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Quienes, durante meses, exprimieron la desaparición de una joven, quienes asesinan un oficio fundamental para la salud de todos, vuelven de vacaciones y no pedirán perdón ante la cámara, ni se les caerá la cara de vergüenza por lo que han hecho.

Tras horas de interrogatorio, los investigadores consiguieron averiguar el lugar en el que se encontraba el periodismo. No era sitio de fácil acceso, razón que explica que la búsqueda de tantos meses resultase infructuosa. Los restos del oficio más hermoso del mundo yacían, junto al cuerpo de la chica asesinada, en el interior de un pozo situado en una nave industrial abandonada a las afueras de la pequeña localidad. La reconstrucción de los hechos es brutal, como brutales son los autores del terrible suceso. El oficio que hicieron hermoso García Márquez, Oriana Fallaci, Enrique Meneses o Ryszard Kapuscinski, deambulaba solo por unas calles siempre en presunta fiesta y siempre sombrías, cuando un grupo de individuos comenzaron a increpar, cosa habitual. El oficio aceleró la respiración y el paso pero, cuando quiso darse cuenta, ya tenía las manos de aquella manada de “compañeros” agarrándole el cuello.

Volvemos del enésimo suceso de niña asesinada, entendido como deporte nacional más rentable que el fútbol, y lo hacemos escépticos e indignados. Con la sensación de haberlo visto todo ya, pero sabiendo que el chicle de la falta de escrúpulos de los traficantes de audiencias aún puede seguir estirándose. Acercándonos al 2019 de Blade Runner hemos visto ya de todo. Hemos visto programas mañaneros ardiendo desprecio hacia la propia víctima más allá de Orión. Hemos visto a reporteros, no sabemos si humanos o replicantes, criticando, en directo y ante la puerta de su casa, a la mismísima madre que buscaba a su hija. Hemos visto salir, de quienes se espera vocación de servicio público, vocación de intoxicación a cambio de la audiencia más grande posible, una audiencia tan contaminada como sus programas favoritos. Hemos visto a chupasangres de sueldos millonarios hacer derroche de imaginación y machismo enmascarado, señalando a madre, hija y espíritu santa, dejando pasar por alto la que era la tesis más probable pero la menos comercial: la costumbre española de morir por el hecho de ser mujer. Da igual si rica, pobre, gallega, madrileña, centradísima en los estudios o en la edad del pavo.

Quienes, durante meses, exprimieron la desaparición de una joven, quienes asesinan un oficio fundamental para la salud de todos, vuelven de vacaciones y no pedirán perdón ante la cámara, ni se les caerá la cara de vergüenza por lo que han hecho. Es más, seguirán haciendo lo mismo. Veremos, a quienes asfixiaron el oficio hasta matarlo, volver a hacer lo que mejor saben en esta segunda entrega de la macabra historia, la que comienza con la detención del sospechoso. Lo harán sembrando odio donde antes sembraban amarillismo. Los veremos –ya está pasando– pedir que el detenido “se pudra sufriendo entre rejas” o que “le apliquen los demás presos la ley de la cárcel”. Los veremos, como siempre, sembrar un mundo peor, más irresponsable. Y lo más preocupante, los veremos volver a actuar. La manada de depredadores saldrá indemne de todo esto, como siempre pasa. Volverán a esperar, agazapados en sus iluminados pero oscurísimos platós de televisión o columnas de opinión, a que otra niña desaparezca para volver a matar al oficio del periodismo y lanzarlo, una vez más, a un pozo sucio. 

Este artículo se publicó originalmente en Ctxt.es, para verlo en el sitio original pincha en este enlace.

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Fundador y Director General de ComunicaSur Media, empresa editora de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero'.

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