Estudiantes pasan una noche en la UCA para protestar por las leyes educativas y el recorte en becas: "Para el primer año de carrera tengo dinero, el segundo no sé qué pasará", dice una alumna de bachiller.
Cristina está en segundo de bachiller en el IES La Granja. En 4º de ESO tuvo un 9,38 de nota media y el año siguiente, un 8. Ese curso le dieron 200 euros de beca, este año, nada. El curso que viene quiere estudiar Historia en Puerto Real, para lo que calcula que gastará unos 200 euros al mes en transporte. Cuenta que el primer año de carrera, con la matrícula rondando los 800 euros, lo tiene asegurado. “Mis padres llevan ahorrando mucho tiempo para eso, pero el segundo no sé qué pasará si no tengo beca”.
El padre es funcionario y su madre lleva dos años en paro. Su hermano mayor, que cursa Periodismo en Sevilla, sí está siendo becado, pero no le llega para la estancia, el transporte y los gastos que conlleva estudiar una carrera. “El paro de mi madre se lo lleva mi hermano y con los 1.200 euros que cobra mi padre nos vamos apañando…”, relata. Menos mal, dice, que tiene ayuda de su abuela, y de una tía soltera que también les echa una mano. No sabe cómo pagará sus estudios. O si los terminará.
Esa misma inquietud comparten muchos de los que la rodean. Está sentada en un banco del campus junto a varios amigos durante el encierro convocado por la Asamblea de Estudiantes como parte de las acciones de protesta por las leyes educativas actuales. Vienen con provisiones, bocadillos y zumos, para pasar la noche. En un aula cercana piensan ver una película, tener una asamblea y pintar pancartas para matar el tiempo. Hasta uno de ellos saca una guitarra y comienza a cantar El abuelo Frederick de Los Delinqüentes. La reivindicación no está reñida con la diversión.
La Lomce es el principal blanco de las críticas de los estudiantes ya que, apuntan, lleva a la precarización de la enseñanza. También el sistema 3+2 que pretende implantar el Gobierno –ahora en funciones–, por el que las carreras pasarán a ser de tres años y un máster obligatorio de otros dos. “Ahora un máster vale entre 3.000 y 5.000 euros, con el 3+2 costaría unos 8.000 euros cada año como mínimo”, sostienen los estudiantes, que creen que la intención de los bancos –el Santander tiene cajeros en la UCA, por ejemplo– es que pidan préstamos. “Esto es tener una hipoteca con 18 años”, sostiene Cristina, alumna del IES La Granja.
Francisco Javier es de Algeciras. Estudia en Jerez desde este curso y vive de alquiler. Trae buenas notas del grado superior que hizo antes de entrar en el campus, pero le denegaron la beca. “Mi padre es pensionista y no tributaba”, dice como posible causa. Porque no tiene claro el motivo. Lo que sí es segura una cosa: “No puedo pagar la matrícula”. En mayo debe abonar al menos una parte de los 500 euros que le cuesta. Si no le llega la beca –“de mi clase no se la han aceptado a nadie”, dice– afirma rotundo: “Tendría que volverme a Algeciras”.
Los créditos –las unidades en las que se divide cada asignatura– están ahora mismo a un precio de 12 euros por unidad, 24 euros si se suspende la materia y se vuelve a matricular al año siguiente y 36 euros si pasa una tercera vez. Por eso, los amigos de Cristina, repiten: “Si no nos dan beca no podríamos estudiar”. Y cuentan que fotocopiar un manual de alguna carrera cuesta sobre unos 20 euros, cuando el libro nuevo vale unos 50.
“Un amigo mío trabaja para pagarse la carrera, pero como trabaja no le da tiempo a prepararse bien las asignaturas y puede que suspenda alguna, que paga más cara… es un círculo vicioso”, dice Cristina. “Creemos que la universidad nos pertenece a los alumnos, no a los bancos”, añade Jesús Merchán, portavoz de la Asamblea de Estudiantes, que pone énfasis en la situación de centros escolares como el IES Fernando Quiñones.
Marta es delegada de centro del instituto, que ha copado titulares desde inicio de curso por el mal estado de las aulas prefabricadas que tiene. Ella estudia en una. “Son lo peor, los baños tienen las puertas oxidadas, las paredes desconchadas…”, relata. Y tienen goteras. Cuando llueve, dice, hay que desconectar los calentadores porque las paredes, de chapa, dan calambrazos. “Durante los exámenes es infernal, te enteras de todo lo que se habla en la clase de al lado”, añade Marta, que espera que las obras de las nuevas aulas, ya licitadas, empiecen pronto.
En el encierro, medio centenar de alumnos pasan la noche en un aula del campus. Entre reuniones y actividades pasan la noche. “Hay mucha gente inconsciente”, dice uno de los alumnos, lamentando que no haya más compañeros con ellos. Pero poco a poco van creando escuela. Nunca mejor dicho.