El faro abandonado en un pinar de Sanlúcar donde ocurrieron varias muertes extrañas

Este elemento fue construido en 1897 y sirvió, como el de Bonanza, del que se consideraba auxiliar, para señalizar la entrada del puerto; con los años, tuvo que tapiarse por seguridad tras ocurrir varios accidentes

Chema Hermoso, historiador sanluqueño, delante del faro de San Jerónimo en Sanlúcar.
Chema Hermoso, historiador sanluqueño, delante del faro de San Jerónimo en Sanlúcar. MANU GARCÍA

Una mariposa aletea sin rumbo por encima de unas flores amarillas. El ruido de los motores es inexistente en un paraje natural que guarda en sus entrañas una joya histórica. El único sonido de fondo que se percibe es el balido de las ovejas y el cantar de los pájaros. “Teníamos prohibido acercarnos aquí”, dice Chema Hermoso Rivero, de 45 años, desde el pinar de San Jerónimo, frente a la imponente estructura del faro del mismo nombre, en Sanlúcar.

El profesor de historia en la ESO, en el colegio Huerta Grande de este municipio gaditano, echa un vistazo a la torre de 24 metros de altura. La última vez que estuvo aquí fue cuando era un niño, en la década de los 80, en aquellos días de juegos en plena naturaleza, cada vez que iba a visitar a su tío, que tenía una casa muy cerca. “Veníamos mucho y siempre nos llamaba la atención, con este aspecto tan deteriorado”, comenta el sanluqueño a lavozdelsur.es.

En sus recuerdos, este ya era un elemento más del paisaje dejado a su suerte con una historia que contar. Se ha convertido en uno de los dos faros de río que siguen visibles a ojos de vecinos y visitantes. Resquicios de un pasado marinero a orillas de la desembocadura del río Guadalquivir que siguen resonando en el imaginario colectivo.

Faro de San Jerónimo en el pinar con el mismo nombre.
Faro de San Jerónimo en el pinar con el mismo nombre. MANU GARCÍA

Los orígenes del faro de San Jerónimo se remontan al siglo XIX, cuando, por iniciativa estatal, se mandó construir en el pinar que, por entonces, era propiedad del Marqués de Villamarta. Al frente del mismo estuvo José Enrique Rosende Martínez, arquitecto militar que realizó el proyecto en 1894, aunque no fue hasta 1897 cuando se inauguró.

“Este uruguayo acabó en el cuerpo de ingenieros de obras y caminos del Estado español, levantó más faros en la costa de África y en Puerto Rico, y fue el encargado de construir el puerto de Ceuta, después lo nombraron alcalde de allí”, explica Chema. En un primer momento, según cuenta un vecino de la zona, estuvo situado más arriba del cauce del río, y finalmente, se tiró para levantarlo de nuevo en el pinar.

Su estructura permanece desde entonces entre retamas, justo a unos 800 metros del faro de Bonanza, su hermano mayor. El más popular de los dos se erigió en 1864 gracias a Jaime de Font, el mismo que había ideado el de Chipiona, el más alto de España. Unas dos décadas después, comienza a funcionar el que es considerado un faro de quinta y sexta clase. Sus muros hablan del paso del tiempo, de la dejadez y del estado en el que se encuentra este elemento que nació como baliza.

Faro de Bonanza junto al puerto pesquero.
Faro de Bonanza junto al puerto pesquero. MANU GARCÍA
Otra perspectiva de la estructura marítima.
Otra perspectiva del antiguo faro. MANU GARCÍA

“Se construyó para demarcar la entrada del puerto de Bonanza, servía de ayuda al otro, con una luz fija. Esta era una zona estratégica y había que mantenerla bien señalizada, todo el tráfico de Sevilla pasaba por aquí. La barra del Guadalquivir es una de las zonas con más pecios hundidos del mundo”, expone el historiador.

En aquella época, el de Bonanza y el de San Jerónimo, ambos propiedad del puerto de Sevilla, no eran los únicos faros del lugar. Según las crónicas del siglo XIX consultadas por Chema Hermoso, se divisaban dos faros más, también con la función de ayudar a atracar a las embarcaciones. “Había uno a la altura del castillo del Espíritu Santo, y otro frente a Doñana, en la punta de Malandar”, detalla.

La humedad y la niebla envuelven a esta huella del pasado, cuyo nombre rinde homenaje al convento de los frailes Jerónimos que se hallaba en esta zona en el siglo XIV y hasta que cayó en las garras de la desamortización. “Estuvo muy vinculado al convento de San Isidoro del Campo de Sevilla en Santiponce, que es muy famoso”, añade.

Vista del histórico faro sanluqueño. MANU GARCÍA
Detalle de la torre que queda en pie en el pinar.
Detalle de la torre que queda en pie en el pinar. MANU GARCÍA

Durante sus 127 años de vida, el faro ha sido testigo de episodios históricos. Chema Hermoso rescata los acontecidos en 1936, durante la Guerra Civil, cuando el bando republicano intentó bloquear la barra del río Guadalquivir. “Trajeron el vapor Langford cargado de cemento. Querían hundirlo para evitar que todo el tráfico de material que enviaban los nazis a Sevilla pudiera pasar, pero acabó hundido fuera del canal por unas corrientes. Serafín de Castro Caballero, que era el farero de entonces de ambos faros, fue acusado de haber mantenido las luces encendidas para ayudar a la República. En noviembre de ese mismo año fue fusilado, pero nunca sabremos la realidad, si realmente colaboró”, sostiene el sanluqueño.

En verano de 1982 el faro de San Jerónimo dejó de funcionar, entrando en una nueva etapa de abandono, ruinas, vandalismo y alguna que otra historia escabrosa. “Con las nuevas balizas del río ya estos dos faros dejaron prácticamente de tener sentido”, comenta.

Con el tiempo, la casa del farero, una parte propia de todos los faros, desapareció quedando tan solo la torre de ladrillo y mampostería. El destino del de Bonanza, fue distinto, estuvo vigente hasta el año 2000 y, actualmente, es el más cuidado de la pareja gracias a la rehabilitación que la Asociación de Mujeres de Bonanza llevó a cabo en la casa del farero. “Aquel todavía mantiene la lámpara”, dice señalando el de Bonanza, que se puede observar desde el pinar.

“Este ya no la tiene, ha sido objeto de expolio”, comenta dirigiendo su mirada al punto más alto de la torre.

Faro de San Jerónimo a principios del siglo XX. ARCHIVO PROVINCIAL DE CÁDIZ
Faro de San Jerónimo a principios del siglo XX. ARCHIVO PROVINCIAL DE CÁDIZ
Chema junto al faro abandonado.
Chema junto al faro abandonado. MANU GARCÍA

La puerta del faro se quedó abierta, estando disponible su acceso para cualquier curioso que pasaba por el pinar. Según recuerda Hermoso, se podía entrar sin problema, “la gente se subía y se metía dentro, algunos se cayeron y se produjeron varios accidentes”. La leyenda popular cuenta que hubo vecinos que eligieron este faro para quitarse la vida, de modo que, a principios de los 90, “lo tapiaron por motivos de seguridad”.

Sus pequeñas ventanas revelan esos ladrillos que fueron amontonados en su interior para evitar desgracias en este faro que, probablemente, sea un foco de actividad paranormal para los amantes del misterio. Pero a la vista, lo que se puede percibir por los sentidos, es que ha sido víctima de actos vandálicos, con algún que otro grafiti en su fachada. “Lo curioso es que siga en pie con este estado de ruina. Creo que se ha mantenido por el paraje en el que se encuentra”, comenta el sanluqueño.

Patrimonio marítimo que muchos sanluqueños guardan en sus recuerdos. Protagonista de una bella estampa que ha quedado paralizada en el tiempo.

Sobre el autor:

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Patricia Merello

Titulada en Doble Grado en Periodismo y Comunicación Audiovisual por la Universidad de Sevilla y máster en Periodismo Multimedia por la Universidad Complutense de Madrid. Mis primeras idas y venidas a la redacción comenzaron como becaria en el Diario de Cádiz. En Sevilla, fui redactora de la revista digital de la Fundación Audiovisual de Andalucía y en el blog de la ONGD Tetoca Actuar, mientras que en Madrid aprendí en el departamento de televisión de la Agencia EFE. Al regresar, hice piezas para Onda Cádiz, estuve en la Agencia EFE de Sevilla y elaboré algún que otro informativo en Radio Puerto. He publicado el libro de investigación 'La huella del esperanto en los medios periodísticos', tema que también he plasmado en una revista académica, en un reportaje multimedia y en un blog. 

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