Tsipras no es un héroe

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Lo que venía anunciándose se cumplió: Alexis Tsipras, el primer ministro griego, dimitió. Con ello no sólo pone fin, según él mismo ha comentado, a una etapa de gobierno, efímera aunque muy intensa, sino que parece cumplir alguna especie de guión, escrito en algún lugar de cuyo nombre no queremos acordarnos. No vamos a remitirnos a la ananké de la Grecia antigua, ese destino de cumplimiento inexorable, para encuadrar la decisión del mandatario heleno en un cierto marco de sentido. Sí es verdad, sin embargo, que el derrotero seguido por Alexis Tsipras se ha ido fraguando con la fuerza constriñente de un destino insoslayable, al menos desde el referéndum que el mismo convocó y en el que ganó el "no" a la política de duros ajustes que se quería imponer desde la Troika, mas para asumir a renglón seguido esa misma política que se rechazaba, so pena de que su país, tras dos semanas de bancos cerrados, viera totalmente colapsada su economía.

Es en las aludidas circunstancias donde hay que enmarcar, no sólo la dimisión última, que dará paso a unas nuevas elecciones de las que el mismo Tsipras puede salir como ganador, sino todas las decisiones que el primer ministro griego ha ido tomando hasta aceptar el llamado "tercer rescate" de Grecia: ese salvavidas que puede ahogar al país heleno, dadas sus condiciones, ésas que han empezado a verificarse con la privatización, para ir a parar a manos de capital alemán, de 14 aeropuertos griegos, de los que tienen buen flujo de viajeros. Tras la extorsión, ¡la apropiación! Quienes querían determinado tipo de rescate, sin "quita" y con más duras medidas disciplinarias aplicadas al pueblo griego, empiezan a obtener beneficios a costa de los rescatados.

Es por ello que Tsipras, sabiéndolo, ya dijo, nada más mostrar su acuerdo con lo que se estableció por el Eurogrupo, que iba a poner en marcha un plan del cual, aun presentándolo como el mejor posible, no estaba convencido de que fuera la solución para la dramática situación de Grecia. Con ello, acatando lo que le era impuesto, suscribía las opiniones que habían emitido voces como las del mismo Varoufakis o el tan citado Piketty, coincidiendo de paso, y de manera bien chocante, con las de un FMI que sostenía que sin alivio de la deuda pública no habría salida para la crisis griega.

Mas, siendo todo ello así, Tsipras se puso a hacer algo más que de la necesidad, virtud, hasta aparecer como animoso ejecutivo dispuesto a seguir la ruta marcada por Frau Merkel, atemperando las iras de su ministro Schäuble. Las iras no atemperadas, por el contrario, son las del sector de Syriza disconforme con las medidas aceptadas, el que se constituye como partido distinto a consecuencia de tan fuerte disenso en el seno de la propia organización. Con el destino de Tsipras se tejen otros muchos y todos de incierto futuro --en verdad, como todos los destinos, habida cuenta de que no hay ninguna predeterminación--.

La postura adoptada por el ya primer ministro dimisionario griego presenta, ciertamente, muchos flancos para la crítica, pues no se puede sustraer a una visión que la enjuicie como claudicante. No se puede negar que cabían otras posibilidades, por más que tampoco pueda pasarse por alto el costo que ellas supondrían, social y económicamente, dada la absolutamente desventajosa posición negociadora en la que ha estado el gobierno griego en todo este proceso. Si por determinados motivos es criticable la secuencia seguida por Tsipras, con razones de más peso hay que enfocar la crítica hacia la Troika que durante estos meses le ha chantajeado. Cuando además, esta crítica no aparece ni por asomo desde otras latitudes políticas, la cuestión llega a ser indignante.

Es de vergüenza cómo se dirigen dardos interesados hacia la gestión de Tsipras y su gobierno, abusando de nuevo del término "populismo", en declaraciones cargadas de demagogia carente del más mínimo rigor analítico --y no exentas de zafio interés electoralista--, a la vez que imbuidas de una arrogancia tan sádica que incluso a estas alturas escandaliza. Hasta resulta impertinente, por más que se diga desde la proximidad política, afirmar que a Tsipras le han "temblado las piernas". ¿Alguien puede asegurar que no le pasaría lo mismo, o más, en circunstancias similares? El temblor de piernas, como todo lo que tiene como causa el miedo, puede controlarse. Pero a Tsipras lo que le resultaba insoportable era el dolor de cuello, la soga del llamado rescate apretándole a él, y al pueblo griego, hasta el borde de la asfixia. Por tanto, las críticas al ex primer ministro, que las merece, han de formularse al menos con cierta mesura si no se quiere caer del lado de los hipócritamente indignados.

No hace falta insistir en que el ya mencionado referéndum, con la victoria del "oxi", es lo que se halla como telón de fondo de las críticas a Tsipras que honesta y fundadamente se formulen. ¿Por qué no siguió el mandato del demos griego que de tan valiente consulta se derivaba? Es paradójico que muchos de los que criticaron su convocatoria se lancen a degüello por no haber seguido hasta las últimas consecuencias su resultado. Menos contradictoria, pero también chirriante, es la afirmación de quienes insisten que Tsipras debía haber contado con otras fuerzas de izquierda para conseguir sus objetivos respecto a la deuda pública del Estado heleno. La réplica es fácil: ¿dónde estaban, en cuantía y con voluntad política suficientes, esas fuerzas de izquierda? La afirmación en cuestión es, pues, falazmente retórica.

Pero incluso visiones bienintencionadas hacen hincapié en que si Tsipras se hubiera sustentado en la fuerza de los votos del "no", en el firme apoyo de la ciudadanía, en el decido compromiso de un pueblo que ha sabido afirmar su dignidad democrática frente a unas instancias europeas subyugadas por el totalitarismo de los poderes financieros..., si hubiera actuado así, no tendría por qué haber cedido ante la tríada de marras formada por Comisión europea, BCE y FMI, ante las presiones del Eurogrupo y ante las autoritarias directrices alemanas. Pero... ¿cuándo y cómo se cumplían todas esos condicionantes? ¿Está la ciudadanía griega en una tesitura tan distinta de la cultura política dominante en todas las sociedades occidentales, de las cuales puede decirse que se hallan en una épocapostheroica?

La situación de Grecia es dramática, incluso en ciertas dimensiones de su realidad ronda la tragedia, pero, sinceramente, no estamos en tiempo de héroes. El muy humano Tsipras no lo es. Y si aún se le critica por ello, hay que hacerlo sabiendo que las heroicidades son asumibles en primera persona del singular, pero no exigibles a los demás. Quizá sea esa la explicación última de las decisiones de un primer ministro en la época en que los héroes, individuales y colectivos, ya murieron. Si el referéndum contra el plan de la Troika supuso, como acontecimiento, una "rebelión del coro" -muy expresivo título de una excelente obra del politólogo argentino José Nun-, la trama que se desarrolla en el escenario no cuenta con la figura heroica que hubiera hecho las delicias de un Sófocles redivivo.