Aguirre y Cifuentes, imputadas por la financiación ilegal del PP de Madrid. Las “mamandurrias” de la Púnica salpican ya, oficialmente y al máximo nivel, 20 años de gobierno del PP en la capital. A pesar de su gran impacto, esta noticia no deja de ser recibida como se recibe la lluvia en Galicia. Con cierta resignación y, la verdad, no mucha sorpresa. Resignación y poca sorpresa también alrededor del motivo por el que se imputa a las dos expresidentas: desviar dinero público para pagar campañas electorales de su partido, por beneficiarse personalmente gracias al doping electoral. Es decir, imputadas por poner en práctica esa ideología ultraliberal que las ha mantenido en el poder de Madrid entendiendo la gestión de lo público como un negocio privado.
Desde campañas electorales hasta hospitales pasando por la gestión del agua. Me castigan por mis ideas podría gritar perfectamente Aguirre ante el juez y razón no le faltaría. A las puertas del juzgado, Díaz Ayuso, presidenta y exgestora de la cuenta del perro de Aguirre, pediría la liberación de las presas políticas y, a la altura –y jartura– a la que estamos, tampoco nos removeríamos demasiado del asiento.
Es lo que tiene haber institucionalizado el saqueo de lo público, el chupar del bote en nombre de Adam Smith. La imputación de Aguirre pone fin a un juego que ha durado años. Un juego consistente en que subordinados de la lideresa, uno tras otro, eran imputados por corrupción y ella decía no conocerlos de nada. Como muchos especulaban desde hacía tiempo, anticipando el final, el juego acabaría un buen día como hoy con Esperanza Aguirre imputada y asegurando no conocerse de nada.
La noticia llega tarde y con un nuevo ciclo político en el que ni Aguirre ni Cifuentes son ya protagonistas. Quizá por eso una noticia que años atrás hubiera hecho temblar los cimientos del país se queda hoy en anécdota, en cuadro costumbrista de una época que ha cambiado de caras, pero no de hábitos. La noticia real, la que importa hoy más que la imputación de Aguirre y Cifuentes, llegó hace justo dos semanas, cuando Ciudadanos, el partido de la regeneración, decidió seguir alimentando un virus que había convertido a Madrid en la capital de la corrupción.
Cuando el partido de Rivera decidió que Díaz Ayuso, la alumna aventajada de un modelo basado en políticas ultraliberales que tarde o temprano acaban en desfalco, era la mejor opción para un nuevo Madrid. Si se les pregunta, en Ciudadanos no harán hoy declaraciones. Se limitarán a repetir aquello de que el pasado es pasado y que lo importante ahora es “trabajar” por los madrileños. Esperemos que al menos tengan claro dónde se meten. Porque la experiencia de décadas dice que el “trabajo” ultraliberal de hoy son los juicios de mañana.