En 60 metros cuadrados ha construido un salón, una cocina, un comedor, cuatro habitaciones y dos cuartos de baño. No hay trucos. El chiclanero Adán Carmona, de 34 años, acaba de transformar un container marítimo de acero de unas tres toneladas en un hogar. Sus pies pisan el suelo vinílico. “Cuesta 60.000 euros. En Cádiz he visto casas con la mitad de espacio y más caras”, dice mientras abre todas las puertas.
Cuando llegó la pandemia dejó apartada su faceta artística como cantante de reguetón y comenzó a forjar en su mente una idea que ya llevaba un tiempo rondándole. Desde 2012 se dedica al mundo de la construcción y la fontanería, un sector el que ya había trabajado antes de montar su propia empresa. Pero hace dos años dio el salto con Kubik para fabricar “casas alternativas de calidad y a un buen precio” tras haber estudiado varios cursos de diseño.
Según cuenta a lavozdelsur.es en una mañana soleada, “siempre he estado buscando poder ofrecer un producto más asequible a la gente joven sin renunciar a la calidad y al confort que una casa precisa”.
Adán apostó por una tendencia asentada en países del Norte de Europa o en Estados Unidos que en España todavía no ha terminado de despegar. “Aquí todo el mundo quiere ladrillo, estamos atrasados en la construcción”, lamenta el chiclanero que anima a probar las nuevas opciones. Su eslogan, aunque parezca creado para ganar las próximas elecciones, es “únete al cambio”, a no estar todo el día contaminando.
En Kubik, todas las construcciones empiezan con formas cúbicas y líneas puras. Frente a la casa piloto que muestra a los clientes como ejemplo, explica sus ventajas. La sensación de estar en un hogar no desaparece pese a estar en el interior de un container que ha tenido otra vida.
Adán mira al techo, también apto para personas que miden más de dos metros. “La hemos hechos en unos tres meses, los tiempos de construcción se reducen mucho con respecto a las obras comunes”, dice. Además, pueden llegar a ser “un 30% más baratas” que otra casa. “Más rápidas y más económicas”, continúa el chiclanero que desvela los entresijos de su obra maestra.
Al contrario de lo que se pueda pensar, no hace calor, no hay ruido y no existe sensación de ahogamiento. Retiene el fresco en verano y el calor en invierno gracias a unos buenos aislantes térmicos y acústicos.
Otra de las características que Adán destaca —además del juego en el diseño que permiten— es que son móviles, por eso se consideran bienes muebles. “Siempre podemos moverlas a otras parcelas y no incumplimos leyes urbanísticas ni de suelo”, comenta señalando la parte inferior de la casa. En ese punto, se divisan unos pilares que sostienen la estructura. Así, “no contaminamos el suelo y podemos retirarla sin que la parcela sufra daños”.
La humedad tampoco supone un problema para estas casas gracias a una cámara que recircula el aire y se usan filtros biológicos que siguen un proceso que limpia el agua y la filtra en el terreno ya depurada, sin contaminantes.
“No hay ningún pero”, dice el chiclanero que, antes de poder pronunciar estas palabras probó con un proyecto propio para experimentar las casas que iba a proponer. “Fuimos publicando el proceso por internet y la gente se interesaba mucho”. Para él, fue un reto de días con las manos manchadas con el que ha podido mostrar que se puede vivir dentro de estos containers. ¿Cómo va a salir de aquí una casa?
“Puedo sacar cosas maravillosas de la chatarra. Lo ves y piensas que están para tirarlos pero con un poquito de cariño podemos conseguir cosas muy bonitas”, expresa el constructor que siempre se ha preocupado por cuidar el medio ambiente.
Cuando era pequeño le llamaban el “capitán planeta” por su empeño en respetar el entorno, una inquietud que plasma en Kubik, enfocada a la sostenibilidad con el fin de mitigar el cambio climático. “He visto las toneladas de residuos que generamos en una construcción normal y para esa casa toda la basura la hemos sacado en un carrito”, comenta.
El chiclanero lleva en la sangre ese lema que tantos activistas intentan transmitir a la población. Solo tenemos un planeta. Desde el salón, Adán asegura que el 95% de los materiales utilizados son reciclados y que los residuos generados son transportados a empresas encargadas de su gestión.
Una vez que ha terminado de enseñar su casa piloto, se dirige a una parcela colindante donde desarrolla otro proyecto recién iniciado. Un container en bruto aún sin transformar hace visible la ‘magia’ del diseño.
Algunos llevaban más de 50 años abandonados y otros acaban de salir del circuito del transporte. Antes de ser hogares, “estos contenedores han dado la vuelta al mundo más veces que Willy Fog, tienen marcas de Tenerife y palabras en inglés”.
Según explica Adán, los containers tienen fecha de caducidad en el mar, entre cinco y ocho años. Cuando cumplen ese tiempo se insertan en el transporte portuario, por tierra o se destinan para la construcción de casas alternativas. Todos presentan una placa de identificación que entrega a los clientes para certificar que “están totalmente homologados”.
Entre herramientas, atraviesa el hueco donde colocará una puerta y observa las paredes que, en meses, verán a familias almorzando o parejas viendo la televisión. Aunque este tipo de casas son desconocidas para muchas personas, cada vez son más las que se interesan por ellas.
“Me han llegado entre 30 y 40 solicitudes, normalmente, de personas que buscan algo económico, aunque también tengo un proyecto de mini mansión con dos plantas en Barcelona”, explica. Kubik ha captado la atención a nivel nacional y trabaja para hacer una cadena de montaje con un modelo estándar, manteniendo también las opciones personalizadas. Este artista inquieto ya se ha subido al carro de lo que “va a ser una revolución”.
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