A Francisco Fernández Parras no le daban más de 48 horas de vida cuando ingresó en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla. Hasta el centro hospitalario llegó con quemaduras en el 75% de su cuerpo, después de sufrir la explosión de un transformador que Endesa tenía junto a la cocina del Hotel 100% Fun de Tarifa. El suceso fue noticia en medios de todo el país. La fuerte deflagración que se produjo en esta instalación acabó con la vida de dos personas —Mariluz Morillo y Sara Ojeda— y dejó graves secuelas a los otros seis trabajadores del hotel que, en ese momento, se encontraban comiendo a escasos centímetros del artefacto explosivo en el que se convirtió aquella tarde el transformador 29272 de Endesa.
Uno de ellos era Francisco, que pudo salir del lugar de los hechos por su propio pie. “Escuchamos un ruido raro, como si algo se hubiese roto”, cuenta en declaraciones a lavozdelsur.es. “Y luego empezó a arder”, añade, “por lo que intenté salir de ahí lo mas rápido posible, tuve que saltar el banco, pasar por detrás de una compañera, abrir una puerta y salir corriendo por un camino que hay detrás del hotel hasta el de al lado, donde pedí ayuda”. Así recuerda este joven tarifeño los primeros instantes de un suceso que cambió su vida, la de sus compañeros y la de la localidad para siempre. El 5 de agosto de 2017 es una fecha que quedó marcada en negro en el calendario de Tarifa, que no dudó en volcarse —y lo sigue haciendo— con los afectados, organizando actos benéficos para ayudar a las familias a soportar los gastos de abogados y alojamiento, sobre todo en Sevilla, donde fueron hospitalizados la mayoría de ellos.
Francisco Fernández estuvo sedado los 23 días posteriores al accidente. El 28 de agosto despertó y le contó a sus padres lo que recordaba del suceso. “Pregunté por Sara y Mari, eran las que habían fallecido y yo entonces no lo sabía, pero tenía esa intuición, porque se quedaron en shock en ese momento”, señala. Luego llegaron las largas jornadas en la Unidad de Cuidados Intensivos. “Nunca había estado aislado sin tener contacto con nadie, solo veía una hora al día mis padres, pero a través de un cristal porque tenía el cuerpo abierto y podía coger cualquier virus”, relata Francisco, quien solo tiene buenas palabras para el equipo médico que lo atendió. “Me llevo malos momentos, como las operaciones, las curas que son muy dolorosas… pero los enfermeros siempre estaban ahí para motivarte y sacarte una sonrisa”, dice.
Francisco sufrió quemaduras en el 75% de su cuerpo.
Entre agosto y finales de noviembre, Francisco fue sometido a una docena de operaciones. Tenían que injertarle piel en varias zonas de su cuerpo. Las piernas y los brazos fueron los que peor escaparon. Quemaduras de tercer grado. La espalda, la cabeza y los glúteos, de primer grado. “Te puedes romper un hueso o lo que sea, pero este es de los dolores más grandes que puede tener una persona”, cuenta Francisco, a quien se le injertó pieles sintéticas y procedentes de cadáveres, al principio, para cubrir las partes más deterioradas de su cuerpo. “Las manos y el brazo izquierdo me los completaron con piel del muslo, parte de la barriga y la ingle, por eso un tatuaje que tenía cerca de la ingle ahora está en el brazo”, dice entre risas.
Desde que le dieron el alta, a finales del año pasado, acude diariamente a rehabilitación. “Al principio me costaba bastante”, cuenta, “sobre todo me daban masajes para ir ganando sensibilidad y que la piel no se adheriera a los tendones”. Pero ahora ha ganado musculación: monta en bicicleta, sale a correr y nada en piscina. “Me veo mucho más ágil”, dice. Tanto que espera poder hacer las prácticas del máster de asesoría fiscal que terminó unas pocas semanas antes del accidente.
Francisco también es graduado en Administración y Dirección de Empresas y, durante los veranos, aprovechaba para trabajar y poder ahorrar algo para costearse sus estudios. “Me encantaba trabajar de camarero”, confiesa. De hecho, era pluriempleado: por la tarde empezaba en el hotel, de donde solía salir sobre las dos de la mañana, para media hora más tarde trabajar en una discoteca hasta las seis y media de la mañana. “Soy una persona activa”, señala, “por lo que estar en el sofá me cuesta”.
De hecho, tuvo varios objetivos antes de recibir el alta. “Me propuse salir del hospital andando y también quería ir al Carnaval de Cádiz y a la Feria de Sevilla”. Lo primero lo consiguió, lo segundo no —a pesar de contar con invitaciones para ver la final del Falla—, aunque sí pudo ir a la Feria de Abril. “Me dejaron un piso en Los Remedios y eché un par de días bastante buenos”, señala. Allí, paradójicamente, se encontró con el doctor que no le dio más de 48 horas de vida. Pero sobrevivió a la explosión, que aún no sabe por qué se produjo. “Queremos saber qué pasó”, dice. Y remata: “Esto no se puede quedar en una noticia de un par de días”.