Paciencia, tranquilidad y ganas por mantenerse ocupado. El mar fue testigo durante muchas temporadas del esfuerzo y el sudor de Juan Rivera González, que capeaba temporales en un antigua traiñera de nombre Mari Paz. Así lo recuerda este barbateño de 86 años que ya lleva unos cuantos jubilado, pero que prefiere entretenerse produciendo artesanía. En su pequeño taller -una vivienda de las más antiguas que hay en la localidad- se dedica a pasar el tiempo realizando bolsos, lámparas, sillas, escobas y un buen número de utensilios con palma.
“En vez de estar en el bar bebiendo vino, me quedo en el taller haciendo capachos”, así lo entiende Rivera que sabe que esta ocupación le sirve para que sus manos, hendidas ya por el tiempo, mantengan la vitalidad suficiente para mantenerse lúcido. Así también lo sugieren los expertos a la hora de hablar de los problemas de los mayores, que necesitan ocupar su tiempo. Es por ello que es más que beneficioso que éstos encuentren un hobby que les apasione y les haga sentirse bien. No solo bien, sino también útiles.
Para Juan el escollo viene desde hace unos años que no puede “irse al campo a coger palmas”, por la falta de autorización pertinente y ha tenido que reciclarse con otras materias primas, como es el caso del esparto. Un producto que le sale más caro y lo tiene que importar desde otro lugar para poder realizar sus trabajos. En su amor por su pueblo y el entorno que le rodea, él, junto a su mujer Ana Trujillo Guerrero, han mantenido durante muchos años el embellecimiento del casco histórico del municipio con macetas y su casa “bien encalá”. Tanto es así, que el propio Consistorio les dedicó una azulejo conmemorativo poniéndolos como ejemplo de “toda una vida comprometidos con su entorno”. En este sentido, Juan se está dedicando ahora a realizar soportes de esparto para colgar las macetas, que él mismo tiene enganchados en el pretil de la azotea de su casa.
No lo considera un oficio, sino una ocupación y no tiene ninguna necesidad de vender los productos, aunque si cae alguno mejor. Cuenta con arte y gracia que un día vino un señor preguntándole por si hacía pequeñas sillitas. Al preguntarle que para qué las quería, el señor le contestó que para sentar a sus ‘barbies’. Él no le dijo nada más, pero poco a poco empezó a darle vueltas a la cabeza para hacerlas, hasta que lo consiguió. Si bien en un principio las hizo con unas proporciones normales, se percató que las citadas muñecas tienen “las piernas muy largas” y las hizo a medida. Del señor no ha vuelto a saber nada más, aunque quien sabe si Mattel -la empresa creadora de las muñecas- algún día le pondrá este completo.
En sus últimos años, antes de su jubilación, regentó un pequeño quiosco de chucherías en ese mismo lugar donde hoy es su taller, muy conocido por su hijo Manolo, un apasionado del Real Betis Balompié y destacado en el barrio por su carisma. Un oficio o dedicación que teme Juan que algún día se pierda por lo complicado que resulta, pero que a él le sirve para seguir ocupado y lúcido a sus casi noventa años.