Un 26 de marzo de 2007, Pilar Sánchez ponía fin a escasos dos años de una alianza con Pedro Pacheco marcada por el veneno personal y los ayuntamientos paralelos que edificaron.
Aquel 26 de marzo la Policía Local irrumpió en las delegaciones, se acordóno el edificio de Los Arcos, sede de la entonces Gerencia Municipal de Urbanismo (GMU), hubo registros a las entradas y salidas, apertura de paquetes y maletines con objetos personales incluso de los trabajadores municipales... Pedro Pacheco, cariacontecido, viéndose expulsado del poder municipal tras 28 años ininterrumpidos de control total de su ciudad-estado, solicitaba la presencia de un notario. El fedatario abría aleatoriamente cinco de las cajas que había recopilado en su despacho de la última planta del inmueble de la plaza del Arenal y certificaba que, efectivamente, eran objetos personales que podían ser retirados. "¿Creen que Jerez merece este espectáculo bochornoso?", preguntaba retórico a la prensa. "Recuerda al Golpe de Estado de Chile pero trasladado a Jerez; le ha debido traicionar su subconsciente cuartelero de tantos años viviendo en Ceuta".
Casi a la misma hora, Pilar Sánchez, que había convocado una rueda de prensa bajo el recurrente encabezado 'asuntos de interés', anunciaba públicamente el divorcio exprés del pacto que 15 meses antes había rubricado a regañadientes con el ex alcalde de Jerez durante más de dos décadas. "No abrimos ninguna crisis, la cerramos", manifestó entre convencida y liberada. "Me he visto obligada a tomar esta decisión ante la constatación de que el PSA —en aquel momento el partido de Pacheco— ha abandonado sus responsabilidades de gobierno y se ha situado de facto en la oposición". Esa era la justificación oficial. La realidad es que el odio personal que se profesaban había crecido imparable, mientras la ciudad se hallaba en medio de dos ayuntamientos paralelos, cada uno con su maquinaria a costa del erario público, y con unos ingresos inflados en la época del boom inmobiliario donde parecía que valía todo. Pero no, no valía todo. Diez años después de aquel episodio que ha marcado el devenir del relato actual de la quinta ciudad andaluza en población, sus protagonistas duermen cada noche entre los muros de prisión. Ninguno pudo intuir que el veneno que mutuamente se inocularon sería tan devastador.Hay que remontarse a enero de 2005. Hay una foto en el antiguo hotel AC, construido en el remodelado Chapín al amparo de la faraonía de los Juegos Ecuestres de 2002, donde Pacheco y Sánchez unen sus manos y brindan por la recién constituida sociedad limitada. En el centro de la foto está Paco González Cabaña, entonces líder del PSOE gaditano y presidente de la Diputación, donde en paralelo cierra un pacto con el PSA que lidera el exalcalde. La buena sintonía de Cabaña con Pacheco y la pésima relación con Sánchez no impide que fragüe aquel acuerdo político cuyo eslogan era Un corazón con dos latidos. Las relaciones entre ambos políticos demostrarían más tarde que aquello era más un infarto para la ciudad que cualquier otra cosa. Sánchez, que había ganado las elecciones municipales en 2003 —igualada a 9 concejales con Pacheco pero con más votos— y que había visto como in extremis el PP de García-Pelayo la dejaba tirada para aliarse con el viejo zorro andalucista, tocaba poder municipal tras una centelleante carrera interna en el PSOE.
Por obediencia debida, pergeñado en instancias superiores del partido donde ella no llegaba, la realidad es que finalmente se convirtió en alcaldesa de Jerez gracias a una operación política en la que probablemente no creían ni una ni otro. En el caso de Pacheco, perdía su condición de alcalde pero, a cambio, manejaría todos los hilos de la ciudad que tenía en la cabeza en unos tiempos de vacas gordas. Desde su área de Política Territorial, con la GMU como mascarón de proa, no solo manejaba la mayor fuente de financiación municipal en aquel momento, sino que diseñaba la ciudad del futuro al vaivén de los promotores urbanísticos y otra serie de especuladores que llegaban al municipio en manada. El diseño del nuevo Plan General de Ordenación Urbanística (PGOU) de Jerez fue otro de sus grandes caballos de batalla y, a la postre, uno de los elementos decisivos que terminó de dinamitar la alianza política.En las primeras semanas del pacto hubo un ten con ten cordial, en el que Pacheco se comportaba como un aliado de gobierno fiel y Pilar como una socia generosa y que abogaba por el protagonismo compartido. Duró poco. La relación se fue enfriando a medida que el exalcalde seguía con una endiablada inercia de gestión desde la GMU, que convirtió en su fortín. Llegaban las inversiones, los ingresos millonarios por plusvalías y licencias de obras, había tres aparcamientos subterráneos construyéndose al mismo tiempo, y media ciudad levantada. El despliegue de publicidad institucional era cuantioso y los medios de comunicación locales jugaban con los socios para ver a quién querían más de los dos, si a papá o a mamá. En función, claro está, del dinero que recibieran por hacerles propaganda. Si Pacheco titulaba Urbanismo actúa en las vallas de todas las obras que promovía la GMU, Sánchez se sacaba de la manga un eslogan con letras blancas sobre rojo (PSOE, claro) que rezaba Pasión por Jerez. Y Pacheco respondía con otra nueva campaña: ¿Te gusta Jerez? Aquí hacía una restrospectiva de la transformación sufrida por la ciudad desde la restauración democrática, de la que inevitablemente fue protagonista indiscutible. La tensión se iba disparando entre ambos. La alcaldesa socialista miraba con el rabillo del ojo pero no podía coger la rueda de su vicealcalde.
La guerra por la llegada a Jerez de Ikea fue un escenario en el que se visualizaron claramente dos ayuntamientos y un resquebrajamiento delirante de las relaciones políticas
Los primeros chispazos que amenazaban con cortocircuitarlo todo se produjeron cuando Pilar retiró asuntos del consejo de gestión de la GMU alegando que no había tenido tiempo de mirarlos, lo que provocó la ira del "alcalde”, que se sabía todos los expedientes al dedillo y consideraba que era un problema de poca resolución por parte de la regidora, “que no se estudia ni un papel”. La situación empeoró con la primera resolución del Alcaldía retirándole provisionalmente la firma a Pacheco (lo que en la práctica era dejarle sin competencias), o cuando la alcaldesa se ausentaba "misteriosamente” sin delegar funciones (aquellos viajes a París, Suecia…).
Precisamente la guerra por la llegada a Jerez de la multinacional Ikea fue otro escenario en el que se visualizaron claramente dos ayuntamientos y un resquebrajamiento delirante de las relaciones políticas. Y, lo que es peor, personales. Ambos se arrogaron el éxito de la implantación de la empresa sueca en la ciudad, dentro de una operación urbanística más que cuestionable. Pero como ellos iban a lo suyo, incluso publicitaron la inversión en los medios por separado: el PSOE por un lado y el PSA por otro. En el día a día, mientras Pacheco controlaba el hardware municipal, con delegaciones de mucho peso, influencia política y, sobre todo, ingresos, Sánchez intentaba sacar la cabeza con delegaciones menores y con la cruz, para más inri, de la delegación de Economía y Hacienda en un Ayuntamiento entrampado hasta las cejas.
Pedro Pacheco, el mismo que seguía manejando al Xerez Deportivo o al lobby de las cofradías, convocaba a la prensa para darle cuenta de asuntos de calado sin dar explicaciones a la regidora. Uno de los casos más llamativos fue el del 20 aniversario del Circuito de Velocidad, cuando el exalcalde convocó a un desayuno a todos los medios y sopló las velas de una enorme tarta. Los colaboradores del Pilar se afanaban en obtener información de esos movimientos, aunque siempre se enteraban tarde. Aquel día fue un juego al escondite por los pasillos de las oficinas del trazado, también controlado por Pacheco y por uno de sus hombres de confianza, el antiguo gerente de Gestión Circuito de Jerez, José Ramón García —episodio que de por sí merecería un capítulo aparte—. Finalmente, sopló las velas en solitario rodeado de cargos de la federación de motociclismo y de periodistas, para cabreo monumental de la alcaldesa y su apparatchik. Eso sí, Pilar se la tuvo bien guardada, devolviéndosela con la negativa a que accediera al podio del Circuito en el siguiente Mundial de Motociclismo. ¿Prohibir a Pacheco la entrada al podio de su Circuito? La afrenta hacía estallar irremediablemente la relación. Aunque algo parecido sucedió en la inauguración del Centro Social de La Granja y, en general, con todos los temas que afectaban a las delegaciones controladas por Pedro Pacheco, que él dirigía sin dar cuenta a la alcaldesa.
De todas esas “afrentas” tomaba nota ella que, tras la ruptura, llegó a proclamar que de la Gerencia de Urbanismo “no va a quedar ni las siglas”, como así fue. Desde aquel momento, la alcaldesa comenzó a eliminar uno a uno todos aquellos instrumentos de gestión que, por momentos, hicieron del Ayuntamiento de Jerez un modelo para otras administraciones locales españolas (GMU, Instituto de Promoción de la Ciudad, Gerencia de Deportes, Instituto de Cultura…) e hizo extensiva su “venganza”, incluso, al círculo de trabajadores en los que Pacheco había apoyado su gestión. Algunos quedaban arrinconados en una suerte de purga y, pese a cobrar del erario público, se les mantenía sin dedicación alguna. Además, cuando cesó a Pacheco lo hizo exhibiendo toda esa desconfianza larvada en esos dos escasos años de pacto. Pero también como una forma de romper con vistas a las municipales, donde evidentemente no podía llegar de la mano del hombre que amaba y odiaba a la vez la ciudad. Entonces llegó la ruptura total y llegaron los efectivos policiales a las dependencias municipales gobernadas por Pacheco como una especie de escenografía que debía proyectar una imagen pública de aquel divorcio político asociada a la sombra de corrupción. "En los últimos meses se han cruzado dos líneas que han precipitado la nueva situación: La de los intereses generales de la ciudad y la de la dignidad de los miembros de este gobierno", justificaba Sánchez en la rueda de prensa de aquel 26 de marzo.Desde el mismo momento de la ruptura, no cesaron de intercambiarse golpes, los de Pacheco eran más bien verbales, los de Pilar se centraban en rebuscar bajo las alfombras para tratar de llevarle ante la Justicia. El exalcalde, que pisaba bancada de la oposición por primera vez en 28 años, advirtió de que durante los 15 meses que ha durado el pacto de gobierno "no hemos sido cómplices de las prevaricaciones, los desmanes, las amenazas verbales y telefónicas y las adjudicaciones a dedo de obras y servicios a amigos y familiares". "Estoy segura de que esta decisión será confirmada por la ciudadanía, definitivamente, en las elecciones municipales del 27 de mayo", replicaba Sánchez. El tiempo le dio la razón. Dos meses después se hacía con una arrolladora mayoría absoluta de 15 concejales, y mandaba a Pacheco y a lo que quedaba del pachequismo al más oscuro ostracismo. No satisfecha con arrasar en las urnas, le pudo la sed de vendetta. En lugar de un entierro digno, bailó sobre su tumba. Al menos eso sostienen la mayoría de analistas de la actualidad política jerezana. De aquella obsesión por devolverle a Pacheco la "pesadilla" que le había hecho padecer cuando fueron miembros de aquella alianza de gobierno antinatura, empezó a cursar denuncias a Fiscalía, mientras que su adversario, derrotado en las urnas, contraatacaba como podía, ya lejos de alfombras, coches oficiales y teléfonos corporativos. Es decir, fuera del buen recaudo que ofrece el poder. En ese preciso momento fue González Cabaña, el hombre que les había sellado las manos un par de años antes y que no rompió con Pacheco en Diputación pese a que Jerez saltó por los aires, quien volvía a convertirse en protagonista con una frase que resultó lapidaria y que ha pasado a los anales de la historia política reciente de la ciudad. "No soy amigo de judicializar la política, estas cosas se sabe cómo empiezan pero no cómo acaban". Y, claro está, acabó mal.
Condenados por corrupción política, tanto Pacheco (que cumple cinco años y medio por los casos Asesores y Estación de Autobuses, y está pendiente de otra condena de un año y 10 meses que aún no es firme de otro año por unas obras ilegales en El Rocío) como Sánchez (cuatro años y medio por el caso PTA), buscan ahora algún beneficio penitenciario que les devuelva poder respirar en libertad aunque sea por unos días. Cada unos en sus celdas, en los módulos de las prisiones donde se encuentran recluídos, Puerto III y Alcalá de Guadaíra, respectivamente, es difícil imaginar que no haya un solo día en el que no repasen muchas partes de esta truculenta historia e incluso piensen el uno en el otro. Es difícil imaginar que no haya un día en el que no piensen lo caro que les salió tanta ambición y tanto odio personal.
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