Casetas, caballos, motos y muchos jerezanos: 80 años de Valdelagrana como destino turístico

En los años 40 la playa de Levante pasó a las dependencias municipales de El Puerto. José Ignacio Delgado, Nani, es uno de los que presenciaron la construcción del paseo marítimo o la avenida de la Paz

José Ignacio Delgado, Nani, junto al primer cartel de la exposición en Valdelagrana. FOTO: MANU GARCÍA
José Ignacio Delgado, Nani, junto al primer cartel de la exposición en Valdelagrana. FOTO: MANU GARCÍA

El viento de levante sopla con fuerza en el paseo marítimo de Valdelagrana. Se nota que es temporada de vacaciones porque las bolsas de aparcamientos están repletas de coches y la playa rebosa de sombrillas de colores. Son cerca de la una de la tarde y, por las aceras, locales y visitantes pasean tranquilamente frente al mar mientras que los hosteleros desinfectan las mesas a la espera de los comensales. Nunca se ha visto un verano tan atípico como este en la urbanización. En la escena turística, todos llevan mascarillas, un hecho impensable hace décadas.

“Esto es una hecatombe económica de primer orden”, lamenta José Ignacio Delgado, al que todos llaman Nani. Sus ojos están clavados en las fotografías antiguas que componen la muestra al aire libre Un paseo histórico por Valdelagrana. Las imágenes, extraídas del Archivo histórico municipal de El Puerto, le trasladan a unos tiempos en los que la palabra covid no existía y la urbanización se encontraba en pleno desarrollo turístico.

Nani, técnico auxiliar de Patrimonio Histórico al que le apasiona su trabajo, ha vivido en sus carnes la evolución de este enclave portuense que adopta su nombre, no solo de sus propietarios, descendientes de la Casa de los Medinaceli. Dicen que “un barco cargado de grana se hundió en la playa del coto de Los Conejos y estuvo durante meses tiñendo el mar de color granate, que se conseguía mediante una cochinita”, relata. Así, Valde- viene de baldío y -grana, de granate.

Muestra de fotografías antiguas en el paseo marítimo de Valdelagrana. FOTO: MANU GARCÍA

Antes de que la playa de Levante pasara a dominio municipal, era un terreno privado perteneciente al administrador del ultimo conde de los Medinaceli, Rodrigo Pullana. Por aquel entonces, las clases altas frecuentaban la costa, “se estaba dando ese turismo de élite porque se estaba considerando que la playa era beneficiosa desde el punto de vista médico, se empieza a entender que el mar era un bien para todo, para el cuerpo y la mente”, detalla Nani que asegura que antes “los nobles no estaban morenos, el sol realmente era de la clase trabajadora”.

En la década de los años 40 el alcalde, Luis Caballero, enamorado del terreno, decidió comprárselo a la viuda del propietario, Josefa Bolaño. Aunque la playa estaba abierta al público, ahora pasaba a estar en manos del Ayuntamiento, que pronto inició un proyecto urbanístico.  “De pequeñito me traían a esta playa”, dice Nani, que recuerda como en alguna ocasión llegó a ayudar a los marineros a tirar de la red mientras practicaban la pesca al boliche. “La barca se metía en línea recta adentro del mar, y después los marineros, con el agua hasta el pecho, jalaban de la red para obtener la pesca en la orilla”, dice frente a una imagen en blanco y negro de la actividad.

Pronto se empezaron a vislumbrar las huellas del turismo en Valdelagrana con la construcción de los primeros hoteles. El pionero fue el Caballo Blanco de la cadena Melía, a pie de carretera, seguido de Puertobahía, en primera línea de playa. A principios de los 60, la famosa avenida de la Paz, que facilita el acceso a la playa, y el paseo marítimo con más de dos kilómetros ya estaban en marcha. Después, vendrían los apartamentos turísticos de Blegamar y las Colominas, pero antes todavía quedaba tiempo para disfrutar de las casetas, emblema de las playas portuenses.

Nani durante la entrevista explicando los paneles de la muestra. FOTO: MANU GARCÍA

“Al principio las casetitas eran pequeñitas, nada más que un vestidor, y luego más grandes, la gente se afincaba ahí desde la bendición de las aguas con la virgen del Carmen, y algunas tenían de todo, salón e incluso dormitorio”, explica Nani, que alguna que otra vez iba a la caseta de su tía a pasar el día. “En la caseta de al lado se formaba una tremenda, siempre tenían por la noche juerga flamenca, tenían su espectáculo montado, algunas mañanas quedábamos allí y estaban todavía los rezagados durmiendo”, comenta el portuense de pura cepa que veía como algunas familias llegaban a quedarse a descansar en las furgonetas si no tenían una caseta.

Valdelagrana se llenaba de turistas procedentes de las ciudades de interior cercanas. Pero, los veraneantes por excelencia siempre han sido los jerezanos, que desde antaño han adoptado la playa como propia. Nani recuerda cuando “te bajabas del autobús y lo primero que veías era una bandera de Jerez, que la puso el Ayuntamiento para darle la bienvenida a los jerezanos” y añade que “en vez de estar la de El Puerto, estaba la de España y la de Jerez”.

Las anécdotas en torno a esta tendencia son muchas. Todavía queda en la memoria de Nani cuando Emilio Botello se dirigió al consistorio jerezano para pedir permiso para montar una caseta en Valdelagrana y el funcionario le comunicó que debía acudir al ayuntamiento de El Puerto para la gestión. “Y Emilio le dice, eso es lo que quería escuchar yo”, cuenta el técnico mientras contempla los paneles.

Nani señalando el hipódromo construido en los años 60 en Valdelagrana. FOTO: MANU GARCÍA

En este enclave también llegaron a celebrarse carreras de caballos, como en Cádiz y en Sanlúcar. Además se construyó un hipódromo que salta a la vista por las grandes dimensiones que presentaba. A su vez, en la orilla de la playa se organizaban carreras de motos y de bicicletas. Las ruedas se deslizaban por la arena de esta playa que en los años 60 incorporó los servicios de vigilancia, limpieza y socorrismo. “Una azafata me decía: le temíamos al domingo porque era el día que los niños se perdían continuamente, y tu que hacías con el chiquillo llorando, pues le comprabas un helado, uno vale, pero cuando llevas diez la jornada te salía bastante cara”, expresa Nani con una sonrisa en la cara, aunque no se le vea.

En aquella época, los locales de restauración también buscaban su sitio. Al principio, tan solo había ocho bares situados en la orilla y en ellos era habitual tomarse una gaseosa Valdelagrana, de naranja, de limón y de blanca. “Muchísimas poblaciones tenían su propia gaseosa”, explica Nani que también le vienen a la mente otras bebidas de moda como “Zeppelin, que la hacía la familia Rivas, y Volpa, que era como la cocacola de la época”.

Pero en La Jerezana o en el bar Tadeo, no solo ofrecían refrescos para apaciguar el calor sino que también alquilaban bañadores, que podían ser de estreno o usados, estos últimos más baratos. Según Nani, “los guais de la época eran los bañadores Meyba, de pantaloncito corto, que eran los más exclusivos”.

Uno de los paneles de la muestra con fotos del paseo marítimo. FOTO: MANU GARCÍA

Los primeros turistas, también regionales procedentes de Sevilla o de Córdoba, tomaban el sol en el terreno que se extiende junto al parque de los Toruños, pero sin sombrilla, ese artículo tan común todavía no existía. Los recuerdos de Nani reviven a cada paso. “Mi padre todos los veranos cogía siete cañas cortadas y una sábana de casa y hacía un sombrajo, y una de ellas, la clavaba en la orilla con el melón o la sandía amarrados. Como no había nevera, se tiraba a la orilla desde que llegábamos hasta la hora del almuerzo y en el agua iba cogiendo la temperatura fresquita”.

En aquellos años, Valdelagrana ya se anunciaba como destino turístico en los carteles que se colgaban en las oficinas de turismo de toda España, e incluso se proyectaban en los cines de la época. La urbanización, que ahora cumple 80 años bajo la tutela del consistorio portuense, preserva el movimiento de turistas en sus rincones. Las historias del portuense son el vivo reflejo de una sociedad que este año se enfrenta a la incertidumbre. Con la esperanza de que vuelvan los veranos de siempre, Nani espera que la escena de las personas con mascarillas sea tan solo una fotografía antigua más de una exposición cualquiera dentro de 20 años.

Sobre el autor:

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Patricia Merello

Titulada en Doble Grado en Periodismo y Comunicación Audiovisual por la Universidad de Sevilla y máster en Periodismo Multimedia por la Universidad Complutense de Madrid. Mis primeras idas y venidas a la redacción comenzaron como becaria en el Diario de Cádiz. En Sevilla, fui redactora de la revista digital de la Fundación Audiovisual de Andalucía y en el blog de la ONGD Tetoca Actuar, mientras que en Madrid aprendí en el departamento de televisión de la Agencia EFE. Al regresar, hice piezas para Onda Cádiz, estuve en la Agencia EFE de Sevilla y elaboré algún que otro informativo en Radio Puerto. He publicado el libro de investigación 'La huella del esperanto en los medios periodísticos', tema que también he plasmado en una revista académica, en un reportaje multimedia y en un blog. 

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