Una de las patas en las que más firmemente se asienta el patriarcado es, seguramente, en la idea de que la pareja es imprescindible para la vida. Desde que somos pequeñas, las mujeres somos bombardeadas con la idea de que el objetivo final de nuestras vidas es encontrar nuestra media naranja. Por lo tanto, en lugar de ocuparnos en construirnos como personas independientes, el sistema patriarcal nos insta a buscar lo que creemos que nos falta en otras personas. Esa idea de un único modelo de familia da como resultado que nos veamos abocadas a buscar el príncipe azul que nos rescate y nos ayude a conseguir una vida digna. Repetimos el modelo familiar porque estamos convencidas de que, por nosotras mismas, no íbamos a conseguirlo.

Recuerdo una frase que se repetía mucho en mi juventud con respecto a las personas viudas. Siempre se decía que cuando un hombre enviudaba, o fallecía pronto o se volvía a casar. Era como una sentencia contra los hombres, a los que se les había convencido de que sin una mujer que le cuidara, no iba a sobrevivir. Tenían entonces mucha prisa en rehacer sus vidas. Sin embargo, se decía que las mujeres cuando enviudaban, tras un primer periodo de hundimiento, es como si florecieran en soledad, revivían. Y, curiosamente, la mayoría de las viudas no volvían a casarse, porque se sentían bien en esa soledad.

En una sociedad que educara a la ciudadanía en la autoconfianza, la soledad no sería el resultado, sino el punto de partida. Todas deberíamos saber estar en soledad, crecer en la soledad. No una soledad sin amigos o familia, puesto que los apoyos en la vida son imprescindibles. Pero sí como un punto de partida del cual crecer como persona, en la que construirse, para luego optar, o no, a una convivencia igualitaria. Está bien compartir proyectos de vida con otras personas, lo malo es creer que esos proyectos no puedes llevarlos a cabo en soledad. Lo peor es cuando te meten en la cabeza que la soledad es resultado del fracaso de la pareja.

Según el INE, uno de cada cuatro hogares en España está formado por una sola persona. También podemos observar que, en una gran proporción, los hogares monoparentales están formados por mujeres solas con sus hijos a cargo, con una mínima proporción de familias monoparentales encabezadas por hombres. Fruto de los divorcios, las familias pasan de ser un modelo tradicional a monoparental. Luego, la soledad sigue siendo el punto de llegada de muchas personas. Cuatro de cada diez parejas casadas deciden romper su relación, con una media de convivencia de 16 años y cuando los cónyuges tienen entre 40 y 50 años. En los matrimonios con hijos, las mujeres obtienen la custodia en exclusiva en un 66% de los casos.

Cuando una pareja se rompe las mujeres se enfrentan, abruptamente, a esta soledad sobrevenida. La mayoría de las familias monoparentales comienzan una nueva andadura en solitario. Siguen adelante, crían a sus hijos e hijas, y construyen un nuevo modelo social unipersonal. Eso significa que, en realidad, estamos preparadas para la soledad. Sabemos seguir adelante solas, a pesar de lo difícil que resulta. Te encuentras en la cuarentena, y empiezas a deleitarte con lo que conlleva la soledad, que no es otra cosa que tú misma.

El patriarcado necesita que creamos que no es posible una vida en soledad. Necesita que hombres y mujeres estén convencidos de que la vida no es posible sin el otro. Lo necesita, porque si todas las mujeres supiéramos estar en soledad, nos construyéramos desde la singularidad, no permitiríamos parejas en desigualdad. A las mujeres se nos educa para cuidar de los otros. Se nos educa desde la desigualdad y para la desigualdad. No nos educan para potenciar y cultivarnos. Ni a ser independientes. Nos inculcan el modelo de pareja como el punto de partida. Y se convierte en nuestro objetivo encontrar lo que nos completa, porque nos hacen creer que somos seres incompletos. La pareja como símbolo de la felicidad.

Si supiéramos construirnos en soledad, las mujeres no soportarían los malos tratos o las violencias machistas, que son la moneda que muchas aceptan como precio a pagar por sentirse completas. Las relaciones dentro de la pareja serían mucho más igualitarias, sin roles de género. El patriarcado hace bien su trabajo, nos invita a creer que somos libres de elegir. Pero, en realidad, desde que nacemos estamos condicionadas con estos roles. La presión social es como una losa que aplasta la individualidad.

Aceptar la soledad sobrevenida es diferente a aceptar la soledad. Muchas mujeres en la historia han optado por la soltería. Y no es casualidad que las habilidades artísticas se desarrollen más en mujeres solteras que en mujeres que conviven en pareja. La huída del matrimonio entre las mujeres en el pasado fue el resultado de un sistema que las oprimía y las anulaba como seres individuales. La soledad escogida por escritoras, pintoras, o pensadoras. La soledad, como opción para salvaguardar la singularidad.

El patriarcado propicia la pareja como modelo de partida. Por eso, durante siglos, las mujeres solteras fueron ridiculizadas y vejadas. Las solteras fueron denostadas como mujeres incompletas, defectuosas. La palabra solterona fue utilizada como un insulto. Sin embargo, hoy en día ser soltera es una opción que eligen muchas mujeres que quieren sentirse libres. La soltería como elección y la soledad como punto de partida.

Sobre el autor:

nale 1

Nale Ontiveros

...saber más sobre el autor

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído