Puente y Pellón es, de siempre, una calle comercial de Sevilla. Pero como hace más de una década se inauguraron las Setas de la Encarnación, se ha convertido en un enclave turístico. Cerca de un local de hostelería que dice que, además de vino y tapas, sirve "experiencias", se mantienen negocios que, de forma resumida, son los 'de toda la vida'. Donde había hasta hace no mucho una tienda de caramelos, hoy hay una de CBD, casi puerta con puerta, junto a Ultramarinos Casa Lucas.
Pablo Quintero dice que sí que se ha pensado eso de competir en el negocio del turismo. Pero ya le asesoraron. Si saca sus bocadillos en mostradores hacia la calle, si expone un jamón recién cortado y coloca cartelitos en 'spanglish' (póngase, the best iberian jamón) "hay que cambiarlo todo". Y todo es todo en este negocio que sigue siendo el de tener la vivienda en la planta de arriba y usar la planta baja para ganarse la vida.
Cuenta Quintero que su abuelo vino a Sevilla desde Alosno, pero que, como muchos negocios que tienen 'ultramarinos' en la cabecera, en realidad era una familia de montañeses, de Cantabria, lo que en Cádiz se llaman 'chicucos'. A cuenta de un anuncio en la prensa, sitúan el negocio en 1922, cuando se vendía café de Saimaza, con aquella primera fábrica muy cerca del actual establecimiento. "Podría ser antes, pero no lo sabemos".
El abuelo de Pablo falleció joven, en los años 50 fueron su abuela y su tío quienes estaban al cargo del negocio familiar, que siguió sobreviviendo durante décadas. Falleció también su tío y finalmente llegó la tercera generación. Y sigue siendo un ultramarinos, aunque el término haya ido borrando su sentido. Ultramarino hace referencia al producto de ultramar: café, especias, legumbres...
Tuvo la mala suerte Quintero de que su tío, adaptándose entonces a los tiempos, optara por deshacerse de las estanterías de madera e instalar otras metálicas, o retirar el mostrador de mármol. Para aquella época, era lo moderno. Hoy sería una especie de ultravintage, así que hoy 'solo' es vintage. Con el encanto de tiendas que desde los ochenta o los noventa casi dejaron de existir.
Encanto podría ser la palabra que lo definiera si se hubiera recreado el estilo. Pero no. Ultramarinos Casa Lucas es lo que es hoy en día porque es lo que ha sido las pasadas décadas: azulejos "como de baño antiguo" en las paredes, estanterías metálicas alrededor de las paredes que dan hacia dentro del mostrador, latas y vinos -de botella y de cartón- a espalda del vendedor, una puerta hacia un pasillo de almacén... y los pesos, junto a las bolsitas de legumbres de diferente tipo y calidad.
Y bajo esa sensación al entrar de que uno retrocede décadas atrás, a otro siglo, el negocio sigue en marcha. Productos de pequeñas fábricas, o premium, como aceite o atún rojo de almadraba en conserva, queso... y bocatas sencillos con algún producto top junto a la cervecita. Pequeñas transformaciones mientras mantiene un póster con la plantilla del Betis detrás y una foto de Joaquín.
"Competimos con el trato al público, la atención, frente a las grandes superficies", subraya. Y con eso de vender al peso, con su báscula, despachando para el día. "¿Para qué quiere una persona mayor un kilo de garbanzos? Si un kilo le dura seis meses, para qué esa necesidad que le han metido de comprar por bolsa de kilo". Así "compra lo que quiere, prueba más variedades, frente a tirar producto porque compras una vez al mes, que al final pierdes dinero. ¿Por qué cambiar lo que funciona, por qué comprar todo empaquetado?".
Tiene las cosas de cualquier negocio pequeño. Pensar en facturas, proponerse pequeños cambios, buscar proveedores... Y es que con eso de que la entrada de su vivienda es la misma entrada del negocio, lo de 'desconectar' no es realista. Le aconsejaron dedicarse a otra cosa, pero no. Se ha criado correteando por la tienda, y sus hijos, de cinco años, son quienes se mantienen.
Mantenerse en el centro de Sevilla es cosa de valientes. Pero cuando, digamos, se le cayó la venda de los ojos, fue en la crisis sanitaria de hace cuatro años. En los barrios, este tipo de negocios fue bien, porque durante más de tres meses, casi todo el gasto familiar se redujo a la alimentación y poco más. Pero, claro, "entonces vimos que ya en el centro no vive nadie".
Es el evidente lamento. "Como viviendas, justo delante tengo una familia de toda la vida, y en esta calle... Lo que queda es alquiler, pero muchas son de vivienda turística. Esta calle comercial lo es cada vez menos". Aunque el turismo sí le compra, especialmente de jueves a domingo. "Porque tengo un producto exclusivo", dice señalando el atun, "a 18 euros. Eso, a lo mejor, para el sevillano, no funciona, pero sí para el de fuera".
Cuenta que hace unos días leyó, en este mismo periódico, la historia de la carbonería de la calle Parras, con el último carbonero en ejercicio en la ciudad. Hay algunas evidentes comparaciones, cada uno en lo suyo. Resistir, mantenerse. Si aquel ahora vende picón para calentarse, pero también para las barbacoas, aquí se venden chícharos al peso, pero también esas latas de atún top.
Pero no se mantiene ajeno a las tentaciones. "A mi abuelo y mi tío siempre intentaron comprarle los bancos". En esta calle estaba El Barquito, "un sitio donde se comían los pajaritos fritos". "Le decían que por favor no vendiera, Lucas. Y él lo decía, que se iría con los pies por delante, que iba a resistir". "Y así ha sido".
Por algo "sentimental", y aunque "la vida da muchas vueltas", no se les pasa por la cabeza, al menos de momento, tirarse de lleno a lo turístico. Eso pasa por no cambiar estanterías, ni el póster del Betis, ni retirar la báscula, "que puede ser la última. Quizás con Casa Moreno". "Económicamente, ni bien ni mal, pero tiramos sin cambiar". Ni los azulejos -"como si fuera algo malo, al contrario", ríe Pablo-.
Marta, bocatita y botellín
De la clientela que llama por su nombre, frente al mostrador cuenta Marta que su hija va a ser notaria. Que otro hijo vive en el centro, en un tercero sin ascensor, pero que, como ella, también de alquiler, hay que no marcharse. Es una de esas vecinas de siempre. "Con lo que se gana, y con los alquileres, está imposible. 1.000 euros por apartamentito, ¿dónde te metes?".
Pasó 27 años en el Arenal, pero tuvo que marcharse, "evidentemente". El dueño "dijo que todo el mundo a la calle, que hay que hacer apartamentos turísticos". Pero no se fue a las barriadas. "Al final te cobran un disparate y, si vienes, el resto se lo come el transporte". Por convencimiento, haciendo cuentas, aquí sigue.
"Es mi forma de vida, ¿por qué me condenan a irme a Pino Montano? Que me encanta, pero no es mi sitio para vivir, yo soy del centro". Hábitos de vida, circunstancias... "El problema es que todo está en manos de los grandes, de los dueños de todo, de los hoteles y de los que traen los aviones". Bocatita con un poco de queso y un botellín llamando de tú a quien te lo sirve. "Tampoco nos van a condenar a pagar un dineral por una mesa que hay que concertar. Aquí te gastas tres, cuatro euros, en vez de los 30 ó 40 euros que es hoy comer en cualquier lado". Una Sevilla que se mantiene en el tiempo. "Quedan sitios en el centro. Pero cada vez menos. Y están condenados".