Este artículo lo escribo, al contrario que la mayoría, en situación de alborozo. Desde que Irene Montero dijo lo de portavoza han pasado tres cosas con distinto nivel de importancia. En primer lugar todo el país se ha revuelto indignado por esta cuestión. Mientras, Rajoy aprovechaba para advertirnos de que nos vayamos haciendo un plan de pensiones privado porque se lo han gastado todo; y que eso de pensar que chicos y chicas de familias humildes puedan estudiar… que nos olvidemos para siempre (si es que alguien guardaba alguna esperanza de que volvieran los tiempos en que existía una razonable esperanza de poder estudiar aun sin tener mucho dinero). La segunda cosa que ha pasado —y en un segundo nivel de importancia— es que me acosté portavoz y me desperté portavoza, y eso me ha producido mucha alegría. ¡Eh, soy portavoza! Y lo mejor de todo: cuando deje dicha responsabilidad ya seré para siempre exportavoza de la Comisión de Mujer, la comisión ideal para ser portavoza o exportavoza, por otra parte. Y así lo pondré en mis tarjetas de visita, cuando tenga.
La tercera cosa es que llevo dos días entretenida en las redes contestando a la masa indignada de España y Españo, días y díos, Irene Montera y Pabla Iglesios. Y a mí, al contrario que a muchas amigas, esto me divierte y me alegra. Y para cuatro cosas que me alegran… Ya me pasaba esto mismo cuando estábamos metidos en el debate acerca del matrimonio igualitario. Recuerdo que cuando estaba claro que habíamos ganado el debate social salió el Foro de la Familia con un argumento novedoso que consistía en decir que si se aprobaba el matrimonio igualitario terminaríamos casándonos con los gatos y yo, cada vez que escuchaba esto en un debate, sentía como un remusguillo de alegría interior mientras mis compañeros y compañeras se indignaban y querían ir a la fiscalía porque nos habían acusado de bestialismo.
Yo me tronchaba con aquello de los gatos porque ese argumento no era más que la demostración evidente de su impotencia, además de flagrante estupidez. En los debates sociales sabes si vas ganando o perdiendo según veas a los adversarios echar espumarajos por la boca o no. Por eso, a mí no me da ninguna rabia Pérez Reverte y el otro… Marías, cuando sé que basta con decir portavoza para que, en algún lugar de alguna ciudad española, a ellos dos les de como un calambre cuyo resultado será un artículo dominical en el que nos iluminarán con su sapiencia. En realidad, amigas y amigos, ellos sufren, igual que los de España y Españo, y si sufren es porque es doloroso perder privilegios. Y si sufren es porque los están perdiendo.
"Las lenguas, con toda su complejidad y su historia, son producto de sociedades desiguales y por tanto reflejan esa desigualdad asumiendo el punto de vista de quienes están en la cúspide del poder"
Están estos del buenos días y buenos díos, los que se creen ingeniosos (sí, parece mentira que exista tantísima gente que se cree ingeniosa repitiendo la misma broma durante días y días, pero ahí están). Pero luego están los que se ponen muy serios y te explican el género gramatical y que no puedes decir portavoz porque no tiene género y, así como que no quiere la cosa, te dan una clase de sintaxis y concordancia gramatical. Veamos, este es el artículo número mil sobre este asunto, pero veo que el tema sigue candente así que no me importa dedicar a ello unas cuantas líneas, pocas. Resulta que el lenguaje es androcéntrico; vamos, que tiene género, pero no sólo del gramatical. Y tiene género igual que tiene raza y tiene clase.
Las lenguas, con toda su complejidad y su historia, son producto de sociedades desiguales y por tanto reflejan esa desigualdad asumiendo el punto de vista de quienes están en la cúspide del poder, que son quienes nombran; porque quienes detentan el poder no sólo construyen el lenguaje, construyen el mundo en realidad. Y por eso hay cientos de palabras despectivas para referirse a mujer sexual y ninguna para hombre sexual (que ni siquiera existe porque los hombres son, de por sí, sexuales). Y porque esta lengua que usamos es la de los colonizadores existen en castellano decenas de palabras despectivas para referirse a indio o a negro y ninguna para referirse a blanco, que es el hombre, sin más. Así pues, nombrar es un privilegio del hombre, del hombre blanco y del hombre rico (buscad sinónimos de “rico” y de “pobre). Es un ejemplo muy básico y no merece que me extienda en ello.
Portavoza se impondrá o no, eso no es lo importante. Lo importante es que en la medida en que las mujeres vamos entrando en espacios que antes eran infranqueables para nosotras arrebatamos privilegios, y uno de ellos –de los más importantes– es el de nombrar. El lenguaje no es una suma de reglas gramaticales, sino que construye mundos; y visibiliza una realidad y no otra, da forma a un imaginario y no a otro, edifica un pensamiento y no otro. Nombrando, las mujeres construimos un mundo que nos incluye y damos forma a pensamientos y a lenguajes que antes eran inimaginables, construimos realidades que saltan por encima de las reglas que pretendían atar un mundo que hemos desbordado, incluidas las reglas gramaticales.
Y por eso hemos dicho Secretaria, y Jueza, y Alcaldesa y Médica y Notaria y Mujer Pública (sí, como yo) y Presidenta y Miembra y Genia (que por cierto, tampoco existe) y diremos Portavoza si nos da la gana. Y si las mujeres lo usamos, se impondrá porque somos la mitad (un poco más de la mitad), y hemos descubierto que podemos dar nombre a las cosas y lo hacemos. Así pues, nombramos porque podemos, sin más, y no hay mucho más que explicar. Y no hay gramática en el mundo que pare esto o, mejor dicho, en la medida en que tomamos la palabra pública para nombrar tenemos también el poder de cambiar la gramática y feminizarla; porque queremos y podemos. Y la RAE terminará recogiendo el lenguaje que usemos aunque sea entre los llantos de algunos académicos y de unos cuantos chistosos cutres.
Beatriz Gimeno es activista feminista y diputada por Podemos en la Asamblea de Madrid.
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