Son elementos muy comunes en las playas de la provincia. De servir para defender la costa de posibles invasiones, ahora son construcciones que están abandonadas a su suerte, algunas medio hundidas en la arena, con parte de su estructura desprendida. Para algunos provocan contaminación paisajística, para otros son curiosos, incluso bonitos; de hecho existen varias rutas para seguirlos.
Son los búnkeres, que forman parte de no pocas playas de la costa gaditana como si fueran vestigios singulares, pero están abandonados, medio derruidos por el azote del mar y, evidentemente, algunos de ellos son un peligro. Su construcción data de la década de los 40 del siglo pasado, poco después de finalizar la Guerra Civil.
Aquella decisión obedeció a proteger la costa de la llegada de las fuerzas aliadas, ante la situación estratégica de estos enclaves frente a África, lo que convirtió la zona en un emplazamiento muy deseado por las potencias aliadas. Otras fuentes cuentan que las defensas se levantaron para defenderse de una posible invasión alemana desde el continente africano tras la negativa de Franco a entrar en la II Guerra Mundial.
Sea por una causa u otra, ya perdida en los tiempos y sin razón de conservarlas, lo cierto es que estas fortificaciones militares se construyeron dentro de un plan diseñado por una comisión que se dedicó a la fortificación de la costa sur con 90 búnkeres a lo largo del litoral occidental de la provincia de Cádiz. Se ejecutaron 55, de los cuales ‘viven’ al menos 18 unidades, casi todos nidos para dos ametralladoras, como los dos búnkeres de Camposoto en San Fernando.
Esta medida se extendía desde la punta del Malandar, en el coto de Doñana y frente a Sanlúcar de Barrameda, hasta Chiclana de la Frontera, para seguir con un específico sistema en el Campo de Gibraltar y la Janda, desde Conil a Guadiaro. Evidentemente, tras la derrota alemana, el programa cayó y desde entonces estas construcciones han quedado a merced y caprichos del mar.
Los historiadores que se han interesado por esta red de búnkeres señalan que fueron levantadas con mano de obra de los llamados Batallones Disciplinarios de Trabajadores, constituidos por miles de presos provenientes del Ejército Republicano.
En este reportaje, lejos de enaltecer estas edificaciones que no tienen ningún valor o catalogación histórica oficial, se pone de manifiesto el problema de seguridad que presentan porque las ganas de aventuras de los más pequeños invitan a entrar y a jugar dentro de ellos.
Las ilustraciones fotográficas seleccionadas se corresponden con algunas de estas defensas situadas en la playa de Camposoto en San Fernando, con más de seis kilómetros de extensión. Hasta hace más de 20 años fue un campo de tiro del Ejército, playa que está dentro del parque natural de la Bahía de Cádiz.
Desde las marismas de Camposoto, la Punta del Boquerón y la misma playa, se reparten siete construcciones defensivas en un mal estado de conservación pero que siguen atrayendo a grandes y pequeños picados por la curiosidad de entrar en su interior. De lo que no son conscientes es de que estos búnkeres no son objeto de intervención alguna para su conservación. Están ahí, más como un recuerdo a la dejadez que otra cosa... por mucho que, ciertamente, a muchos turistas les guste.
Esa falta de mantenimiento, que viene desde hace al menos 80 años, ha puesto en peligro su estructura con el consiguiente riesgo de que se produzcan derrumbes, algo que ni siquiera se advierte con señales o paneles informativos en ninguna de estas construcciones. Lo que sí es evidente son los huecos y accesos abiertos ‘invitando’ a entrar, especialmente a los más pequeños proclives a buscar aventuras, o subirse a la cubierta para usarlos como trampolines.
Son elementos tangibles de la historia del país que, a día de hoy, por cuestiones de seguridad, para muchos sobren en las playas, algunas de ellas –de las que tienen búnker–, con un elevada ocupación en verano. Pero ahí siguen sin que conste iniciativa alguna por parte de la administración del Estado, que es quien tiene las competencias sobre la costa, para demolerlas, cegarlas o, al menos, señalizarlas… pero parece menos costoso dejarlas a merced de los elementos con el mar reclamando cada día ese espacio hasta hacerlas desaparecer.