Independientemente del posicionamiento de cada cual (respetable sea de uno u otro lado), es de agradecer que la sociedad española se decida por fin y de una puñetera vez a respirar.
Asisto con pasmo e incredulidad a los dramáticos cambios que están sacudiendo a la sociedad española (en tiempos no muy lejanos, timorata e imbuida en el más profundo pasotismo), y que parecen despertar de ese sopor artificial a una bestia que ha permanecido adormecida a lo largo, no de años, sino incluso diría que de décadas.
Y es noticia agradable saber que al Pueblo, si se le pincha, sangra… si se le insulta, responde. Porque llegué a pensar que no habría manera de hacerlo reaccionar ante el cúmulo de despropósitos a los que la clase política nos había empujado entre abusos, recortes y corruptelas varias, y me congratula comprobar que existía un rescoldo de indignación suficiente para prender el pasto seco de infamia con la que habían tapizado, unos y otros, el día a día de este país.
Ha tenido que ser en este 2018 (que estoy seguro pasará a la historia de la sociología) cuando hemos vivido la mayor manifestación y huelga de la mujer, que ha paseado por las calles principales de nuestra geografía su hartazgo sumo. Y a golpe de grito, pancarta, reivindicación y lazo nos ha puesto frente al espejo, devolviéndonos una imagen que nos provoca el sonrojo propio de quien descubre sus defectos, en nuestro caso, ese machismo casposo que pulula por cada resquicio de nuestra sociedad creando desigualdades laborales y familiares.
Si nos parecía poco, los jubilados (¡por fin!) también reaccionan ante la mal llamada “subida” de las pensiones, que más bien se asemeja a la caridad y la limosna. Un movimiento de indignación que, lejos de diluirse por los intereses políticos de unos y otros, se hace cada vez más fuerte y terminará por conseguir lo que es justo… aunque me temo que esa victoria será próxima a algunos comicios y con claros tintes electoralistas.
Y también buena parte de la sociedad se alza en armas ante le derogación de la prisión permanente revisable en un debate convulso, amargo y claramente condicionado por el vil asesinato de Gabriel en Almería. Independientemente del posicionamiento de cada cual (respetable sea de uno u otro lado), es de agradecer que la sociedad española se decida por fin y de una puñetera vez a respirar. Y no solo a respirar, sino también a tomar parte activa de las grandes decisiones que se han de tomar en nuestro país, alejándonos de los mantras manidos del “eso no va conmigo”, o el “de qué va a servir que yo proteste”.
El nuevo año ha traído el inconformismo a las calles… y de las calles, lo ha lanzado a los escaños de sus señorías en el Congreso. Bienvenidos a la democracia. Por fin parece que el Pueblo, esa bestia dormida, comienza a despertar.
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