Cuando cruza el tren, el escenario tiembla. La nave de La Zaranda, a escasos metros de la vía férrea Madrid-Cádiz, tiene ladrillos vistos por fuera y un universo interior que hipnotiza al que cruza su enorme doble puerta de hierro. Un territorio que transporta a ninguna parte, pero en el que residen más de cuatro décadas de oficio y artesanía teatral. El altar encendido en todo lo alto para la Virgen de Guadalupe, la cartelería con más de una quincena de montajes, los restos de otros espectáculos que alcanzaron la orilla y el atrezo de la función por hacer. Un camerino espectral, una paisaje de la memoria en forma de premios y un archivo documental recopilado por el paso del tiempo.
Es el sancta sanctorum de La Zaranda, donde cada ensayo es una misa concelebrada. Cuatro almas en busca de autor. Cada ensayo es un paso más hacia el ensayo general, “que es el día del estreno. Esto es prepararnos para ese ensayo”. La coreografía arranca de forma casi automática. Si hay una parada por un problema técnico se solventa sobre la marcha, con apenas dos medias voces: “¿Yaa…? ¡Vamos!”.
En la tabla está nuevamente el núcleo duro actoral de la compañía: Gaspar Campuzano, Enrique Bustos y Paco Sánchez (que se desdobla en director de escena con su alias de Paco de La Zaranda). Frente a ellos, en la mesa técnica, modesta y vetusta como todo en esta nave-laboratorio, da alguna pauta lejana Eusebio Calonge, dramaturgo del grupo. Van para 43 años repitiendo un rito íntimo bienal: encierro con un texto que sirve de armazón y construcción de un andamiaje que luego solidifica en los escenarios nacionales e internacionales. “Ya el público dirá qué es este trabajo, pero estoy contento por la cantidad de cosas que han venido, que el teatro nos ha vuelto a regalar. En el texto no estaban muchas cosas contempladas y jugando con ese texto han ido apareciendo, y eso es fascinante”, resalta Paco, uno de los cofundadores, junto a Gaspar y Juan Sánchez, de la compañía.
“Lo complicado es pulir, limpiar todo, sacar brillo, que desaparezcan los actores y haya una sola energía…”, reconocen los miembros de una de las escasas, y más longevas, compañías estables de teatro de creación que existen en España. El reto y la propuesta siguen intactos: dignidad artística y un discurso unívoco para preservar un lenguaje teatral que ha creado escuela en el mundo de las artes escénicas. Un fenómeno de glocalización artística que partió de un microcosmos local, de una poética y un imaginario muy ligado a la Baja Andalucía, para trascender a lo universal.
Hay novedad en el frente. La Zaranda contragolpea, en medio de la guerra invisible contra el coronavirus y la práctica paralización del mundo de la cultura en un tiempo desconcertante, con La batalla de los ausentes, su decimoséptima producción. Llega tras El desguace las musas, que se vio atacada por la pandemia y ya causó baja en cartel. Lejos de arredrarse, “el miedo es peor que la muerte”, a escasos días de su estreno en el teatro Palacio Valdés de Avilés —el estreno se producirá este próximo viernes 26 de marzo—, el grupo ya tiene el siguiente trabajo a término. A punto de un nuevo alumbramiento.
“Hay mucho curro, es un trabajo muy físico y con mucho texto, y ya somos sesentones”, bromea Gaspar, que junto a sus compañeros de filas maneja las armas del teatro como curtido general. “Queríamos librarnos del teatro de objetos, pero no podemos, siempre vamos cargados de porquería, empezando por los actores”, confiesa con su retranca habitual Paco de La Zaranda. Las “porquerías” son esta vez material de guerra. Botas militares y una silla de ruedas de la Primera Guerra Mundial, camillas plegables francesas e inglesas, condecoraciones militares de los más diversos países… Un arsenal escenográfico tan sobrio como capaz de convertirse en trinchera o corte, en hospital de campaña o monumento a los caídos. Al frente de todo, el banderín de Zaranda, enarbolado desde 1978 y con dos cintas colgantes: las de Juan de La Zaranda y Héctor Grillo. Dos ausentes siempre presentes.
Hay un vino de uva Malbec, de la región argentina de Mendoza, que La Zaranda decantó en una de sus innumerables estancias en Buenos Aires. En la vitola de El Enemigo, que así se llama el tinto, reza: “Al final del camino solo recuerdas una batalla, la que libraste contigo mismo, el verdadero enemigo; la que te hizo único”. Una cita que bien podría dar pie y sentido a esta nueva creación zarandiana, donde los personajes son supervivientes de una guerra que nadie recuerda, pero que ellos siguen librando en su imaginación contra un enemigo que si no aparece, se le busca. Un espectáculo “bélico-poético” o una sátira política donde Antígona, Tito Andrónico, El cerco de Numancia y La escopeta nacional son revisados con el filtro Zaranda. Con sus constantes teatrales intactas y el pulso exacto de quien no cambia el paso caiga quien caiga.
“Es verdad que el año 20 ha sido raro, pero ese distanciamiento ha sido bueno, ha venido bien, y el hecho de reencontrarnos de nuevo y ponernos a trabajar…, teníamos ganas”
“Creo que tiene mucho de farsa política, que es un palo que nunca había tocado La Zaranda, con muchas citas literarias: Shakespeare está siempre, en todo ese exceso de truculencia; en ese manejo del personaje como muñeco también está Ghelderode, o en el ámbito bufonesco que se crea en esa corte imaginaria, donde hay una crítica muy frontal, que creo que también es una gran diferencia con los anteriores trabajos de Zaranda. Este es un trabajo más crítico, muy de ataque…”, cuenta Calonge, que habla de una Batalla de los ausentes que encierra también “ese humor tan nuestro que es siempre una crítica muy cerril, con poca apertura, un humor muy negro y desesperado”.
Por supuesto que hay estética kantoriana, “del propio imaginario de lo que siempre ha sido Zaranda, y está la épica de la derrota, y una estética de esta metáfora bélica”. Y todo se conforma, en el fondo, como un gran alegato antibelicista. Esperanza en medio del caos. El hecho teatral como bálsamo, pero también como desinfectante y cicatrizante. “Está todo lo que uno puede verse venir cuando se vive en un mundo de odio y violencia en el que uno desde luego intenta no echar más leña al fuego. Sí es cierto que aquí la poética se ha vuelto muy de confrontación, muy crítica con lo que está instaurado y la metáfora es más virulenta y más dura, porque el juego bufonesco implica estar muy cerca de ese teatro político”.
Reivindicación y autodefensa
“La dignidad es una palabra que nos ha movido a hacer esto viendo un mundo que se deshace. El mundo de la cultura cada vez se va deteriorando más por el comercio y esta era la trinchera donde nos metíamos, que es la trinchera no solo de Zaranda, sino de la gente que lícitamente defiende el arte, la cultura y los valores humanos contra los valores mercantiles”, desgrana el dramaturgo, que recientemente publicó Aquí yacen (dramatis personae), una “exhumación y reducción a restos literarios” de los personajes que han ido configurando el imaginario de la compañía en todos estos años.
Los artífices de elevar a símbolos o prototipos esos personajes son apuntados nuevamente por los focos. Regreso a la primera línea de batalla, vuelta a las maniobras teatrales casi subversivas en estos tiempos como refugio ante la que cae fuera. “Ha sido duro, pero aquí estamos otra vez, en la misma batalla de siempre, enfrentándonos a lo que venga”. Qué alegría reagruparnos (…) revivir nuestras hazañas. Habla el texto de Calonge, pero habla el sentimiento más profundo de Zaranda y sus estandartes. La palabra como mecanismo de reivindicación y autodefensa. La palabra, una vez más, como arma cargada de futuro. “Es verdad —apunta Paco— que el año 20 ha sido raro, pero ese distanciamiento ha sido bueno, ha venido bien, y el hecho de reencontrarnos de nuevo y ponernos a trabajar…, teníamos ganas”. “Es muy bonito cómo estamos trabajando ahora, nosotros solos aquí otra vez, más concentrados y libres. Con la dificultad de crear nuevos personajes, que eso sí que es una batalla, y poder sacar algo nuevo de ti”, apostilla Gaspar.
No sabían que nos quedaban fuerzas para librar otra batalla. Y otra batalla es un nuevo trabajo… “Hay que escuchar mucho al trabajo, falta poco para estrenar, pero hay tiempo suficiente para parar, sopesar escena por escena todo lo que estamos haciendo; ya conocemos el juego y el camino, pero todavía hay mucho juego por descubrir. Ahora estorbamos nosotros y hay que dejar que el trabajo salga”, insiste el director de escena jerezano, acostumbrado junto a su compañía al funambulismo de las artes escénicas, a la inestabilidad del arte en vivo.
Permanecer será nuestro modo de batallar a ese enemigo cobarde, reza otro momento de la dramaturgia. “Enemigos invisibles siempre va a haber, pero en estas circunstancias todo esto es como más real. Volvemos al trabajo sabiendo que no es tanto hacer más obras, sino como decía San Juan de la Cruz, más que hacer obras, hacernos desaparecer en ellas. Hay mucho ruido todavía dentro de nosotros, hay que ir limando”, plantea Quique, otro de los fijos en la vanguardia de Zaranda, tan ajena al triunfo, la fama y la taquilla, tan ajena a las modas que envejecen tan rápido. Premio Nacional de Teatro hace una década, el grupo encara este nuevo montaje tratando por enésima vez de buscar alternativas a lo que hay fuera.
“Para todo el mundo (la pandemia) ha sido una catástrofe, pero lo importante no es lo que ha pasado, sino lo que está por venir”, augura Eusebio. “Estamos completamente desarticulados por factores que no tienen nada que ver ya con el arte o la cultura, se va a intentar salvar cierto mercado donde los que tienen mejores cartas son siempre el poder y el dinero. El teatro de creación, que ya de por sí estaba desmantelado, tendrá una supervivencia dura a ese nivel. Pero eso va a generar también que haya menos complacencia por la gente que empieza a hacer teatro y que desde luego no quiere hacer musicales de Broadway, sino un teatro con más vigor y con más virulencia ante lo que pasa. El teatro siempre sale por otra parte y siempre tengo esa esperanza en la gente joven”.
Contra el teatro del “bostezo y del ocio”, contra el streaming y el teatro “de la tele”, un tema siempre recurrente en Zaranda: “La dignidad del hombre como ente espiritual que busca algo más en la vida que las posesiones materiales”. Tenemos un arma que no conocen: la dignidad. Otra declaración de intenciones de La batalla de los ausentes. Y en esta nueva batalla, más munición: “Está la poética de Zaranda pero implícitamente más bufonesca y tratando un tipo de teatro que, como ya tenemos edad, pues nos vamos por otro tipo de palos sin miedo. Somos conscientes de que, pase lo que pase, el teatro, el arte, siempre muere para renacer”. Un teatro social y político que demanda la vacuna de la tolerancia y la cultura como algo esencial, dice Gaspar, “contra el embrutecimiento y la bestialidad del ser humano”.
“Si no tiene la mirada del otro, el teatro no es. Es un arte que es aquí, en este instante, no trabaja en la soledad de quien lo pueda encontrar en el futuro"
Un teatro donde la desaparición del actor para que sea poseído por el personaje es algo tan consustancial como para el ser humano la muerte. “Tenemos que prepararnos para eso porque es natural”, incide Quique. Gaspar, en su construcción del personaje, recuerda lo que decía el cantaor salvaje: “Agujetas, cuando le preguntaban por cómo encaraba el cante, decía: abrir la boca y esperar que salga. Pues más o menos. Poner todo tu impulso para que dentro de ti brote algo distinto”.
"No sé lo que estoy haciendo —admite Paco de La Zaranda—, es una batalla conmigo mismo. Es un trabajo muy directo. Evidentemente tiene una carga social muy importante y muy directa, sin trampa ni cartón, pero no estamos tampoco hablando de nada concreto porque la sociedad que nos toca vivir es la sociedad que se está viviendo en el mundo. Particularmente me gusta verlo como una batalla que libras contra ti mismo. Y la batalla al final es la batalla de toda la gente que ha luchado por la dignidad”. En todo caso, advierte al finalizar el ensayo, “nos hemos encargado de memorizar textos, crear esos juegos escénicos que se dan en la obra, pero ahora llega el momento en el que nosotros nos tenemos que quitar de en medio. El que asista al trabajo, una vez más, verá lo que tenga dentro y lo que quiera ver".
La última palabra la tendrá el público. La batalla final continúa. Zaranda sabe que la guerra ni mucho menos está ganada. Conviene no bajar la guardia. La factoría jerezana del grupo echa humo estos días preparando artillería pesada para convencer a los escenarios de medio mundo de que solo la dignidad y la mirada instantánea del otro mueven al teatro. “Si no tiene la mirada del otro, el teatro no es. Es un arte que es aquí, en este instante, no trabaja en la soledad de quien lo pueda encontrar en el futuro. Si no trabajas para eso y para que eso sea un revulsivo, lo que está instaurado es ese nivel de teatro del ocio, de nuevos costumbrismos, un teatro completamente anquilosado y teatro del bostezo. Ante eso, la posibilidad de que vuelvan a aparecer generaciones de gente de teatro, no de actores o autores, sino verdaderamente gente que se entrega con su trabajo a la sociedad para hacer teatro”. Es sábado a mediodía en la nave. Cruza otro tren a toda velocidad. El escenario de trabajo tiembla como si cayeran bombas de racimo. Resistencia a pecho descubierto.
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