Pata Negra ya diferenciaba en el Rock del Cayetano dos partes de Sevilla "bien diferentes" : "una la de los turistas y otra donde vive la gente". Varias decádas después, un grupo de personas nacidas entre el 88 y el 92 se han juntado fruto de la jartura "del capitalismo feroz y sus múltiples brazos" y de los que afectan particuparlemente a la ciudad hispalense: gentrificación, turistificación y explotación laboral. Jartura nace de un duelo por Sevilla y de estar jartas de tanto racismo, LGTBIQfobia y andaluzfobia. Jartura es un sentimiento generacional compartido por otras generaciones y un espacio para la reivindicación de las identidades diversas andaluzas. Y como cada una se entiende mejor que nadie en sus jarturas, hablamos con dos compañeras del colectivo para ahondar en sus sentires y reivindicaciones.
En vuestro manifiesto afirmáis que la Jartura nace de la jartura. Dos preguntas aquí: ¿Por qué Jartura y de qué hay jartura?
Kike: Habría que irse al momento en que surgió Jartura, que fue a finales de 2018, cuando varias personas volvíamos a Sevilla después de estar un tiempo fuera. Nos juntamos, queríamos hacer algo y en un primer momento vimos que había mucho de dónde tirar. El hilo común entre todas las sensibilidades era que estábamos un poquito hartas. No obstante, había muchas líneas abiertas, pero sobre todo, somos un grupo de usuarias de la ciudad que estamos hasta el gorro de que vivir en Sevilla sea cada vez más asfixiante. También nace de un duelo por Sevilla, porque uno de los sentires que hay dentro del colectivo es esa sensación de pesar.
Luzma: Últimamente abordamos sobre todo la turistificación, pero también estamos dando caña al tema histórico y urbano de Sevilla. Ninguna somos urbanistas de manera oficial, pero leemos, nos informamos, asistimos a charlas con colectivos y nos vamos enfocando en este eje.
¿Están la precariedad y la gentrificación en la boca y en la cola de la pescadilla?
K: La gentrificación en Sevilla se alimenta mucho de la precariedad. En la ciudad se ha desarrollado un modo de vida precario muy dependiente del sector servicio, es decir, gente con formaciones muy diversas que están en la fase previa de tirarse a Madrid o que han decidido quedarse aquí, se van al motor económico de la ciudad, sector turístico y servicio, y pasan testimonialmente por ahí mientras consolidan su carrera. En muchos casos acaban atrapados y agotados porque no deja tiempo para seguir haciendo otras cosas. Recuerdo cuando empecé a trabajar de camarero en mis dos últimos años de carrera, creyendo que iba a trabajar unas 18-20 horas a la semana y cuando me di cuenta estaba encajado con 42 horas. En mi vida sí ha sido una pescadilla que se muerde la cola. Trabajar en un bar de la Alameda y verte de repente en una dinámica económica muy chunga y saber que de aquí a dos años te vas a tener que cambiar de barrio. Acabas como una pieza pasiva a la que van colocando según los intereses de la ciudad.
L: La gentrificación crea ese modelo de dependencia económica precaria. Ahora con el covid sale más a la luz, no solo el modelo dependiente del turismo sino de los bares, que también ha hecho que suban los alquileres. Este modelo no te da opción a otro tipo de sectores laborales más especializados, que es lo que nuestra generación suele tener al final, especialización.
La turistificación es un tema central en vuestras denuncias. Concretamente en Sevilla. ¿Cómo ha ido cambiando la fotografía de la ciudad?
L: Llevo casi tres años viviendo en Sevilla y ahora que estoy cerca de la plaza San Marcos, me encuentro rodeada de Airbnb y pisos turísticos. Y no solo eso, sino que paseas por el barrio y ves casas antiguas en obras que sabes que van a convertirse en hoteles o en apartamentos destinados al turismo. La gente de toda la vida del barrio también lo comenta. Tenemos el ejemplo reciente del Cine Alameda. Asistimos a la caída en picado de este tipo de turismo por el covid, con la proliferación de anuncios de alquileres con la foto del puente de Triana de fondo.
K: He vivido toda mi vida en Mairena del Aljarafe, una ciudad dormitorio en la que eres un espectador de la vida en la ciudad, pero en realidad mi familia materna es de San Lorenzo y mi padre de Amor de Dios, así que siempre me sentí más sevillano. Cuando era pequeño presencié toda la problemática del centro de Sevilla lumpen y abandonado, las casas que se caían e incluso he vivido toda la zona que ahora es Viapol, cuando todavía era la Enramadilla y había vecinas antiguas. De pequeño viví una ciudad que parecía un pueblo, una ciudad en la que había muchísimos núcleos con identidad, a de repente vivir en una ciudad que no es interesante. El barrio donde vivo ahora, Santa María del Trabajo, sí me resulta interesante por ser un sitio en el que vives con gente, pero cuando voy a visitar a mi abuelo en San Lorenzo apenas saludo a gente. Y antes en un recorrido de 250 metros, desde donde aparcábamos hasta la casa de mi abuelo, era un continuo saludo y te sentías comunitariamente integrado. Esto era algo que se veía venir, porque mis padres se fueron a comprar una casa en el Pumarejo por el año 98 y ya vaticinaron que esa zona la iban a barrer. Ese movimiento de coger la esquina norte del casco antiguo y concentrarlo todo allí se ve venir desde hace décadas. Se están rebasando unas fronteras, como por ejemplo el bloque de apartamentos que van a hacer en el Pumarejo, que para mi sería irrebasable. Recuerdo cuando mi padre decía que era el Moscú sevillano, ya no queda nada de eso.
Andalucía ha tenido históricamente, no un urbanismo feminista como tal, pero sí espacios donde se vivía de forma comunitaria y se propiciaba los cuidados entre vecinas. Resulta curioso cómo ahora que se teoriza en esta línea, vemos cómo las ciudades andaluzas ya apostaban por esos modelos décadas atrás. Sin embargo, ahora parece que vamos hacia atrás.
L: También están cambiando los modelos de convivencia. Lo vemos en cómo se hacían las casas antiguamente para las familias y la tendencia de ahora en individualizar. Si volvemos al tema turistificación, las nuevas construcciones son pequeños apartamentos de una habitación. Las corralas han ido desapareciendo por el cambio de entendimiento de la familia y de compartir piso, y de cómo la gentrificación, por ejemplo, en el caso de Triana, que al final también acaba siendo turistificación, ha ido cambiando el modelo de vivienda. Respecto al urbanismo feminista, en Sevilla sí que hay varias plazas y sitios de encuentro, pero se están perdiendo poco a poco o simplemente no hay voluntad de preservarlos. Muchos de esos espacios, frecuentados por familias y sobre todo por mujeres con sus hijos e hijas los están llenando de veladores. Los modelos sostenibles de ciudad son feministas porque las mujeres solemos ir andando a los sitios, aunque también estén enfocados hacia las personas con diversidad física y las personas mayores… Habría que repensar ese modelo para las mujeres, menores y ancianos, y no en una ciudad hecha para el hombre que trabaja fuera de casa.
En vuestro perfil hay mucho de memoria de las mujeres andaluzas, de Herstoria andaluza. ¿Qué tenemos que aprender de nuestras ancestras?
L: Había que recuperar las historias de mujeres que no iban a salir ni en la tele ni en los libros. Era una manera de hacerlas llegar a la gente joven que sigue a nuestro colectivo en redes. De hecho es una de las publicaciones más bonitas que hacemos. Tenemos que vernos reflejadas en ellas y reconocer que había mujeres entre nosotras, entre nuestras madres y entre nuestras abuelas y bisabuelas que hacían cosas relevantes. Hay que darles visibilidad no solo para vernos reflejadas, sino para rescatar ese legado, porque si olvidamos nuestro pasado no podremos mirar hacia delante.
K: En Andalucía es muy importante que hagamos arqueología de nuestra resiliencia.
¿Se están perdiendo las plazoletas?
K: Justo al lado de mi casa han tirado la asociación de vecinos para construir un parque donde pudieran jugar los niños y pasar el rato las familias y los vecinos, pero lo único que han hecho es pavimentar una zona de albero. Han puesto unas cuantas máquinas de ejercicios y no han colocado ni un banco. Lo de los bancos tiene un fin muy claro: que la chavalería no se junte. Y en Sevilla hay un objetivo, el de sacar a la población de la calle. Ha sido muy descarado cómo han empezado a quitar los bancos de las plazas. Un ejemplo muy significativo es el de la plaza del Pelícano, una de las míticas paradas que ha tenido el centro de Sevilla, junto a los bancos del Pumarejo, donde en realidad los han conservado porque les han metido reposabrazos para que la gente no duerma allí. Esa idea de sustraer a la gente de la vida en la calle ha sido potentísima en Sevilla. La Alameda es el único bastión donde la gente se junta de forma masiva en el espacio urbano y se permite porque es un reclamo turístico. Sin embargo, otros puntos de la ciudad se los han cargado. Las plazuelas eran patrimonio de la gente que siempre estaba en la calle; la plazuela era de los yonkis, era lo que les quedaba. Un sitio cobijado, seguro, donde te ve mucha gente y tienes algo de seguridad. Eso ha desaparecido. La Plaza de San Lorenzo, por ejemplo.
L: Peatonalizar una calle es más sostenible, pero si la lleno de veladores no es para las mujeres ni para las familias. En las plazas ya no hay casi árboles... ¡Con el calor que hace en Sevilla! Lo que están haciendo con la expulsión de la gente es capitalizar la calle, es decir, te dejo estar en la calle, pero consumiendo.
K: Desde Jartura también incidimos en el tema identitario. En un primer momento, a personas de corrientes marxistas tradicionales les jodió el surgimiento de las identity politics y los profesores malvados de Berkeley que venían a robarnos el espacio de la izquierda. Esa legitimidad del uso del espacio público es una cuestión súper identitaria de Sevilla y de toda Andalucía. Nuestra tradición oral está construida desde los diálogos en la calle, hay muchísimos usos lingüísticos que no se entienden de no haber existido ese anclaje de la comunicación en el espacio urbano. Somos gente callejera y Sevilla quizás sea una ciudad tan acogedora porque la calle, en cierto modo, es una extensión de tu propia casa; como Sevilla muchas ciudades de Andalucía. Nuestra identidad estaba obstaculizando los planes económicos y políticos de la ciudad desde que se ha decidido museificarla.
También los bares de toda la vida, como el Bar Manolo del Alfalfa recientemente. ¿Es una consecuencia derivada del COVID-19 o viene de atrás este fenómeno?
K: Aquí también entra en juego cómo los arrendadores han visto oportunidad en las cadenas y han dicho: yo quiero cobrar el doble por este local porque es el mercado. En la Alameda nos quedan dos aldeas gala, El Habanilla y el Corral del Esquivel.
L: No podemos echarle la culpa al covid, en todo caso, le podemos echar la culpa de haberlo hecho más rápido, pero ya estaba pasando. Ya ocurrió antes del covid con el Gonzalo, por ejemplo. Ahora se hace más notorio porque la caída ha sido en picado.
K: La cadena No Piqui cogió un local mitiquísimo de la Alameda en la esquina de calle Relator. Estuvo un año y medio y vio que no funcionaba, pero abrió seguidamente un restaurante en el hotel nuevo que han puesto al final de calle Regina en Las Setas. Les da igual ocho que ochenta porque pueden ocupar cualquier espacio que haya estado currándose una familia durante 40 años, para luego despreciarlo porque encuentran otro sitio mejor.
L: No solo pasa con los bares, también con los comercios. El caso de Carrefour Express que aparecen como los champiñones. Eso te absorbe y hace que no vayas a los mercados, y que en vez de darte cinco vueltas por el barrio buscando lo que quieres, vayas directamente allí.
K: Por otro lado, la administración local de Sevilla ha funcionado siempre como una empresa feudal. Una de las líneas que estamos llevando en Jartura va sobre el uso de edificios públicos para montar asociaciones. Vemos cómo estos edificios no están inventariados oficialmente, y aunque sabemos que ese inventario existe, no está disponible en ninguna página web del ayuntamiento. Así que si eres de una asociación no puedes pillar cacho.
Andalucía ha sido siempre una tierra muy diversa a la que le ha acompañado un velo clasista que la ha damnificado. ¿Queda algo de ese poso?
K: Sevilla y Cádiz son dos de las ciudades más pobres de España. Cádiz también es la provincia que más centros penitenciarios tiene con respecto a su población. La población andaluza es una población muy castigada, que mayoritariamente está sometida a una condena a la pobreza bestial desde hace muchos años. El estereotipo clasista es un muñeco de paja constante que tenemos que aguantar la gente de Andalucía, cuando pedimos que cuestiones tan básicas como la estructura de la propiedad en el campo andaluz sea revisada por parte de la política estatal. Cuando hacemos una solicitud tan clara y palmaria, lo del señorito andaluz y el vago redomado tomando el sol al lado de la huerta resulta ser un pedazo de muñeco de paja. Además de muy útil, porque en el imaginario colectivo somos todos y todas personas subvencionadas que no hacen ningún tipo de esfuerzo. Aunque, por otro lado, me parece una forma de resistencia brutal. El tema del trabajo asalariado en Andalucía me parece un aspecto cultural que mantendría siempre. Ese estereotipo cumple una función clarísima. Primero porque somos una población exotizada, es decir, los andaluces somos percibidos de Despeñaperros pa’ rriba como personas erráticas, que no tienden a mucha lógica, muy común a la percepción de la gente de Gran Bretaña de la gente de la India o de la gente de España respecto a la ciudadanía colombiana. Por tanto, esa exotización hace sospechar que están habiendo dinámicas coloniales y extractivistas en Andalucía desde siempre. Cuando la tecnocracia franquista ya se movía.
Observamos una clara influencia andaluza en diferentes manifestaciones artísticas. ¿Están de moda los elementos andaluces? ¿Qué pensáis de todo este en torno al apropiacionismo cultural?
L: Mi sensación como persona de fuera que lleva un tiempo viviendo aquí es que en Andalucía, además de esa exotización de la que hablaba Kike y cómo se han atribuido ciertos elementos andaluces a España, tiene gente que se hace mucho valer. Aquí lo popular es muy poderoso. En las nuevas maneras de entender el feminismo o las teorías decoloniales, lo popular también está saliendo. Creo que el pueblo andaluz sabe hacerse mucho valer y notar. A parte de ser una población grandísima y muy diversa, también lleva mucho tiempo haciendo ruido, con la autonomía por ejemplo, y ahora parece que se le está haciendo más caso.
K: Andalucía tiene un capital simbólico que hace que puedan surgir un montón de historias. Aunque lo interesante sería que si es nuestra cultura y se va a hacer un uso comercial de ella, los principales beneficiarios sean los creativos y creativas de Andalucía. No que haya un desarrollo conceptual muy bestia y luego llegue cualquier artista de turno, que ocupa un centralidad evidente como C. Tangana, coja el desarrollo creativo de Califato ¾, se lo roba en un tema y hace el mismo dinero que pueda hacer Califato en 4 años, o mucho más. Que Andalucía esté de moda no sé si nos beneficia o simplemente es pan para hoy y hambre para mañana. Por otro lado, se problematiza el tema de la apropiación cultural en la música y a la vez te dicen que el purismo tampoco es bueno. Pero aquí nos estamos refiriendo a una cosa que es sistémica. Simplemente estoy mirando quién está facturando y la cantidad de dinero que está facturando, y quién está comiendo local de ensayo. Que llegue una persona y me copie me puede parecer más o menos respetuoso, pero el tema de la apropiación cultural también puede estar lejos de ese debate, y que sea más de tirar del hilo y ver quién está generando dividendos y quién está exponiendo su capital simbólico.
¿Estáis en contacto con el tejido asociativo de Sevilla? ¿Se está trabajando en este contexto pandemia?
L: Ahora tenemos colaboraciones directas con ZEMOS98 y T11. Al final los movimientos sociales en Sevilla somos las mismas personas todo el rato. Cuando hay algún tema de turistificación hablamos con Cactus, por ejemplo. Hay ciertas sinergias, pero pensamos que debería haber más. Antes de la pandemia queríamos hacer encuentros con otros colectivos, pero como ahora reunirse es tan complicado, lo tenemos parado.
K: Algunas personas del colectivo estamos colaborando con ZEMOS98 en un proyecto que se llama Patio108. Esto sí es un tema pseudo específico de la pandemia, un video mapa de la Sevilla después del covid.
L: Cuando empezaron a caerse las redes de apoyo estuvimos ahí y dimos difusión también a las redes de apoyo mutuo de Sevilla (Ramuca), que se puso en marcha con la pandemia.
¿Y con el Colectivo de Prostitutas de Sevilla (CPS), tenéis vínculo?
L: Todas las personas del colectivo apoyamos acciones del CPS. Cualquier cosa que hagan la pasamos por el grupo y no tenemos que hacer ni asamblea porque todas estamos de acuerdo en este tema.
K: Siempre que se ha podido hacer bloque con el CPS e incluso con el Orgullo Crítico lo hemos hecho. Cuando hay un tema de transfobia también estamos ahí porque está en nuestro manifiesto y Jartura siempre ha sido eso.
Hay algo de apología a los barrios en vuestro colectivo
K: Esa es mi parte favorita de las redes sociales. Se ha hecho una especie de contra historia de cómo los barrios de Sevillan han sido construidos por las asociaciones y por las vecinas. Una de las iniciativas que más me ha gustado, que casi siempre la hemos hecho por parejas, ha sido ir a los barrios para poder contarlos. Ahí te das cuenta de cómo nos han robado lo que significaron las asociaciones vecinales en la construcción de los barrios de Sevilla. Hay que hacer apología de los barrios porque es lo que nos queda. La Sevilla de antes de 1920 es imposible retomarla. Los desarrollos del Retiro Obrero de 1920 a Parque Alcosa, que es de los 70, tienen una historia en la que la población tiene su protagonismo. Es un buen ejemplo de cómo cuando un barrio se organiza, puede conseguir cosas.
¿Cuáles son las fortalezas de Sevilla con toda la que está cayendo?
K: La capacidad de resiliencia y que la gente nunca ha dejado sola a esta tierra. Siempre ha habido voces críticas a todos los desarrollos chungos. Luzma, por ejemplo, organizó un cineforum en el que se proyectó un documental sobre la represión durante la Expo92. Hay sevillanas del Pali que son puro discurso antigentrificación. La gente de Sevilla nunca ha dejado sola a la ciudad porque quiere lucharla y conservarla.
L: Hay un movimiento de resistencia fuerte que ha hecho que no sea tan salvaje la turistificación, más allá de David contra Goliat. Ahora que se han celebrado todas las cumbres de turismo, se está haciendo resistencia como se puede y algo se está consiguiendo. Durante la pandemia ha habido mucho apoyo vecinal, sigue habiendo movimientos sociales vivos, a pesar de que nos lo están poniendo muy difícil.
¿Algunas palabras para la clase política?
L: No entiendo cómo se sigue invirtiendo tanto dinero en turismo cuando se está viendo que la situación es insostenible. Si el Ayuntamiento de Sevilla no se cansa de ponerlo como foco principal en vez de invertir en apoyos sociales, es que no han aprendido nada. Ahora la gente está sin trabajo porque se ha dependido solo del turismo. Entonces, ¿por qué siguen metiendo dinero ahí para tirar del carro?
¿Es la jartura un sentimiento generacional? Y en este sentido, ¿hay futuro para la juventud y las nuevas generaciones en Andalucía?
K: Soy optimista. Aquí con menos se vive mejor. Hay muchas compañeras y compañeros que han decidido quedarse aquí y desarrollarse porque entienden que irse fuera es renunciar a unos lazos y a una calidad de vida por algo que, en realidad, no está garantizado. Por ese bienestar y esa estabilidad laboral. Así que si vamos a pasar hambre que en mi hambre mande yo por lo menos. Aquí se pasa más calentito. Además se está volviendo a esa resiliencia de hacer candelita todo el mundo. Y las que nos quedamos convivimos en la precariedad y hacemos resistencia mutua. Eso me parece precioso.
L: No tenemos el monopolio de la jartura ni mucho menos, pero sí que es un sentimiento generacional. Nos damos cuenta de que no somos las únicas que estamos hartas, también hay gente de otras generaciones, pero en nuestra generación sí es un sentimiento compartido. Y el que no está harto es porque tiene dinero.