De Pink Floyd a los cantes de Jerez
Creció de niño escuchando a Silvio, Camel, Pink Floyd y Triana. A los 10 años, aporreaba su primera guitarra con acordes flamencos y carnavaleros. A los 12, dejó su San Fernando natal para mudarse con su familia a Madrid, ciudad a la que destinaron en el trabajo a su padre. Allí se compró su primer disco, Volumen brutal, de Barón Rojo, y empezó a tocar, ya entrados los 90, por pequeñas salas junto a esa generación que pasó de los Urquijo a Quique González.
Se convirtió en un clásico en el cartel de la Galileo (catedral de esos artistas para inmensas minorías) y, tras muchos discos, bolos y noche madrileña, se bajó a vivir a Vejer de la Frontera, ciudad hermanada con la población marroquí de la que tomó su apellido artístico, Chefchaouen, la ciudad azul. Hace años que en su casa también suenan viejos cantes jondos de Jerez. Juan Carlos Sánchez Ceballos es el nombre oficial en el DNI del músico y compositor Carlos Chaouen. Un libro recopila desde hace años su ingente cancionero —Canciones, poemas y otros textos…— y es considerado por muchos como ‘artista de artistas’, influencia y correa de transmisión que parte de un alma musical tan ecléctica como libérrima. “La soledad es el precio de la libertad”, dice al otro lado del teléfono, en una conversación con lavozdelsur.es. Actúa este sábado (22.00 horas) en El Pelícano, en Cádiz. Junto a su banda, desgranará sus grandes temas y mucho de su último disco, Refugio, probablemente el reverso más rockero del cantautor.
Presenta su octavo disco, ‘Refugio’, ¿es más necesaria que nunca una guarida para protegerse del exterior?
No sé si ahora más que nunca, por los tiempos sociales que corren, pero estas cosas coinciden con los periodos individuales, como fue mi caso. El disco salió en febrero de 2020 y en marzo vino toda la locura de la pandemia, así que eso también le ha hecho replantearse a mucha gente algunas cosas. Es buen momento para empezar a pensar en qué nos refugiamos y cuáles son nuestros refugios auténticos.
Fue un disco casi premonitorio.
No se refería obviamente a la pandemia, pero viéndolo desde ahí, por sacarle algo positivo a estos casi dos años que hemos pasado, ha sido una buena reflexión.
Ha habido un tiempo de silencio de cinco años entre este último trabajo y el anterior. ¿Hasta qué punto es necesario parar?
A veces lo es. Sobre todo, en trayectorias largas como empieza a ser la mía. Porque inevitablemente, en todo lo que haces mucho, o durante mucho tiempo, empieza a haber rutinas, hábitos buenos y malos que uno no se da cuenta que va adquiriendo, y creo que son momentos de parar para ver lo que uno hace y por qué. Uno a veces se recrea a sí mismo y, a medida que atravesamos algunas etapas, es momento de ver por qué hacemos las cosas, desde dónde, con qué motivación… eso me pasó antes de ese disco y por eso tiene un sentido distinto a los anteriores.
¿Y cómo nacieron esas nueve nuevas canciones?
En general, voy componiendo sin pensar en disco, las canciones se van acumulando según las circunstancias y, al final, cuando uno graba, graba con las que está más contento, que suelen ser las últimas. En muchos casos, alguna buena se habrá quedado en el tintero. Tenía un porrón de canciones, al haber pasado tanto tiempo, por lo que ya las iremos grabando poco a poco.
"A veces, cuando nos reforzamos demasiado en nuestras convicciones, repetimos errores"
En su caso, al crear, ¿va antes la palabra o la música?
En mi caso suelen ir a la vez. Creo que no es común del todo, pero tengo ese hábito desde el principio de componer con la guitarra. A veces me cuesta cuando tengo solo una letra ponerle música, y lo contrario.
¿Cuánto daño ha hecho lo panfletario a la canción de autor?
En general, he procurado estar siempre fuera de los clichés. Demasiado lírico para los rockeros y demasiado rockero para los cantautores, pero bueno, los clichés a veces valen para organizar las cosas. Justo en el ámbito de la canción de autor esta cosa panfletaria ha hecho mucho daño, en el sentido de que ya cualquier cantautor era visto a través de los filtros del pasado. Mucha gente realmente no oía lo que hacía esa persona y que en nada tenía que ver, en muchos casos, con los cantautores de los 60. A lo mejor en el formato aparente, un tipo con una guitarra, pero no en el fondo.
Pero se ha insistido mucho en encasillar. Algunos en el movimiento de indignados echaban de menos algún himno protesta.
Claro, ese perfil cambió un poco desde mi generación. La protesta ahora la hacen otras músicas ahora, no la canción de autor actual. No está tan vinculada con la canción protesta, sino más bien con los mundos personales y las ensoñaciones personales. Y además hay mucha variedad musical, estamos más cerca del rock, del flamenco, de otras músicas…
¿Era una evolución lógica?
Al cambiar los contextos sociales es lógico. El contexto de los 60 no era el de los 90. La juventud hablaba de otras cosas. No sé si es bueno o malo tanta despreocupación por lo social, pero creo que es la realidad.
En la pandemia hemos vuelto a ver que, entre muchos sectores, la cultura ha sido de los que más ha pagado el pato.
Sí, lo hemos visto y lo seguimos viendo, no todo está al 100%. Las salas de conciertos siguen muy limitadas. No me sorprende, aunque me entristezca, que lo último sea la cultura.
Cantautor y psicólogo que hasta hace poco pasaba consulta. ¿De alguna manera ambas cuestiones están relacionadas, a la hora de indagar en el alma de los demás y ayudar a sanar desde la palabra antes que otra cosa
La psicología siempre me ha acompañado, era una pasión y seguí formándome, pero ahora no ejerzo. Es cierto que han sido dos vocaciones desde muy chico y de manera natural, me gusta como lo has descrito porque para mí son dos mundos que se tocan. La psicología, obviamente, se puede tocar con todo, pero desde la vía de introspección que trabajo tiene mucho en común.
"No soy tanto de hacer canción a nada concreto, sino de reagrupar las vivencias en torno a un tema; salen cosas de todos los lados"
¿Le ha llegado a inspirar la historia de algún paciente?
A nivel concreto, no, pero la inspiración al final surge de todo lo que te pasa cada día. De cómo uno vive las cosas que le pasan. No soy tanto de hacer canción a nada concreto, sino de reagrupar las vivencias en torno a un tema; salen cosas de todos los lados.
¿Ha sufrido mucho ‘bajonazo’ cantautor?
Yo qué sé, de joven por ejemplo no me gustan los cantautores. Crecí en el ámbito del heavy, pero ya cuando caí ahí fue cuando empecé a escucharles, exceptuando a Silvio, Aute o Ruibal, que eran los que oían mis padres. Pero no era una música que, en fin, fuera la mía o por la que llego a la música. Hay mucha variedad, hay ese sector quizás más cansautor, como dice la gente, pero dentro de mi generación todo eso es aparente, la música que hay detrás y el contenido. La motivación es otra si la comparamos con los cantautores clásicos.
Usted fue centrocampista zurdo con técnica hasta los 21 años. ¿Qué truncó aquella carrera?
(Ríe) En el fondo me cansé un poco. Juegan muchos millones de niños, y a muchos les pasó. Me gustaba mucho y no se me daba mal, pero a los 21, entre la carrera y la música, entrenar todos los días en Valdemoro me cansó. Ya con más de 40 empecé a jugar otra vez, pero ya el cuerpo no me daba y lo volví a dejar (ríe).
¿Es cierto que en Madrid se echan de menos los atardeceres de Cádiz y en Cádiz los de Madrid?
Yo llevo muchos años ya viviendo en Cádiz, en Vejer, y he pasado casi toda la vida en Madrid, y no echo de menos Madrid, aunque vaya asiduamente. Es verdad que los atardeceres y la luz de Cádiz lo notamos al entrar o al salir, pero también todo eso está ligado a la forma de vivir que hay en cada lugar.
Le he leído que habría que conocer más el Carnaval de Cádiz para reírse de tanta censura y corrección política en estos tiempos, ¿sabe que esa irreverencia también se está acabando?
Sí, claro, es algo que arrasa todo. En esta sociedad tan susceptible, donde siempre hay alguien ofendido, el Carnaval de Cádiz era lo opuesto a eso. Aunque como dices, y esta ola arrasa todo, pues también afecta a ese nivel. La gente tiene en el fondo miedo a ser libre, hay que tener demasiado cuidado con lo que se dice, y eso rompe no solo la verdad, sino también cosas como el Carnaval.
¿Hasta cuánto ha renunciado por ser libre? ¿No le parece carísimo esto de la libertad?
Es caro porque realmente a la mayoría no le gusta verse en entredicho. Esa mayoría opresora no lleva bien los actos de libertad y castiga para que nadie se salga de la norma. No sé, alguna vez hemos llegado a la conclusión que el precio de la libertad es la soledad. Hay que saber estar solo si quieres ser libre, sino vas a estar dependiendo siempre de los caprichos ajenos.
¿Esto significa que si uno quiere ser libre acaba empujado a un rincón más minoritario?
Mayoritarias no hay tantas cosas como la gente se cree, aunque todos las conozcan. Realmente, en todos los ámbitos, hay más y de mucho más valor en lo minoritario. Pero claro, eso exige que como espectador, oyente, público, lector, tienes que buscar un poco, no te puedes quedar con lo primero que te presenten.
¿Tiene más afianzadas sus convicciones con la edad o cada vez duda más?
Yo creo que algunas se refuerzan y otras, afortunadamente, se caen. Creo que es importante que algunas se caigan porque nos ayudan a crecer de alguna manera. Espero no perder esa apertura. A veces, cuando nos reforzamos demasiado en nuestras convicciones, repetimos errores. Hay que estar alerta con eso también porque, al final, todo está cambiando todo el rato.
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