Princi Jerez es un entorno de viviendas que fueron creciendo en las sucesivas expansiones de Jerez, con bloques altos y ordenados que a menudo dan hacia una pequeña isla de árboles y con muchos bajos comerciales. Un pueblo dentro de una ciudad, dice una vecina, algo que comparte con otros barrios modernos señeros como La Granja, aunque Princi Jerez no está tan lejos del centro. Un barrio tranquilo que ya no mira hacia un presidio ni hacia un descampado sino hacia una universidad y hacia dos comisarías un poco más hacia abajo, y hacia una ronda Este urbanizada. Los matrimonios que llegaron allá por los setenta ya tienen nietos.
En estas calles sobreviven comercios que en otros barrios se han ido perdiendo. Tiene su tienda de electrónica, su zapatero, su salón de uñas, sus tiendas de ropa, más allá de los clásicos qiue perviven en todos los barrios: farmacias, fruterías y ferreterías, amén del todo lo relacionado con alimentación. Sobrevive y rivaliza con tiendas que ya se ven en áreas comerciales o ya se han extinguido. La zona tuvo hasta su cine, a dos pasos, pero el tiempo también pasa por estas calles.
Y también la crisis sanitaria. Hay locales vacíos que ya no han soportado la crisis del covid. Otros dan patadas adelante. Son el comercio de cercanía, ése al que los centros comerciales no son la única amenaza, sino el masivo online. El pan, el paracetamol o los cáncamos no se piden por AliExpress, al menos de momento.
Montse Herrera es propietaria de una tienda de ropa y calzado, Jesma. Empezó con el negocio hace cinco años, al volver de Baleares y Cataluña de trabajar en hostelería y limpieza. "Una se hace mayor y junté dinero para montar algo ya en Jerez. Y no soy de montar bares", indica. Hasta que llegó el covid, todo iba bien. "Me cogió con todo comprado para comuniones, Semana Santa y Feria. Me quedé sin nada... Cada vez que me acuerdo, ojjjjj", dice secándose una lágrima sorprendente porque habla con energía y alegría. Sacó el stock a un precio más bajo para que "no se quedara de un año para otro". Ahora han cobrado protagonismo las zapatillas deportivas, el chándal y la babucha.
El horario comercial le parece insuficiente en la actualidad. Llama a la responsabilidad de la gente para hacer frente a la pandemia. "Aquí lo más hay dos personas en la puerta, no hay aglomeración", y mientras ve en el entorno de su casa parques con personas sin mascarilla, reunidos. "Yo he probado de varias maneras. Quedarme aquí a la hora de comer, no cerrar hasta las seis. O abrir antes, a las cuatro. Pero no. Al final se queda una hora, de cinco a seis, y no vivo cerca, así que no me compensa, cierro ya como siempre a la una y media". Este año, si acaso, para gastos. La Navidad está a la vuelta de la esquina. Falta un mes exacto para Nochebuena. Y todo es cuestión de verlo. Se marca "enero para ver qué hacemos". No es la única.
Elena es propietaria de un salón de uñas a la vuelta de la esquina de Montse. "Llevo cerca de dos años. Es un poco difícil ahora. De cuatro a seis es una hora muerta. Pero no nos va tan mal", dice mientras hace las uñas a una mujer. "Se nota por el tema económico", reflexiona. El fin de las clases presenciales en el vecino Campus de Jerez le ha afectado negativamente. "Ya los padres no tienen dinero para decirle a su hija que venga, tengo mucha clientela de la Universidad", lamenta. "Esto no es una cosa muy principal".
Ha instalado unas pantallas entre la clienta y ella misma en las mesas para evitar contacto, amén de la mascarilla. "No sé si la pantalla es obligatoria o no, pero es para proteger a mis clientas pero también a mí. Nadie me dijo que la pusiera, no hizo falta". Ha perdido clientela, insiste, pero no por miedo. "Da más miedo ir al bar, digamos, que a un salón de belleza. Y para estar en su casa, no las luce. Si no hay fiestas, no se las hacen".
A unos metros, Manuel González es propietario de Magonpe, "de Manuel González Pérez". Desde los 11 años está entre zapatos, remendando. "Cuando empecé en una calle por atrás, este edificio no estaba. Aquí llevo más de 30 años": La gente no se arregla zapatos en esta crisis. Sí en la anterior, quizás, cuando en lugar de comprar, se prefería el arreglo. "Es que no hay fiestas, eventos. La gente sale a andar, pero en deportes. En mi recorrido en la profesión, ésta es la crisis más duras. Y de cinco a seis no merece la pena venir".
Ya no es, ni siquiera, por el horario comercial. "Estar abiertos... Es la pescadilla que se muerde la cola, si la gente no sale... Tampoco repercutiría que pudiéramos abrir. Ayer recorrí Jerez andando por la tarde, porque me gusta andar, y no había nada". Sí habla de una especie de respiro para su negocio concreto. Cuenta que las fábricas de zapatos venden menos. "Si la tienda no lo vende, no los producen. Vino un cliente y me dijo 'Manolo, es que no encuentro este zapato'. Es que no lo hacen ahora".
Su tienda aguantará, dice. Son muchos años. "Me conoce mucha gente, abarco zapatos, cremalleras, botas, bolsos...". Pero "mi teoría es que esta crisis se va a llevar por delante muchos negocios. El que esté ahora empezando, lo tiene crudo". Hasta que "la gente se sienta con libertad de salir a la calle, salir de fiesta, hasta entonces, creo que va a ser todo igual. Muchos con los que está entrando no aguantarán.
Sí, pongo las cosas en facebook y 200 megusta, y 20 preguntas por privado, pero... Hay tanta gente en ERTE
En una tesitura respecto a echar de menos las fiestas, por cuestiones comerciales, está Gema Candón. Es propietaria de Buho Complementos desde hace tres años. "He estado muy contenta este tiempo. He estado tres años en un puesto de venta ambulante en El Puerto. Frío, calor, muy duro. Y cuando me quedé embarazada ya pensé en dedicarme más a esto y dejar ese ritmo de vida", indica. Decidió, en lugar de irse a calles más populares del Centro, abrir en un barrio, porque "se hace vida en las barriadas. Tiene más continuidad, con su propio hábitat. No es luchar contra los grandes centros comerciales, pero he estado contenta". La bisutería "la monto yo. Tengo también tallas grandes. Mi clientela es mujer de más de 40 años".
También, como Montse, tuvo que vender o casi malvender el stock de la primavera durante la desescalada, productos a los que había que dar salida para, al menos, perder menos o no perder. "Yo tengo la idea de que si tengo que quitar de la comida para la tienda, mejor cerrar, porque mi marido trabajo. Esto tiene que ser una ayuda para la casa". Y si no lo es, en enero plantea echar la baraja para siempre, y no vivir así en una eterna incertidumbre. "Es desesperante".
Las medidas "son sensatas, por un lado, que si no nos cierran, parece que esto no se acaba. Pero como autónoma, es imposible. A las cuatro de la tarde no hay nadie. No tenemos costumbre de salir después de comer. O nos ponemos con el fregado o nos sentamos en el sofá". Y las redes sociales no son una bicoca. "Sí, pongo las cosas en facebook y 200 megusta, y 20 preguntas por privado, pero... Hay tanta gente en ERTE".
Un comercio de proximidad que tiene que empezar a vérselas para copiar estrategias de marketing de multinacionales. Unos horarios que, si bien pueden considerarse necesarios por una pandemia, no dejan de ser un puñal para los empresarios de toda la vida, autónomos sin nadie a su cargo. Gente que emprende por un salario, no para una casa en Zahara. Son las realidades de esta crisis sanitaria, social y económica. "La culpa no la tiene nadie", decía Elena. "Es del virus. De donde haya salido".