Visitamos el número 5 de la calle Salvador, una vivienda almohade que aúna el paso de diferentes civilizaciones desde el siglo XII al XXI.
Toca hablar, para bien, de intramuros. Mucho se ha hablado y escrito sobre su triste estado, sobre su abandono, sus casas que se caen, sus palacios saqueados, sus vecinos que se han ido y no vuelven, los planes que se anuncian y nunca llegan… Pero intramuros es mucho más que eso. Partiendo desde la Catedral, lo que fue la primitiva mezquita mayor de la ciudad, hay todo un entramado de callejuelas que se adentran por la collación del Salvador, San Lucas hasta llegar a la plaza del Mercado. Dada la proximidad de esa mezquita, se considera esta zona la más antigua de Jerez, ya que fue aquí donde comenzaron a establecerse sus habitantes. Hablamos nada menos que de hace 800 años, de ahí que muchas de las paredes de las actuales viviendas escondan verdaderos tesoros, algunos escondidos y otros que poco a poco empiezan a ver la luz.
Lavozdelsur.es inicia con este reportajes una serie centrada en esas viviendas que merece la pena conocer de su centro histórico, ese que, como decimos, a menudo se refleja prácticamente como inhabitable pero que gracias al esfuerzo de muchos de sus vecinos demuestra todo lo contrario. Los centros históricos de las ciudades son los mejores lugares para vivir. Ahí están los ejemplos cercanos de Cádiz, Sevilla, Córdoba, Granada, Málaga… ¿Por qué no puede serlo el de Jerez? Y si las administraciones no hacen todo lo posible para levantarlo, tendrán que ser sus habitantes lo que lo saquen para adelante. Como Juana y Manolo.
Juana, en una escapada, es la primera que ve la finca. El PGOU de 1995 la considera Conservación Arquitectónica, pero su estado no invita al optimismo. Aún así, le encanta. Ve posibilidades de convertirla en una coqueta casa andaluza, pese a que su familia consideraba que era una ruina. Juana vuelve a Holanda con fotos, comenta sus impresiones con su marido y en sus vacaciones en Jerez la compran por seis millones de pesetas. “Nadie daba un céntimo ni por la casa ni por nosotros”, recuerda ella. Eso fue antes de empezar a picar las paredes.
“Ese verano fue alucinante. Éramos como arqueólogos, pero arqueólogos de paredes”, explica Juana, que enseguida se dio cuenta, junto a Manolo, de que el proyecto inicial que tenían iba a cambiar por completo. “Ahí iba a ir el garaje –nos señala desde el patio-, esto iba a ser una habitación y al final ni una cosa ni otra. La casa es la que nos ha ido diciendo lo que teníamos que hacer”.
Así que, lo que se pensó que sería “un arreglito”, acabó siendo una restauración en toda regla. “Si no es por implicación física y mental esto habría sido imposible sacarlo”, señala Manolo, que recuerda el centenar de cubas de escombros que sacó de la casa. “Aquí entraron el arquitecto, oficiales, peones, pero ni una máquina, sólo una hormigonera. Todo se ha hecho a mano para que no se viniera esto abajo”. Desde entonces, han pasado 16 años de trabajos. Poco a poco, cuba a cuba y “mucho andamio, agua Lanjarón y mortero a mano”.
En total, la pareja, sin querer dar cifras, afirma que ha invertido en la casa “lo que mucha gente en una unifamiliar, aunque ahí te lo dan todo hecho y aquí hay que trabajar un montón”, y animan, dentro de las posibilidades del resto de sus vecinos, ir sacando a la luz joyas como las que escondía su vivienda. “En todas las casas de alrededor puedes encontrar cosas como estas, y muchos, al ver lo que había aquí, decían que nos lo expropiaría el Ayuntamiento. Ese es el miedo de la gente. Eso sí, aquí no puedes hacer lo que te de la gana. Aquí se ha recuperado todo lo recuperable”. E insisten: “Esto existe y lo que hace falta es recuperarlo y que se sepa que aparte de las ruinas y de los edificios que no se han conservado, que hay vecinos, que no somos de dinero como dicen algunos, que queremos recuperar intramuros”.