Fin del juicio de los ERE. Cárcel e inhabilitación para los líderes del socialismo andaluz. La condena mancha a toda una generación histórica. La que tuvo la habilidad de saber leer y crear el espíritu andalucista a finales de los 70. La que, a base de mayorías absolutas, acabó por tener la torpeza de no saber diferenciar PSOE de Andalucía, Andalucía de PSOE. Que el poder corrompe es algo que ya sabíamos. En Andalucía, ahora también sabemos, con sentencia judicial en mano, que el poder indefinido acaba por idiotizar al que lo posee. Hasta llevarlo a la extinción.
El caso ERE no es un caso más de corrupción en España. Va más allá y es bastante más complejo que una mano en la caja, que un roldanazo con huida a Tailandia o una barceninha que acaba en cuenta suiza. El caso ERE es el fotograma final de una película que empezó en ilusión tras el régimen franquista y acabó en chasco y régimen propio: el clientelar. Nada lo explica mejor que el hecho de que la malversación y la prevaricación se cometiesen a puerta abierta y desde despachos oficiales.
No hicieron falta pinchazos telefónicos, ni seguimientos. No hubo que investigar demasiado. En las actas oficiales de los Consejos de Gobierno andaluz estaba todo. Desde los documentos oficiales se aprobaban delitos que los dirigentes no podían o no querían concebir como tales. ¿Cómo va a ser delito lo que es oficial? ¿Cómo algo que emanaba de la Junta, del Partido y de Andalucía –la Santísima Trinidad– podía ser ilegal? Lo era. La moqueta crea somnolencia: si la consume, no conduzca vehículos pesados. El reparto de ayudas a empresas y subvenciones se hizo sin control y acabó convirtiéndose en un caos de irregularidades permitidas y fomentadas por la administración. Primero una, después otra. Para cuando el reparto de ayudas había superado los 600 millones de euros, aquello ya se había normalizado como se había normalizado tejer poder sobre una red clientelar. El caciquismo es como el chirimiri: cuando te quieres dar cuenta estás calado.
Quienes pretenden igualar el caso ERE con el choriceo sistemático del PP se equivocan: lo de los ERE es aún más grave. Lo es porque viene de un gobierno votado por gente humilde y de izquierdas. Lo es porque supone un intento de normalizar una práctica social consistente en comprar voluntades con la cartera en lugar de ganarlas con la política. Lo es porque mancha el nombre de una tierra que ya ha sufrido y sufre bastante como para ahora tener que sufrir la condena judicial de un cuarto de siglo de presidencias.
Quienes pretenden igualar el caso ERE con el choriceo del PP se equivocan en otra cosa más. Esto no ha ido de meter la mano en la caja. No ha habido sobres, ni cuentas millonarias en Suiza, ni financiación ilegal del partido. Los presidentes condenados tendrán que pagar su responsabilidad porque bajo su mandato se permitió y se fomentó el caciquismo. Pero no tienen por qué aceptar la acusación de choriceo entendido como tal: ninguno se llevó un duro a su casa. A lo mejor fue incluso peor: pensaron que su casa era Andalucía y que Andalucía eran ellos.
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