Estamos más cerca de descabezar el patriarcado

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La Historia del Feminismo es una historia de luchas por la conquista de derechos que, habitualmente, sólo le corresponden a los hombres. Tras la Revolución Francesa, Olimpia de Gougues realizó en 1791 la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, por lo que fue guillotinada en 1793. Muchos revolucionarios no le perdonaron que liderara con dicha declaración un movimiento de reivindicación de los derechos fundamentales e igualitarios para las mujeres.

Durante la década de los 70 del siglo XX, en la llamada tercera ola feminista, se acuñó el eslogan “mi cuerpo es mío” (y hago con él lo que quiero), momento en el que la principal lucha principal fue el derecho al aborto. Aunque el movimiento feminista se consolidara en el siglo XIX , las luchas anteriores se centraron en el derecho al sufragio universal y el acceso a la educación. No es hasta los años 60 que empieza a reivindicarse un cambio de valores y legislación, ya que se consideraba que es la estructura social del patriarcado la que provoca desigualdades.

Paralelamente, se va imponiendo el neoliberalismo en algunos países como Estados Unidos o Inglaterra. Ronald Reagan y Margaret Thatcher empiezan a poner en práctica las teorías liberales de los economistas Milton Friedman y Friedrich von Hayek, implementando políticas desregularizadoras de los mercados y liberalizando la economía, con grandes recortes de las políticas públicas y el adelgazamiento del papel del Estado. Tengamos en cuenta que las políticas públicas benefician, mayoritariamente, a las mujeres.

Creo que se puede observar un paralelismo entre los nuevos modelos sociales y económicos y las diferentes olas feministas. Porque desde los años 70 hasta ahora, probablemente estemos, no ante el resurgimiento de un movimiento feminista antiguo, sino ante el nacimiento y explosión de la cuarta ola feminista. Una cuarta ola donde el movimiento feminista se declara como el único movimiento mundial capaz de salvar al planeta del ansia devoradora capitalista. Con una propuesta económica ecologista y respetuosa con el medio ambiente, en contraposición con el neoliberalismo feroz y extractivista que se ha desatado, de la mano de una globalización mal entendida y peor utilizada. Colaboración frente a la explotación y superextrativismo.

Nuestro cuerpo sólo pertenece a las mujeres era el lema que querían dejar claro; que ni los hombres, ni la Iglesia, ni los Poderes Públicos podían interferir en las decisiones de las mujeres sobre sus propios cuerpos. Y, no sólo se reclamaba el derecho al cuerpo como rechazo al uso del mismo por parte de otras personas ajenas, sino como defensa del uso libre de una misma sobre su propio cuerpo. Eslóganes como ‘Nosotras parimos, nosotras decidimos’ vienen siendo la base de lucha que se siguen gritando cada vez que un poder público intenta retraer el derecho de las mujeres a decidir sobre lo que ocurre en su propio cuerpo.

Curiosamente, el capitalismo, que todo lo traga y lo regurgita como algo nuevo, ha devorado nuestro eslogan para transformarlo en algo diferente, alienante e individualista. Ahora, la corriente neoliberal feroz ha deformado lo de mi cuerpo es mío para hacernos creer que se trata de un activo que las mujeres tenemos que convertir en mercancía. “Nuestro cuerpo es nuestro, para usarlo en libertad, para venderlo ya sea como explotación sexual o prostitución, como en los vientres de alquiler”, parece que nos dicen desde los estrados neoliberales.

Los medios de comunicación nos venden nuestro derecho a la libertad, enajenándonos completamente de nuestras propias decisiones. Un hecho que, en palabras de Ana de Miguel, no es otra cosa que el mito de la libre elección. Porque, ¿somos verdaderamente libres para decidir, en un mundo capitalista y desigual, donde una gran parte de la población del planeta es pobre?

Partidos políticos como Ciudadanos nos incitan a legislar la explotación, como si fuera una liberación. El capitalismo quiere que nuestros cuerpos sean mercancía para que los más favorecidos puedan comprarlo. No es una liberación, sino la forma más abyecta de sometimiento sobre las mujeres y sus cuerpos, la mercantilización de sus cuerpos.

No es casualidad, créanme, que solo sea vendible el cuerpo de las mujeres. Sólo entonces se pide legislar en contra de los Derechos Humanos. Tampoco es casualidad que sean los estamentos más favorecidos los que presionan para que sea legal esta usurpación de derechos. No hay día que en los medios de comunicación no se dé el debate sobre los vientres de alquiler o que salgan algunas mujeres que reivindiquen su derecho a la venta y alquiler de sus propios cuerpos. Qué casualidad que en esos debates nunca aparezca ninguna mujer víctima de trata o que haya gestado un hijo como vientre de alquiler en las llamadas granjas de mujeres que tanto proliferan en países como Ucrania o India.

Si apelan a nuestra libertad, ¿cómo es posible que no apelen con igual insistencia a la libertad de la venta de órganos? Acabamos de saber por la prensa que se está investigando al ex jugador del Barcelona de fútbol, Abidal, por un posible fraude en el transplante de hígado al que se sometió en el 2012, pudiendo haber mentido en torno al parentesco del donante. La legislación de transplantes de donante vivos dice claramente que es imprescindible que sea una donación y no una compra. Si así fuera, se consideraría un delito. Sin embargo, si se compra o alquila el cuerpo de una mujer, ya no se considera delito.

Además, tengamos en cuenta la falacia de la libertad. En un mundo en el que la religión impone sus creencias, con tentáculos en todas las esferas de nuestras vidas, a nivel público y privado, se da la circunstancia de que nuestro cuerpo no es nuestro, que no podemos disponer de nuestra muerte de la forma que deseemos. Tanto la eutanasia como el suicidio son considerados ilegales en muchos países. En España se aboga por la legalización de los vientres de las mujeres, pero nada dicen algunos de los partidos políticos que apoyan dicha legalización a favor de la eutanasia. Las personas no somos libres en España para disponer de nuestro cuerpo y de nuestra muerte, de una forma ordenada y natural, según nuestros propios códigos éticos, pero sí lo somos las mujeres para vender nuestro útero para gestar para otros.

En esta nueva ola feminista se lucha por un cambio de modelo social, político y económico. Porque todo es política, y los cambios han de hacerse estructurales, para conseguir una nueva sociedad, más justa, más amable con su ciudadanía, teniendo en cuenta el medio ambiente y la problemática del cambio climático. Ya no nos conformamos con una reparación o parcheo. Hay que ir a la raíz y descabezar el patriarcado, ese sistema que, apoyado en el capitalismo, permite que las mujeres sigamos siendo carne del mercado, patriarcal y neoliberal. Creo sinceramente que, desde el pasado 8 de Marzo, estamos más cerca que nunca de conseguirlo.

 

 

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