a la diócesis de la mano del anterior obispo José Mazuelos, también marcado por el carisma fundado por Kiko Argüeyo, cuya actividad en Sudamérica y especialmente en Colombia hizo posible que no pocos seminaristas de aquel país cruzaran el océano para vivir la experiencia misional en Jerez.
El párroco explica que en proceso de formación se dedicaba un tiempo a las misiones. Estuvo en la zona oriental de su país hasta que le llegó la propuesta de marchar a España para completar su formación. Lo hizo por un año, yendo al Carmen de Rota. En 2017 el obispo le pidió quedarse en Jerez por la situación que atravesaba el seminario, con pocas vocaciones, y muchas necesidades pastorales, “y aceptamos cuatro de los que vinimos”.
“Lo de estar lejos de tu tierra y tu gente no se lleva mal. Es una misión que nos manda Dios”, manifiesta Kevyn Garnica. Recuerda que la acogida fue y sigue siendo “genial por parte de las personas, las parroquias, los sacerdotes y la propia diócesis. No nos sentimos extraños desde el primer momento, un cariño que se multiplicó cuando decidimos quedarnos”.
Reconoce que “extraña a la familia, pero gracias a los medios de comunicación podemos estar en contacto con nuestras familias”, que, curiosamente, como señala el sacerdote, “tienen a esta tierra como suya por los lazos que les unen, primero; porque sus hijos están aquí y también porque ya han venido a visitarnos y conocer la ciudad. Todo esto genera vínculos”.
Es el cuarto párroco diocesano que se ocupa de la institución en Madre de Dios y ahora le toca celebrar medio siglo de existencia: “Es un regalo de Dios. Ahora toca recoger lo que se ha ido sembrando antes, los frutos de tantos años de trabajo de quienes nos han precedido, aunque ahora es el tiempo de seguir abonando para conseguir más”.
En cuanto a los actos, ya han celebrado una misa especial por un aniversario muy vinculado al proceso de beatificación del sacerdote jesuita, el padre Guerrero, que mucho tuvo que ver con el paso dado de dejar el antiguo cenobio.
También se plantea una exposición de fotos de la evolución de la parroquia, que puso en marcha un dispensario en la zona que ocupa la Hermandad de Amor y Sacrificio. También hubo talleres como de mecanografía, por el que medio Jerez pasó; de costura e incluso se abrió la biblioteca para ponerla al servicio de todos.
La Cáritas parroquial ha repuntado fuerte de trabajo antes y hora. “Casi estamos desbordados” afirma el párroco. Madre de Dios es posiblemente de las parroquias que más familias atiende, más de un centenar: “Tenemos a muchos inmigrantes necesitados, a los que se les atiende, pese a que muchas veces estamos muy escaso... aunque siempre decimos que Dios proveerá”. También ofrecen talleres de formación tanto para aprender un oficio como para la búsqueda de empleo.
“Estaré los años que sean necesarios. No soy indispensable. Como dije en su momento cuando llegué, la parroquia toma posesión del sacerdote y no al revés. Ahora estoy aquí y estoy en mi casa”, reflexiona Kevyn Garnica.
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