El 'subidón' de arrancar por todo lo alto

La Feria de Primavera y Fiesta del Vino Fino de El Puerto vive su primer miércoles de velada tras el parón pandémico con mucha emoción, fuegos artificiales, un espectáculo ecuestre y un baño de políticos de todos los colores

La Feria de El Puerto, en una pasada edición.

Entusiasmo. Emoción. Nervios. Nada más pisar el recinto de Las Banderas, un cosquilleo agradable invadía uno de los momentos más esperados del año. Vaya subidón ver al Ratón Vacilón y a los chavales preparados para montarse en los coches de choque. El rugir de las atracciones. Ese ruido característico que queda en la lejanía al llegar a la fuente. Mítica rotonda de encuentro donde algunos ya planeaban en qué caseta zamparse unos montaditos y otros miraban el móvil en busca de su gente.

Con solo levantar la vista el imponente Toro de Osborne, el más grande del mundo, daba la bienvenida a los amantes de esta fiesta popular que por fin volvía a sus andadas. Probablemente, el animal estaría sonrojado ante la cantidad de flashes que le iluminaban minutos antes de brillar con luz propia. Quedaba más de media hora para la inauguración oficial, pero muchas personas ya se habían aferrado a las vallas que delimitaban el espacio donde ocurriría todo. Se notaban esas ganas inmensas de arrancar por todo lo alto.

En las casetas resonaban sevillanas y rulaba la media botella de Fino Quinta vestida con un diseño atrevido. Escenas al margen de lo que se cocía debajo de los huevos del toro. Los periodistas y los representantes políticos se aglomeraron en torno a la tarima. Mucho saludo, alguna que otra foto y cámaras preparadas para inmortalizar la estampa. El móvil marcaba las 22.00, hora prevista para los actos de la velada, y a la boca de Germán Beardo, alcalde, todavía le apuntaba un micro.

Pronto, los presentes se impacientaron y comenzaron a silbar, gritar y armar un jaleo que no cesó hasta que no llegó el consejero de Salud, Jesús Aguirre —sin él no había espectáculo, era el encargado del machetazo simbólico. De pronto, el primer petardazo sobresaltó al personal. Por primera vez en la historia, la pirotecnia iniciaba la Feria. Algo nunca visto —la tradición es que se reserven para la despedida. “No tenemos que dejar lo mejor para el final”, decía Calleja. Sin duda arrancó a lo grande pero, tranquilidad, también se lanzarán como colofón. Aunque para eso todavía queremos que quede mucho.

La fiesta acaba de empezar. El alumbrado se encendió entre aplausos, contemplado por los rostros de las familias, que lo decían todo. Cabeza inclinada hacia los cohetes de colores, boca abierta y móvil en mano para capturar un momento histórico. La gente estaba eufórica. Tanto, que hasta la traca se hizo larga. El cielo se iluminó de verde Andalucía —que para eso la Feria está dedicada a ella— y un estruendo final volvió a exaltar los corazones portuenses.

Mientras tanto, Aguirre no soltaba el catavino. Estaba el hombre gozando —o al menos eso transmitía—, y más cuando sonó el himno de su tierra de la mano de la Banda Maestro Dueñas, que dio paso al nacional. Uno de los saxofonistas no había soplado la última nota cuando de pronto, dos caballos irrumpieron en el recinto acompañados de dos flamencas. Uno de los equinos casi se lleva por delante a los comunicadores, que no sabían ya donde meterse. La Policía despejó el pasillo para que las mujeres intercambiaran miradas con los pura raza al compás de sevillanas y todo fluyó.

Taconeo, faldas al vuelo, contoneo, va por la cuarta y “diez minutos más y continuamos”. ¿Qué era lo siguiente? Ritmo acelerado, canutazos, más canutazos para comentar el percal y reencuentros. Cómo se palpaba que la campaña política se aproxima. Allí estaba hasta el apuntador. Tantas caras conocidas que necesitaría dos párrafos más para enumerarlas.

Bajo los cerca de 380.000 puntos de luz, políticos, periodistas y curiosos se dirigieron en procesión a la caseta municipal, donde las familias estaban terminando de cenar. Atónitas no esperaban aquel desfile de enchaquetados que acaparó todas las miradas. Hasta la de una niña pequeña ataviada con un traje de volantes que en cuanto vio al consejero se acercó a él para sacarle a bailar, como si le conociese de toda la vida.

A unos metros, alejados del panorama institucional, los platos estaban llenos de tortilla, chocos, pinchitos y solomillo en la caseta de la hermandad del Resucitado. Desde allí se percibía que en la de enfrente, los Afligidos, ya había jarana. "Vamos a cantar la primera sevillana después de dos años", expresaba alegre el músico que se disponía a animar la primera noche de Feria. El volumen estaba tan alto que hasta las parejas de las casetas colindantes se levantaron para unirse al baile sin moverse del sitio. Rienda suelta al desenfreno que toca diversión pura y dura. 

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