“Sin los labradores no hubieran podido existir ni Gutenberg, ni Cervantes, ni Colón, ni Reclus, ni otros grandes pensadores”. Esta cita forma parte de uno de los artículos publicados en el periódico La voz del campesino, que dirigía el jerezano Sebastián Oliva. Durante muchos años, los textos publicados por esta hoja campesina estuvieron perdidos en las dependencias del Instituto Internacional de Historia Social de Amsterdam, aunque ya hay algunas copias –unas 60– en la ciudad. A los Países Bajos llegaron en plena Guerra Civil, cuando la documentación de organizaciones obreras partió hacia tierras holandesas en cajas de madera para que pudieran conservarse. Las que corrieron peor suerte acabaron quemadas.
Oliva, viticultor, desde muy joven comenzó a destacar en las luchas campesinas de principios del siglo XX, fue presidente de la Federación Nacional de Agricultores (FNA), con sede en Jerez, que luego pasó a formar parte de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), organización sindical que le ha puesto su nombre a la biblioteca que tiene en su sede jerezana. “Se nos ocurrió porque era el anarcosindicalista jerezano más conocido y se dedicó mucho a la cultura y la educación”, cuenta Francisco Cuevas Noa, miembro de la CNT de Jerez.
El homenajeado, Sebastián Oliva, fue durante muchos años maestro ‘cortijero’, ya que iba de cortijo en cortijo –sobre todo por los de la carretera de Trebujena y la de Arcos–, en mula o en bicicleta, dando clases para enseñar a leer y escribir a la gente del campo. Hasta tuvo una escuela en la calle Cruces de Jerez. Pero su empeño estaba en defender los derechos de los campesinos. “La tierra para el que la trabaja” era el lema que solía aparecer en su periódico. Y en ello se esmeraba.
Parte de la familia de Oliva, varios residentes en Jerez, otros en Málaga, una nieta de Ceuta y otras que viven en Suiza, asisten al reconocimiento al líder anarcosindicalista, al que “no se le había hecho nunca nada desde hace 80 años que lo mataron”. Sebastián Oliva fue fusilado por los fascistas, el 19 de agosto de 1936, en el entorno del Alcázar de Jerez.
Su figura, estudiada por hispanistas franceses, es casi desconocida en España. Para el escritor soviético Iliá Ehrenburg, en palabras recogidas en el libro España república de trabajadores, las ideas de Oliva “son candorosas y enrevesadas. Toda la fuerza se le va en los sentimientos, en su extraordinaria pasión, en su devoción fanática por su verdad, bastante confusa para los demás, pero para él infalible. Si viviese en otra parte, se le podría llamar semianarquista y semicomunista. En Jerez no tiene más que una denominación: campesino andaluz”.
La publicación de Ehrenburg también recoge otra cita esclarecedora: “Jerez, para el resto del mundo, sigue siendo lo que ha sido siempre: vino color oro pálido. Un vino que embriaga ligera, dulcísimamente. Tal vez ocasionara una jaqueca a sus aficionados si adivinaran lo que es el otro Jerez, el Jerez de la lucha por la justicia”.
Durante la II República, hacia 1932, el jornalero jerezano volvió a dirigir La voz del campesino, ya entonces posicionado como treintista, es decir, con una tendencia más moderada que apuesta por una fase de preparación antes de realizar la revolución social. Sus ideas, en aquella época, hizo que estuviera largos periodos de tiempo en la cárcel. Ahora, 80 años después de ser fusilado, se le empieza a recordar en Jerez, donde aportó tanto a la cultura y a la lucha obrera. Nunca es tarde.
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