El jerezano Pinto Queiroz participó, como soldado de la mítica Nueve, en la toma de París y en el asalto al Nido del Águila de Hitler. Ésta es su historia.
Manuel Pinto desembarcó en Normandía con la tercera gran oleada de la invasión, un mes después de la ruptura de la línea de defensa costera de los nazis. La Segunda División Blindada, donde se incluía La Nueve, avanzó con dificultades hasta Alençon, sofocando algunas bolsas de resistencia alemana que causaron las primeras bajas a la unidad. Los soldados españoles, incluyendo el anarquista jerezano, que además conducía uno de los half tracks de mando, quedaron a las órdenes de un oficial francés, el capitán Dronne, ex funcionario y diplomático, bajito, rechoncho y bigotudo, muy formal, con fama de académico, pero sin apenas experiencia en el frente antes de la campaña africana.
De entrada, según el relato de los veteranos, los españoles descubrieron y alentaron un extraño cambalache con las unidades americanas. Los ‘yankis’ necesitaban prisioneros para acumular permisos, y los republicanos se aprovecharon de esa circunstancia para establecer un curioso sistema de intercambio: tantos alemanes por un bidón de gasolina, tantos por un juego de botas en buen estado, tantos oficiales por una carga de ametralladoras… El general alemán, la pieza más deseada, se cotizaba a precio de jeep, más latas de conserva y tabaco. Los hombres de La Nueve no pretendían sacar una rentabilidad personal del asunto, sino que aspiraban a acumular armas y reservas para la dotación de un futuro Ejército Republicano en el Exilio, la herramienta que habría de servirles para derrocar a Franco.
Cuando tuvo constancia del trapicheo, el capitán montó en cólera. Dronne llegó a acusar a los españoles de comportarse “como cosacos”, de ahí que el half track de Manuel Pinto se rebautizara con el sonoro e irónico nombre de Les cosaque. El oficial acabó por pedirles disculpas y los españoles liquidaron el mercadillo, al menos de cara a la galería, ya que hay constancia de que otros militantes de la CNT, como Campos, se dedicaron a ocultar armas en arsenales clandestinos hasta, al menos, el cruce del Rin.
Los alemanes, en su retirada, destrozaron la ciudad y volaron la iglesia. Manuel Pinto y otros veteranos contaron después que el párroco de la ciudad, el abad Verget, se había ganado las simpatías de las tropas aliadas ya que, en medio de la batalla y arriesgando en varias ocasiones su vida, había acudido en ayuda de los heridos, arrastrándolos incluso hasta la iglesia, donde se había improvisado un hospital. A pesar de que los republicanos eran manifiestamente ateos y abiertamente anticlericales, antes de abandonar Ecouché hicieron una colecta para ayudar a la reconstrucción del templo y, según cuenta Dronne en sus memorias, casi todos acudieron a un responso por los caídos. En el cementerio de la ciudad aún pueden visitarse las tumbas de los españoles que cayeron en la batalla: Pujol, Fernández, Sánchez, Vidal…
La historiografía oficial, siempre muy preocupada por remendar, aunque fuera a base de retales y versiones mal casadas, el dolorido orgullo francés después de la vergüenza de Vichy, ha hecho todo lo posible por minimizar, cuando no por ocultar, el papel de los soldados españoles en la toma de París. Hay autores que ni siquiera los citan (Henri Michel, Andrien Dansette, Lapierre y Collins), y ha tenido que ser el peso de pruebas tan sólidas como las memorias de Dronne, las fotografías captadas por la prensa el mismo día de la toma de la ciudad o los informes militares ‘rescatados’ por nuevos investigadores, la mayoría no franceses, quienes otorguen a Manuel Pinto y al resto de combatientes españoles el papel que honestamente les corresponde en la gesta: el de haber formado parte de la primera unidad aliada que alcanzó el centro de París.
El día 24 de agosto, mientras el alto mando francés y el alto mando americano discutían quién habría de arrogarse el mérito de la reconquista de la capital, el general Leclerc ordenó a Dronne que se escapara hacia el centro de la ciudad con los half tracks de La Nueve, dos secciones de infantería y algunos tanques Sherman. Pinto, siempre en la avanzadilla de mando, llegó a la plaza del Ayuntamiento a lomos del semioruga Ebro, junto a los cenetistas Fábregas, Campos y Bullosa y otro vehículo en el que está contrastada la presencia de Cortés, Ortiz, Argueso, Hernández y el capitán Amado Granell, a cargo de la columna.
Manuel Pinto recuerda que París “sí se volcó” con los aliados, al contrario de lo que les había ocurrido en las zonas rurales, donde confiesa que la población, quizá por miedo, siempre se había mostrado reservada. Tras liquidar algunos focos de resistencia en edificios del centro, los soldados de La Nueve formaron en el Arco del Triunfo y fueron saludados militarmente por De Gaulle, antes de acompañar al general en el desfile por los campos Elíseos, un gesto que no gustó a algunos de sus camaradas del Estado Mayor. Para la posteridad quedan las imágenes documentales en las que pueden leerse perfectamente los nombres de los vehículos que tuvieron el honor de escoltarlo en la parada: Guernica, Teruel, Guadalajara… “En mitad del desfile –recordaba Pinto-, comenzaron a dispararnos desde algunos de los edificios, por lo que tuvimos que parar los vehículos y responder al fuego”.
Con el orgullo del deber cumplido, Pinto Queiroz contaría después que los soldados de La Nueve recibieron por fin un ‘largo’ permiso y estuvieron varios días “de fiesta”, acampados en los bosques del entorno de París y recibiendo las visitas constantes de las chicas francesas, “que querían bailar con los vencedores”.
El jerezano confesó que la euforia que vivieron las tropas españolas en esos momentos se debía a que estaban completamente convencidos de que detrás de París vendría Berlín, y después de Berlín, Madrid. Con ese espíritu abandonaron la capital parisina el 9 de septiembre en dirección Andelot. Combatieron en Dompaire, Chatel, Vacqueville y Estrasburgo. La ruta está jalonada de bajas: caen Vázquez, Fábregas, Morillas. También se condecora con la medalla militar, entre otros, a Campos y a Pujol. El 27 de abril cruzaron el Rin.
El último capítulo de la gesta de Pinto y sus compañeros fue la participación, largamente disputada por franceses y americanos, en el asalto al nido del Águila de Hitler. Supervivientes de La Nueve narraron cómo los españoles, adscritos todavía al ejército francés, se sumaron a las tropas de vanguardia americana, penetraron en las instalaciones de Berchtesgarden y “se llevaron de allí muchas cosas”. Otros admitieron muchos años después que todavía conservaban cubiertos de plata con la cruz gamada e, incluso, carísimas figuras de ajedrez con las que pretendían financiar su próxima campaña, a este lado de los Pirineos.
Pinto fue desmovilizado a finales de 1945. Por cuestiones políticas y estratégicas (había un nuevo equilibrio de poder en Europa, y el bloque soviético se perfilaba como el nuevo enemigo a batir), España y Portugal quedaron finalmente fuera de la campaña aliada. Sería la segunda gran derrota de Pinto y sus compañeros. Faltaría una más: la de la memoria, apenas parcialmente recuperada 60 años después de que Manuel se hiciera aquella foto en París, los pulgares en la correa del uniforme americano, la sonrisa abierta, el gesto de triunfo propio de alguien que aún no conoce toda la verdad.
(La primera parte del reportaje se publicó, con el mismo título, el sábado pasado en La Voz del Sur)