Adiós a las papas del parque Calderón de El Puerto. Desde hace unos días, ya no se atisba al mítico, puesto que se ubicaba a la entrada, o al final, según se mire. Ver a las familias con un cartucho de este alimento va a ser difícil en la ciudad. José Luis Salguero Venegas, de 70 años, y María Teresa Palma Leiva, de 64, se jubilan después de 44 años vendiendo este tentempié para calmar el hambre.
El puesto de papas se había convertido en una parada obligatoria para los portuenses y visitantes que caminaban por el paseo junto al río Guadalete. No hace mucho, cualquier tarde de domingo estaba repleto de niños jugando a los tiritos, la escopeta de ferias, a los que no les faltaba uno de estos cartuchos en la mano. Ahora, este matrimonio inicia otra etapa.
“Hemos estado trabajando como si tuviéramos 20 años, pasábamos mucha calor”, recuerda Tere sin quitarse de la cabeza esas olas de calor que han sufrido el último verano. Llevan media vida frente a la freidora.
Tere y Jose Luis tomaron las riendas del puesto en 1979. Él trabajaba como mecánico en un taller, y ella, en la fábrica de cartones Cartonsa, que justo ese año sufrió un aparatoso incendio. “Éramos novios, nos quedamos los dos en el paro a la vez y decidimos cogerlo”, comenta la portuense a lavozdelsur.es.
Pero la tradición de papas ya la había implantado en el parque la familia de Jose Luis. Sus abuelos, Miguel Salguero y Lola Vanegas, lo fundaron en 1915 y, hasta que le dieron el relevo, se habían dedicado a hacer buñuelos y patatas.
Cuando el matrimonio llegó, se especializó en el producto por el que se le conoce y arrancó una aventura en este espacio histórico de la ciudad. “El puesto estaba enfrente de donde estábamos”, explica Tere, que cuenta que fue en los años noventa cuando pudieron cambiar el mostrador y el anafe por un quiosco equipado.
Antes, no estaban bajo techo y cuando hacía viento o lluvia estaban a la intemperie. “Solicitamos al concejal Bocanegra un quiosco en condiciones porque estábamos al aire libre y, a través de nuestra petición, dieron permiso para poner todos los que quisiesen”, recuerda el matrimonio, que también contaban con otro puesto.
Cuando acababan de vender churros —Jose Luis es hermano de Rosario Salguero, mítica vendedora de esta receta en la Plaza— se desplazaban al parque. “Antes de abrir ya estaba la gente esperando y nos preguntaban, ¿todavía no hay papas?”, recuerdan.
Son muchas las personas que les han expresado lo mucho que disfrutaban con sus cartuchos de papel. “En verano nos decían que la primera paradita era este puesto y que estaban deseando volver a probarlas, nos hacían fotos y todo. En muchos sitios no había y a la gente le llamaba la atención”, cuenta Tere.
Sus patatas artesanas tenían algo especial que enganchaba. Mucha experiencia y cariño, el ingrediente principal. Quedaban crujientes, y siempre caía alguna más blanda, la favorita de muchos paladares. José Luis se encargaba de pelar el tubérculo a mano para tener un buen saco listo antes de abrir. Después, las echaba en el aceite. “Mi marido veía a ojo cuál era la temperatura adecuada para freír, antes no había termostato”, comenta ella.
Durante muchos años, raro era el fin de semana que al pasar por el parque no hubiese una fila de personas con su euro en la mano. El matrimonio no olvida esos festivos como la Virgen del Carmen o la Patrona de la ciudad. “Las colas eran inmensas, esos días, en lugar de uno, encendíamos dos peroles para aligerar más la cola”, añaden.
En los últimos años, su hijo les echaba una mano en las fechas señaladas, cuando atendían a una clientela fiel que les ha acompañado desde sus inicios. De Sevilla, de Madrid y “mucha gente de Bilbao”. Quizá por la afición del portuense al Athletic Club.
Tere y José Luis están encantados de la trayectoria que han tenido. “Hemos tenido una clientela, de lo bueno, lo mejor. Estamos muy agradecidos y muy contentos, gracias a ellos hemos podido llevar el negocio para delante”, expresan después de casi medio siglo en el parque.
Ellos han visto con sus ojos la evolución de este rincón que antes era de albero y que ahora intenta recuperar esa afluencia con las obras del paseo fluvial. “El parque no es lo que era, ha cambiado mucho. Se ha quedado para carnavales, Semana Santa, la motorada y el verano. Y hay que pagar todo el año entero”, comentan.
Cuando anunciaron su jubilación, las redes sociales entraron en cólera. “Qué pena”, decían algunos vecinos. Pero, como dice Tere, “todo tiene un empiezo y un final” y, para ellos, ha llegado la hora. Sus papas siempre quedarán en los recuerdos de generaciones de portuenses y de turistas.
Comentarios