Si te diagnostican Chron, una enfermedad intestinal inflamatoria (EII), el estilo de vida importa mucho, no solo la alimentación. El gaditano Sergio Cáceres Basallote cambió su modo de vida de forma radical cuando hace doce años fue intervenido tras serle diagnosticada esta dolencia. En el hospital, mientras estaba ingresado, decidió que lo que hasta entonces había sido un hobby de juventud pasaría a ser su sustento profesional. La decisión no era tan sencilla, entonces Sergio era dueño de una empresa de pintura de exteriores y tenía siete empleados a su cargo.
Sin embargo, el Chron le forzó a “reconvertir la afición en mi profesión”. Desde entonces, en su casita de una planta a las afueras de Conil de la Frontera, Sergio tiene un estudio donde los viernes queda con los colegas a jugar intensas y extensas partidas de juegos de estrategia y donde todo se desordena al instante al ponerse con los encargos que le van entrando. Ahora tiene entre manos un ejército de Napoleón que le ha encargado un chico de Madrid. Pintar las miniaturas de plomo que conforman un ejército de caballería “normalito” puede costar más de 20 euros. El trabajo le tendrá ocupado varias semanas.
“Cuando estaba en la cúspide con mi empresa, me salió Chron y fue muy agresivo conmigo, me dio mucha caña, y parcialmente me retiraron del trabajo, por lo que me tuve que reconvertir”, cuenta Sergio. “En el posoperatorio empecé a pintar y pintar, me lo pedían los amigos… y al final reconvertí la afición en profesión. He ganado mucha calidad de vida, ahora soy autónomo, tengo mis horarios en casa, y por suerte, vi este nicho de mercado en el que empecé con unos precios muy bajos y al final los subí”. Ahora vende en todo el mundo: “Mi encargo más lejano vino de Australia, aunque también vendo mucho a Estados Unidos”.
De forma significativa, el Brexit y la guerra de Putin han afectado a su negocio. “Tenía muchos clientes de Reino Unido, que pagaban unas 14 libras por pintar una pieza, pero ahora sale muy caro el envío, los aranceles… no les compensa. Y con Rusia, igual, también tenía clientes y desde hace unos meses está parado”. Zucü, como le conocen sus familiares y amigos, es también letrista de Carnaval, y ha ganado varios premios por la autoría de los versos de su comparsa. Atiende con una camiseta del Cádiz CF, su otra gran pasión, mientras muestra su colección personal de miniaturas de plomo: Segunda Guerra Mundial (wargame histórico), orcos del Warhammer 40.000, piezas de la edad oscura…
Hace doce años empezó a pintar por encargo todo tipo de miniaturas, tanto de juego como de exposición, hasta que se puso al frente de un equipo dedicado en exclusiva a esta minuciosa labora, donde importa el color de los uniformes y hasta la sombra de las patas de los caballos.
“Tenemos la suficiente experiencia como para llevar tu proyecto a buen puerto y aconsejarte sobre todos los puntos que te preocupan”, reza en su web, Old Guard Miniatures. Lo mismo pinta una gran figura del Cid Campeador que le encargan un presupuesto para pintar un ejército de Alejandro Magno con 200 unidades de infantería y 20 de caballería. Hay mercado, aunque ahora pone sus miras más cerca. “Ahora me conviene más encontrar gente cerca: Madrid, San Fernando, Jerez… Hay muchísima afición”. Y mucha pasión entre quienes peinan canas o, directamente, no peinan.
“Hay mercado porque quienes en los 90 teníamos mucho tiempo porque éramos estudiante, no teníamos pasta, y esta afición es cara”. Sin embargo, reconoce, “estos frikis hemos evolucionado y ahora tenemos dinero, pero no tiempo. Ahí es donde entra el pintor de los ejércitos para jugar. Vi un nicho de mercado y me lancé. Porque la verdad es que a la mayoría le gusta tenerlo todo bonito y por eso encargan las miniaturas pintadas. En este mundillo hay gente muy buena, pero por vicio, yo por ejemplo no sé dibujar en un papel, pero sé colorear la miniatura”.
Los Royal Scots Greys tienen sus colores como los tiene el ejército francés. Para rizar el rizo, ya en su tiempo libre, Sergio construye sus propios edificios y arbolitos. Decorados de una contienda ficticia —ojalá todas lo fueran— con las que pasan el rato entre unas birras y unas patatas. Ahora Sergio mira de frente al Chron y le recuerda con sus decenas de botecitos de pintura y milimétricos pinceles que no hay mal que por bien no venga.
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