El entramado social actual es tan complejo que hace tiempo que usar terminología referente a los millennials y a lo siguiente a los millennials ha perdido toda lógica. Que la generación actual guarda distancias con la anterior, y que la anterior tampoco comulgaba con todas las ideas que su predecesora le había enseñado es tan básico como entender que nuestra sociedad cambia, y que las preocupaciones y aspiraciones actuales poco tienen que ver con las de hace varias décadas. Así, lejos de estudiar los comportamientos de una generación que no responde por nadie salvo por sí misma, los gurús sociales la han ido encasillando bajo la idea abstracta de los clics y la falta de interés por el mundo que hay fuera de sus smartphones. Hablar del número de ‘me gusta’ como baremo de la felicidad adolescente es inocuo, pero también una pérdida de tiempo: forma parte de la idea anticuada de que la tasa de conversión, en los negocios y en la vida, lo es todo.
La tasa de conversión viene a medir el nivel de rendimiento de una acción concreta. Si subes una foto a Instagram y la ven cien personas pero tan solo consigue treinta ‘me gusta’, la tasa de conversión equivaldrá a un 30%. ¿Ha merecido la pena el esfuerzo de echar la foto, recortar a la señora que pasaba por allí y estar diez minutos eligiendo un filtro para treinta ‘me gusta’? Probablemente, si dirige la pregunta hacia alguien que no utiliza Instagram o que lo hace de manera anecdótica, le dirá que no. Es importante hacer preguntas a quien tiene respuestas. Y aún más importante, hacer las preguntas adecuadas. Por ejemplo: ¿sabía que dos de cada tres usuarios de Instagram tienen menos de 35 años? ¿Y que la edad predominante en esta red social se sitúa entre los 16 y los 24 años? Dicho tramo de edad recoge un 35% del uso de Instagram. Si los datos hablan de aproximadamente 600 millones de usuarios activos mensuales, significa que hay más de 200 millones de adolescentes y jóvenes utilizando la aplicación.
La forma en que los usuarios utilizan Instagram puede servir para comprender mejor a una generación que dedica buena parte de su tiempo a plasmar su vida social
En España, según un informe de Cambridge University Press, Instagram es la red social con una mayor brecha entre sus segmentos de edad. El rango comprendido entre los 18 y los 30 años —el más bajo que recoge el estudio— guarda una mayor diferencia de puntos con el resto de estratos que cualquiera de sus competidores más cercanos. Una estadística más: a nivel global, el segmento de edad más joven con cuenta en Facebook ha reducido su uso en favor de Instagram en más de un 60%. ¿Es significativo? Bueno, quizá lo sea. Que Instagram —junto a Snapchat, que ha sufrido una sangría de usuarios desde el lanzamiento de Instagram Stories— sea la red social que acumula un mayor número de público joven la posiciona como punto de referencia clave a la hora de estudiar a sus usuarios. Después de todo este batiburrillo, llegamos a una primera conclusión: la forma en que los usuarios utilizan Instagram puede servir para comprender mejor a una generación que dedica buena parte de su tiempo a plasmar su vida social —más o menos edulcorada, esa no es la cuestión— en forma de fotografías.
En la carrera por unificar toda una serie de funciones que las distintas redes sociales han ido incorporando a sus servicios, Instagram se posiciona como la app que da una respuesta más rápida al deseo de interactuar socialmente en el terreno digital. Lo que un día fue una red exclusivamente de fotos, ahora incorpora mensajería entre usuarios y el componente de lo efímero que llevó a la fama a Snapchat, clonado sin pudor por Instagram: sus stories. Pequeños pedazos de información ajena en forma de fotografías que desaparecen a las veinticuatro horas. La posibilidad de subir una foto en segundos de cualquier aspecto de nuestra vida, va un paso más allá en lo de documentar cada instante: ni siquiera Twitter propicia hasta tal punto la acción de compartir lo que hacemos durante el día a día.
Las ‘historias’ establecen una barrera: a un lado, las fotos que queremos que queden almacenadas; a otro, lo fugaz, lo momentáneo, lo que no suma lo suficiente como para quedar anclado a nuestra cronología fotográfica. Tras esa dicotomía del valor sustancial de una foto, nace la idea de compartirlo todo. Con la posibilidad de grabar fragmentos de vídeo, incorporar texto e incluso hacer retransmisiones en directo, Instagram se convierte en la mayor exposición de un retrato generacional que se exhibe visualmente a sí mismo.
El usuario de Instagram tiene dos cosas claras. La primera es que quiere interactuar en forma de imágenes, no de texto. Es la misma premisa que configuró el éxito de Snapchat y que ha convertido YouTube en una de las plataformas favoritas de los adolescentes: interacción directa, apuesta por lo audiovisual y el mínimo texto posible. La segunda es que quiere hacerlo de forma simple e inmediata. ¿Con qué objetivo? Es complicado dar una respuesta a esto sin volver a caer en generalidades. Algunos datos indican que Instagram es una herramienta que los adolescentes perciben como “inspiradora”, que abre las puertas a la expresión artística y que permite sentirse más conectado a las personas que se conocen.
Para Andrés, un estudiante de bachillerato de 16 años, Instagram se ha convertido en la red social a la que dedica más tiempo. “Se vuelve una rutina abrir la app y echarle un vistazo a las fotos que sube la gente que sigo. Además suelo pasar un rato viendo la sección Descubre; entretiene y puedo encontrar cuentas que me interese seguir, por ejemplo artistas o cantantes”, explica. En lo referente al tipo de contenido que sube a su cuenta, dice: “Trato de enseñar el lado que más me representa a mí mismo y las personas a las que quiero”. “No suelo mostrar mucho mis sentimientos a través de largos comentarios en fotos ni cosas por el estilo, eso lo hago más en otras redes sociales como Twitter”, cuenta haciendo mención al componente visual de Instagram. Sobre las ‘historias’, Andrés confiesa que las utiliza casi todos los días. “Me gusta subir fotos de mi vida diaria, algo más personal —no solo comida y amigos— también fotos y vídeos en los que salga lo que estoy haciendo en el momento”.
Laura y Helena tienen 22 años y ambas son estudiantes. Instagram es la red social que más utiliza Helena: “Ocupa mis ratos muertos de manera casi automática”. Laura coincide: usa Instagram en sus “ratos muertos” y es una de las redes sociales en las que emplea más tiempo junto a Twitter. “A Facebook me cuesta más entrar”, dice. La de Helena es una cuenta más artística. “Generalmente abarco paisajes y ciudades a las que he viajado. Es un resumen de las cosas que me parecen bonitas en mi día a día. Supongo que guarda algo de relación con el ánimo el tomar una foto o no y de una manera u otra”, asegura. “Todas las fotos reflejan en cierto modo lo que sientes, ya sea por el lugar que fotografías o los filtros que utilizas”, añade Laura. Coinciden, también, en el uso que le dan a las ‘historias’ de Instagram. Laura las utiliza para subir cosas poco importantes, como una cena o una foto rápida con un amigo: “A mi perfil solo la subiría si la foto me gustara mucho o significara algo para mí”. “Instagram Stories es para tonterías. Nimiedades que no son suficientemente importantes como para dejar de manera perenne en tu cuenta”, concluye Helena.
"Tras esa fase inicial de mostrar una vida irreal o perfecta algunos también quieren mostrar la cara B de su día a día"
Un poco más arriba en la escala de juventud se encuentra Héctor, un programador web de 26 años. Instagram es una de sus ventanas permanentemente abiertas hacia el espectro social: “Lo uso para conocer las novedades de mis amigos y de gente que sigo de la otra punta del mundo. Ver dónde va, qué come y cómo se divierte. También para ver qué le preocupa, porque tras esa fase inicial de mostrar una vida irreal o perfecta algunos también quieren mostrar la cara B de su día a día”. En su opinión, no todo el mundo se atreve a abrirse en Instagram. En su caso, dice, “a través de las fotos se adivina sin complicaciones mi estado de ánimo la mayoría de las veces”. “Va de la mano. El cómo te sientes queda plasmado en la foto o en el comentario de después si pones algo”. En el caso de Stories, Héctor habla de la funcionalidad como “el carpe diem de una red social que se utilizaba de una forma totalmente opuesta”. “Es un alivio para las noches de fiesta —por cómo puedas ir— o simplemente para pasar el rato cuando te aburres y quieres que la gente te mande algún mensaje. Al día siguiente no queda rastro”, expresa agradecido por su incorporación a la red social.
Instagram, como otras redes sociales, ha sido señalado en múltiples ocasiones como poco más que un aditivo para su generación más inmediata, poniendo en duda sus formas y conductas y justificándolas en el plano del ego adolescente. La realidad de sus usuarios, invita a pensar que la tendencia es otra.