Las tres patas (+1 ) de la misma mesa
En esta misma entrevista Joaquín Gómez-Canga Argüelles (Los Palacios y Villafranca, 1946) habla de las tres patas que soportan la recuperación de una persona que ha sufrido un ictus o cualquier otra patología de origen vascular: la familia, los médicos y el propio enfermo. Habla en general, porque en el caso de Joaquín, habría que añadir una cuarta pata: su tesón a la hora de ponerse delante del ordenador y, "con un solo dedo", como él mismo confiesa, ponerse a escribir, a hacer memoria de su memoria, historia de su historia. Y lo que empezó por pura terapia es ya una obra de siete libros en los que desgrana el origen de su familia y sus inicios en los negocios vinateros (que siguen en marcha), o en los que habla de todo lo que significó el ictus que en las vísperas del verano de 2006 a punto estuvo de terminar con él.
Pero no. Joaquín no iba a doblegarse. Por él y por su familia, por esas empresas que dirige (farmacia, ortopedia, bodegas, etcétera), tenía que ponerse en pie, apretar los dientes y seguir. Y lo consiguió. Salió adelante y firmó, si no su victoria —la recuperación no tiene línea de meta en estos casos— su compromiso de seguir apuntalando su éxito. Mientras tanto, sigue presidiendo el consejo de administración de sus empresas todos los martes por la tarde. Contra viento y marea de ese mar que conoce tan bien como ese velero que, cuando el tiempo es bueno, le permite navegar, respirar ese aire fresco que le da la vida que un día estuvo a punto de abandonarle.
Chárbel Makhlouf fue un religioso libanés que murió a los 70 años, en la Nochebuena de 1898, tras un accidente cerebrovascular del que nunca pudo recuperarse. Y es de este religioso de donde toma su denominación la clínica de rehabilitación que Joaquín Gómez-Canga Argüelles montó hace ya 13 años, y donde se trata a pacientes que vienen de toda la provincia de Cádiz, pero también de Sevilla y Málaga. Pacientes víctimas de daños cerebrales adquiridos, personas con algún otro tipo de grado de discapacidad que son atendidos individualmente por un equipo de 20 profesionales, entre fisioterapeutas y médicos.
La clínica Chárbel se puso en pie por el tesón de Joaquín después de que una noche del 6 de junio de 2006 la vida le cambiara o, mejor sería decir, le diera una nueva oportunidad, cuando sufrió en sus propias carnes el mismo accidente que tuvo el monje libanés al que nos referíamos al principio de este reportaje.
Joaquín Gómez-Canga es un hombre aparentemente serio, que fija su mirada en su interlocutor, como si lo atrapara: "Yo nací dos veces, volví a nacer aquella noche, pero lo tengo todo en una nebulosa. Apenas recuerdo que estaba en la UCI, que sonaban al fondo los pitidos de los monitores. No sé mucho más. Hubo jaleo de médicos corriendo, para arriba y para abajo, pero la verdad es que de los días que estuve en el hospital apenas me acuerdo", nos cuenta Joaquín con serenidad, sentado delante de una mesa de despacho desde donde no parece escapársele el menor detalle.
La clínica Chárbel esta situada en el Parque Empresarial de Jerez, un lugar por el que la circulación no es significativa, pero cuyo rumor desaparece por completo cuando se entra a su espacioso vestíbulo. Ahí el ambiente, a pesar de la iluminación y la amabilidad de sus empleados, tiene cierta densidad. Parece flotar en el aire a lo que se va allí, y aunque es un lugar de recuperación y esperanza, la verdad es que ver de primera mano los efectos que puede causar en una persona un daño cerebral —sea adquirido o de nacimiento— es sencillamente devastador.
"Cuando le dije a mis hijos que quería montar esto, me dijeron que estaba loco. Pero yo insistí. Y aquí estamos. En España hay una carencia brutal de este tipo de clínicas. Además de la de Jerez, hemos montado una en Málaga, y queremos llevar otra en Sevilla para el año próximo".
"Cuando les dije a mis hijos que quería montar la clínica me dijeron que estaba loco"
La red de clínicas Chárbel crece. Tampoco es de extrañar. Según el sindicato de enfermería (Satse), y según publicaba este periódico el pasado verano, el SAS tiene a un profesional de fisioterapia por cada más de 8.500 pacientes. La Organización Mundial de la Salud recomienda a uno por cada 1.000 habitantes. Es obvio que los números no cuadran, de modo que a cada persona que sufre un ictus o un accidente que imposibilite física o intelectualmente, se le suma la falta de atención o, cuando menos, una demora considerable.
Pero no todo es una cuestión de medios, también de voluntad. Eso Gómez-Canca lo sabe muy bien: "Es una suma de todo. Esto es una mesa de tres patas. En el momento que falla una pata, la mesa se cae. Una pata es la familia, otra los profesionales que cuidan al enfermo, y, por último, el enfermo. El enfermo a veces no tiene conciencia de lo que está haciendo. Para eso están los profesionales: para decirle lo que tienen que hacer y además hacerles ver que tiene cura lo que padecen.
"A veces el enfermo no tiene conciencia de lo que está haciendo"
Cuando Joaquín comenzó su recuperación y la clínica Chárbel ni siquiera existía en estado embrionario, el nuevo paciente tuvo que hacer, no solo ejercicios de recuperación física, sino mental. Valga una muestra muy gráfica de lo profundo del oscuro pozo al que Gómez-Canga fue a caer. Nos explica que tuvo que aprender a leer y a escribir, a empezar de cero: "Yo sabía las letras que tenía mi nombre, pero no sabía el orden. Escribía con la mano que no había utilizado antes", nos explica Joaquín, que habla sereno, pero con un deje de emoción.
Mientras el dueño de la clínica nos muestra las instalaciones y charla con lavozdelsur.es, entran pacientes y familiares a las salas de rehabilitación. Las caras reflejan hastío o cansancio en los enfermos, agotamiento en los familiares. No es fácil, todo lo contrario. Tras esa entrada silenciosa y algo desdramatizada por la sonrisa del personal que trabaja allí, hay historias que solo quien empuja la silla de ruedas u ofrece su brazo como apoyo conoce: horas de soledad y de incertidumbre, de dolor y de un padecimiento del cuerpo y el alma que los médicos del centro saben tratar.
"Aquí no hay un fisio para 20 personas. Se les atiende individualmente, y cuando algún paciente da unos pasitos para atrás, me llaman. Yo me siento a su lado y les hablo de cómo llegué a estar y de cómo estoy ahora. Eso les reconforta y les ayuda", nos dice a una altura de la charla en el que el muro emocional de Joaquín evidencia alguna que otra grieta.
"Aquí se atiende individualmente, no hay un fisio para 20 personas"
Entramos en una sala que parece del futuro. Pero, en ciertas cosas, el futuro es hoy. Joaquín se sienta delante de tres enormes pantallas de ordenador que van unidas. En sus manos hay un volante —Joaquín conduce con casi total normalidad— y nos explica que ahí se evalúa si el paciente puede o no volver a coger un coche. "No solo eso. Se está haciendo un estudio sobre estas y otras cuestiones muy interesantes cuyos resultados saldrán a la luz en breve", asegura Gómez-Canga.
Luego salimos al exterior. Joaquín saluda al personal y a algunos pacientes. "Vengo aquí a diario y los conozco a casi todos. A los niños los traemos por la tarde. Tienen que ir al colegio que es donde mejor están", asegura.
Cuando vamos a despedirnos, le pregunto que con qué se queda de todo lo que ha vivido. Los ojos adquieren un brillo especial, en la frontera de la fe y el agradecimiento, que bien podría ser el pensamiento de quienes depositan en aquel lugar todas sus esperanzas: "De toda mi vida me quedo con Julia, mi esposa", dice. Pero el muro no se derrumba, a pesar de todo.