Un joven profesor que rechazó emigrar a Madrid para refundar la Antropología en Sevilla
Nos encontramos con Isidoro Moreno Navarro (Sevilla, 1944) en la plaza de las Angustias de Jerez, ciudad a la que ha acudido para presentar en el centro social La Yerbabuena una obra colectiva titulada El mañana está en nuestras manos, 50 razones y más para despertar. "Es un título bastante optimista, pero en cualquier caso el mañana no está escrito y el libro ayuda a entender ciertos problemas actuales, con algunos artículos referidos a Andalucía", comenta a lavozdelsur.es minutos antes de la entrevista.
Este sevillano, catedrático emérito de Antropología por la Universidad de Sevilla tras haber ejercido más de 40 años en la Hispalense, es uno de los intelectuales andaluces vivos que a través de la academia y de la divulgación no ha dejado de reflexionar sobre la historia e identidad andaluza desde distintos prismas.
En este libro lo hace de la colonialidad en Andalucía y América Latina —a la que prefiere llamar Indoafrolatina—, al considerar que hay una analogía, ya que con la conquista castellana se “ensaya” lo que luego sucede en América. "Somos una colonia interna", aclara, en referencia a la situación de subalternidad de Andalucía en España, que se aplica, a su juicio, de forma triple, a través de lo económico, de lo cultural y de lo político-electoral.
Activista, parte de la plataforma Andalucía Viva y de Asamblea de Andalucía, así como miembro fundador de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA), Isidoro Moreno no ha dejado su actividad social, cultural y política pese a estar a punto de cumplir los 80 años. Hace tan solo unas semanas, fue amonestado en una manifestación a favor de Palestina en la plaza de la Encarnación de Sevilla por un Policía que portaba una pulsera de un partido político ultraderechista. "No me sorprende, la responsabilidad la tiene el gobierno más progresista de la historia", ironiza sobre el incidente y la no derogación de la Ley de Seguridad Ciudadana, conocida popularmente como Ley Mordaza.
Bueno, no exactamente. Tuve un papel bastante central en lo que se puede llamar la refundación de la antropología en Sevilla, sí, pero aunque no sea muy conocido la antropología en Andalucía nació prácticamente muy poco tiempo después que en Inglaterra y Estados Unidos. La Sociedad Antropológica Sevillana se creó en 1869. Los primeros artículos de antropología los hicieron catedráticos de Historia Natural. De hecho, los primeros antropólogos eran naturalistas o gente del mundo del derecho. A partir de ahí, se desarrolló la disciplina, que en el caso andaluz el fundador fue nada más y nada menos que Antonio Machado Núñez, padre de Demófilo, y abuelo de los poetas Antonio y Manuel Machado. Yo defiendo que el pensamiento de Antonio Machado, el poeta, no es entendible ni se hubiera producido si no hubiera tenido como padre y abuelo a dos antropólogos.
Se les ha llamado folcloristas, pero el folclore pretendía ser una disciplina científica y académica, ya después eso se degeneró y el significado de la palabra derivó. En un principio, en el siglo XIX, el folclore como disciplina pretendía ser paralelo a la etnografía, es decir, una etnografía para pueblos no occidentales. Luego se desvió, siendo el folclore para clases subalternas de los propios países occidentales.
Con la Guerra Civil y con el franquismo, desapareció aún más. Curiosamente, fue la arqueología y en concreto la arqueología americana la que rescató la antropología. Tiene que ver con que en Sevilla estuvo de catedrático entre 1959 y 1967 el profesor José Alcina. Él era valenciano, después estuvo en Madrid y en Sevilla se quedó muy aislado, especialmente de la carcundia que había entonces de profesorado casi en excepción. Él era un liberal en el buen sentido de aquella época, que luego también vivió un proceso de izquierdización.
Claro, fue cuando yo descubrí la antropología, que eso no se sabía ni que existía, ni nos sonaba el nombre. Me topé con ella en la especialidad de Historia de América. José Alcina estudió en el Instituto-Escuela de Valencia, que formaba parte de la Institución Libre de Enseñanza. Luego estudió Filosofía y Letras y se formó en París en el Museo del Hombre, que es básicamente de antropología, y en México, muy en relación con los exiliados españoles. Por eso se interesó por reactivar la antropología, y unas cuantas personas entre las que yo me incluyo seguimos con esa línea. No nos ha ido tan mal.
El primer contrato que firmé como PNN —profesor no numerario— fue en octubre del 67, que coincidió que Alcina se fue a Madrid, a la Complutense. Él me propuso dos o tres años después irme allí, pero yo no quise cambiar.
Bueno, porque yo siempre he pensado así. Soy de aquí, soy andaluz y quería estar aquí. La antropología me parecía un instrumento especialmente interesante para profundizar en lo nuestro. Si hubiera estado fuera, no sería lo mismo. La cotidianidad también está presente en la investigación, es el laboratorio de las ciencias sociales, el campo, y si no estás ahí y solo vas de vacaciones y tal no podría haber hecho la mayoría de las cosas que hice: el estudio de las expresiones culturas andaluzas, la identidad histórica, cultural y política de Andalucía, etcétera.
Primero porque era mi barrio, y te llamaba la atención, ¿no? Y claro, era un fenómeno muy distinto al de ahora. Eran de masa, muy populares. Siempre había estado ahí, y al ser mi barrio, mi padre participaba, no había otra forma asociativa. Hablo de niños y jóvenes que a finales de los años 50 y a principios de los 60 estaban ahí. En aquel entonces, las cofradías eran bastante más independientes de la Iglesia, sobre todo esta, que no estaba en ninguna parroquia, sino en una capilla propia. Siempre entendí como antropólogo, y a medida que profundizaba en la antropología más, que los fenómenos rituales son absolutamente fundamentales para entender la sociedad y las identidades. A mí siempre me habían interesado las fiestas populares por su dimensión identitaria, cómo produce, reproduce, varía o hace desaparecer identidades colectivas dentro de nuestra sociedad, y también cómo se convierten o se pueden convertir en referentes de identificación de grupos sociales. Eso se aplica también al colectivo de andaluces en Cataluña. La nostalgia de no estar de fiesta un martes santo, sacar una mesa fuera de la iglesia y montar eso allí mismo.
"España es un maniquí sin vestido y hay que vestirlo. ¿Con qué se vistió? Con elementos de la cultura andaluza, a la cual vampirizan"
Creo y sigo creyendo que no se entiende nada de los fenómenos populares si la mirada sobre ello se enmarca en una determinada ortodoxia, tengan o no que ver con lo religioso. Para los que dicen esto es bueno, malo, fantástico o alineación pura y dura, en su esquema solo ven una dimensión de los fenómenos y así no se entiende casi nada. Tampoco se entiende el fútbol, que es un hecho social total, desde el punto de vista de la caracterización, tal y como decía el francés Marcel Mauss hace ya cien años. Son hechos y fenómenos multidimensionales, poliédricos.
Hombre, esa es una de las dimensiones centrales, entre otras. Cualquier fenómeno que sea mayoritario o que tire de mucha gente tiende a ser capturado por quienes tienen el poder para que identifiquen esos referentes rituales con el poder y apropiárselo. Una de las cosas que siempre he dicho que no es aceptable es el monopolio de interpretación por parte de los poderes, sea el eclesiástico, el político o cualquier otro.
Eso hay que ponerlo en relación con el intento de construcción del Estado español como nación. España no es una nación porque obviamente no tiene los requisitos. Es un Estado, un hecho de poder, donde hay distintos pueblos-naciones con sus culturas diferentes y con algunas lenguas distintas. Entonces, ¿qué pasa? Que cuando termina el Antiguo Régimen, ya con los Borbones, y pasamos al XIX se acentúa el intento fallido de seguir el modelo francés, centralista y etnocida en el sentido de hacer desaparecer o dejar al mínimo la diversidad cultural, que es la base también de la diversidad política. Hay pocos Estados-naciones, Portugal por ejemplo. El Estado es un hecho de poder y la nación es un hecho basado en la cultura y la participación de referentes identitarios comunes. En ese intento de construcción de España como nación, partiendo del hecho de poder del Estado, no existe ningún elemento cultural español porque no lo hay. Así, existen elementos castellanos, gallegos, vascos, catalanes, andaluces, etcétera. España es un maniquí sin vestido y hay que vestirlo. ¿Con qué se vistió? Con elementos de la cultura andaluza, a la cual vampirizan. Es una operación vampiro, que fagocita, haciendo que cosas específicamente andaluzas se desactiven, presentándose como genéricamente españolas.
La propia frase aquella de Manuel Fraga cuando era Ministro de Información y Turismo, “Spain is different”. Claro, “is different” con la cuestión andaluza, folclorizada en el peor sentido, pero andaluza. Ya lo denunció también Carlos Cano cuando dijo que la copla andaluza la habían convertido en canción española. Pero llega hasta a los nombres de los caballos. Cuando era chico recuerdo que hablaban de raza árabe andaluza y ahora ni se dice, es caballo español. Es la misma maniobra.
Aquí lo que funciona es el síndrome del colonizado, categoría que acuñó Frantz Fanon, una especie de síndrome de Estocolmo a nivel colectivo de la imposición de mirar con los ojos del que lo domina a uno mismo, aplicado también a nivel político. En las últimas décadas ese papel de colonia y ese síndrome del colonizado se ha acentuado todavía más porque hay un triple extractivismo: económico, cultural y político. En el económico hablamos de riqueza, o como yo prefiero decir, de bienes comunes andaluces, que se extraen y se llevan fuera, como en el caso de la agricultura; en el cultural es lo que hemos hablado, despreciándose y apropiándose de lo andaluz; pero también hay un último, el político-electoral, con sucursales de los partidos políticos de Madrid, a izquierda y derecha, que actúan como las compañías mineras, pero extrayendo votos. Aquí los que están son los manijeros, los delegados de esos partidos. Hay 61 diputados andaluces en el Congreso, y ninguno de ellos habla de Andalucía. Nos han adjudicado el papel de colonia interna y mientras eso sea así y se mantenga el síndrome del colonizado, ninguna aventura política irá a ningún sitio.
"Me espanta hablar de olas del andalucismo. Las olas van y vienen y son para los surferos porque no consolidan nada"
Eran cosas bastante imbricadas, sí. No teníamos ni idea, yo me topé con el marxismo a través de las lecturas de la universidad, y tratando y analizando me interesé por el andalucismo histórico, por Blas Infante, etcétera. Cuando yo era secretario general del PTA, el partido estaba roto en dos, unos que evolucionábamos hacia el nacionalismo soberanista andaluz y otros que eran más leninistas, incluso estalinistas, de la ortodoxia marxista. Esto se acentuó tras las elecciones de 1979, en las que encabecé la lista por la provincia de Cádiz al ser incompatible con el secretario general, que iba por Sevilla. Luego vino la unión con la ORT, que fue una estafa, y la creación por, nuestro lado, de un partido exclusivamente andaluz y marxista, que no se pudo mantener más de año y pico, pero con el que pedimos el no al referéndum de 1981 sobre el Estatuto de Andalucía, porque su contenido traicionaba las aspiraciones expresadas por el pueblo andaluz el 4D y el 28F.
Sí, pero luego llegó la traición al 4 de diciembre, ese Estatuto de Autonomía de 1981. Sin embargo, el que hay ahora —2007— es incluso peor, ya que está más recortado. Aquí se le ha seguido tomando el pelo a la gente y la situación actual es resultado de eso.
Hay gente que aprecio y con la cual tengo muy buena relación a nivel personal, pero me espantan cuando hablan de olas del andalucismo. Me espanta esa terminología porque las olas van y vienen, y no consolidan nada. Si consolidan a alguien es a los surfistas, que son para los que sirven las olas cuando rompen. Es su tiempo de gloria, luego los demás intentan recomponerse a ver si viene otra ola. Pero no, vamos a hablar en serio, hablemos de etapas y de cuáles son realmente los problemas. Las prisas son muy malas consejeras y aunque sea muy necesario porque las cosas están muy mal en Andalucía, con ellas no vamos hacia ningún sitio. La casa se construye por los cimientos, que es trabajar el tejido social, y luego el tejado, que es lo electoral, no lo que ha estado pasando. Si no se hace así y no se trabaja por abajo, no se consolida nada. En este mundo del espectáculo, en el que todo es comunicativo, lo que se sabe es lo que sale por los medios y redes.
Entiendo las buenas intenciones, pero el objetivo es estéril porque como digo, no se han trabajado los cimientos. Luego, si decides hacer un partido político, lo que no puedes es hacer es no presentarse a unas elecciones, como ha hecho Adelante Andalucía. Eso da pie a dejar vacío el espacio electoral que tenderá a ser cubierto por otros, sean bienintenciados u oportunistas, pero nuevamente estéril desde el punto de vista de los objetivos. No se puede pensar en qué hacer para conseguir un diputado, lo que hay que hacer es atraer y convencer a la gente, crear tejido social desde abajo. Si no se hace así, cualquier éxito electoral, caso de que lo hubiera, sería efímero.