Ya ha pasado el frío, y ahora llegan las barbacoas. Que consumen menos, que garantizan una pequeña clientela que sigue apareciendo por la calle Parras. No es Luis Aguilar muy amigo de los medios de comunicación, porque le traen frito, cuenta. Es muy goloso contar su historia, la de un negocio de cuatro generaciones que se resiste a la gentrificación. Pero esta vez vuelve a hacerlo.
"Esto lo empezó mi bisabuelo a principios del siglo XX". Hoy se le conoce como Carbonería Parras, pero también es la Carbonería Aguilar, la de su familia. Francisco Aguilar, a finales del XIX, ya tuvo un almacén en calle Cruz Verde para suministrar a las carbonerías de la zona. Fue en los 50 cuando pasó a la calle Parras. Un negocio próspero que empezó con carro y vivió grandes momentos hasta que en los 70 comenzó a decaer. Las cocinas eran de petróleo, y se acabaron imponiendo los braseritos eléctricos.
La pregunta es cómo sigue esto en marcha en 2024: "La gente sigue cocinando mucho con carbón, lo que pasa que le cambian el nombre para pensar que es una cosa moderna; ahora lo llaman barbacoa". Y luego están los braseros. El cisco de picón se obtiene con las ramitas más final del árbol, es menos denso, dura menos y da menos calor, así que "se puede meter debajo de la mesa camilla".
Y ahora hay "un pequeño grupo de gente joven que está empezando a recuperar costumbres antiguas. Esta ahí, por ecologismo". Pero también "porque hay gente que no puede pagar la luz y se busca cosas más baratas". De hecho, también vende leña, clave para calentar aún muchas viviendas. "El calor de una candela o una chiminea no es igual que el de un sistema centralizado o un calefactor eléctrico. El que lo tiene, lo sabe bien".
Otro invierno más, el pasado, en que el negocio siguió adelante. La resistencia también fue durante la guerra de Ucrania, cuando "todo lo que ardía pegó un subidón horroroso". De hecho, su proveedor, en Badajoz, cuenta, contempló cómo de repente le compraban "tráiler y tráiler llevándose todo lo que arde, porque empezaron a especular con las energías alternativas".
"Esto es lo que hoy en día se llamaría biomasa, otro nombre moderno, porque proviene de podas vegetales, nada que ver con el carbón de las minas. El carbón mineral sí es combustible fósil y muy contaminante".
La única diferencia entre su negocio, por más que llame la atención que sea de la industria energética, y una frutería, "es el producto que se vende".
La asociación científico-cultural Cisco de Picón es otro de los pilares de la carbonería. Vecinos que acuden a eventos, lecturas o pequeños conciertos o, simplemente, para echarse un botellín en el barrio. "Unos 240 socios". Es parte de la vida del barrio de la Macarena, que sigue hirviendo autoctonía a pesar del turismo. "Una de las razones por la que pusimos en marcha la asociación fue por los veranos. Ahora, al menos, hay un pequeño ambigú, aunque no sea para tirar cohetes".
En estas décadas de Luis, 30 años ya al frente del negocio, ha vivido "altibajos". El peor momento, de hecho, no es ahora, sino "en los años 90, que echaron a los vecinos", dice sobre el proyecto que transformó la zona alrededor de la Alameda de Hércules. "Después empezó a renovarse con vecinos nuevos, con mayor poder adquisitivo". Ahora está "un poco más en decadencia", reconoce. "La gente que vivía de alquiler se ha tenido que ir porque subió el precio".
Eso conllevó una bajada de ventas, claro. Aunque Luis explica: "Los de los pisos turísticos al menos bajan a comprar al barrio. Los que no gastan nada son los de los hoteles, que todo el dinero va al hotel y al restaurante concertado".
Son muchos cambios en la Macarena y en todo el casco antiguo. El problema, cuenta, es que "se lo hemos regalado a los empresarios, que desean coger cada vez más locales para montar sus comederos para turistas". Alguna vez le han tentado, pero consiguió que le dejaran tranquilo. Que no es que no. No se va. La última carbonería de Sevilla seguirá adelante. Ahora, con la mirada puesta en las barbacoas, y pensando en el próximo invierno.