La modestia de un grande
A Juan Carlos Pérez López (Torreperogil, Jaén, 1962) todo el mundo lo conoce en el mundillo literario como Torreño, porque a pesar de llevar más de cinco décadas viviendo en la capital hispalense, no olvida su tierra de Jaén, a la que homenajea continuamente en sus relatos, bien describiendo sus paisajes o resucitando a vecinos que quedaron en su memoria.
Tanto quiere a su pueblo como su pueblo lo quiere a él. Hace unos años protagonizó el pregón del carnaval, y durante mucho tiempo la foto en el balcón del Ayuntamiento, poco antes de salir delante de todos los vecinos, fue portada de su perfil en Facebook. Una imagen que, sin hablar, lo decía todo de un hombre volcado con el pueblo que lo vio nacer, pero también con las clientas de su peluquería, sus amigos, que son legión, y, por supuesto, con la pasión por la literatura que le ha dado ya casi doscientas alegrías. Y las que quedan.
Pues ha sido una sensación agridulce, porque en principio me declararon finalista, pero por una irregularidad del relato ganador por parte del autor, que infringía las bases, me declararon ganador. Y es agridulce porque no le gusta a nadie que le quiten un premio a un compañero de letras, aunque si incumple las bases... Por otro lado es una satisfacción muy grande porque escribir este relato ha significado mucho a nivel personal, porque es un homenaje a través de la historia a mi padre y su pandilla de amigos; y también un guiño muy sentimental a mi hijo, que también aparece en el relato.
Realmente la peluquería ha sido un lugar de inspiración, porque las clientas me han contado en petit comité cosas muy personales que han pasado a mi memoria, que han pasado al archivo memorístico que usamos los escritores cuando escribimos nuestros relatos. Ni que decir tiene que les pido permiso para poder pasar las historias al papel. También, cuando he estado en la peluquería, cuando ha habido huecos, pues han surgido historias, bien porque me las hayan contado las clientas y otras que han salido 100% de ideas mías.
Las dos cosas. Es fuente de inspiración y fuente de información. Depende de cómo se sinceren las clientas contigo. Alguna vez he dicho que las clientas forman parte de mi familia, y como tal, tienen en mí una confianza muy grande y me cuentan cosas que, a veces, no le han contado a sus familiares más cercanos. Y yo, como buen confesor, me guardo esas historias.
"Las clientas forman parte de mi familia"
Los premios los entiendo como un reconocimiento a lo que hace el escritor. Pero no se puede fiar la vida a los premios literarios, porque hay muchos escritores muy buenos, mucha competencia diaria. ¿A nivel personal? Los premios literarios nos dan la oportunidad de que nos lean lo que escribimos, porque, al menos, se supone que el jurado que tiene nuestros relatos se los van a leer y los va a valorar. Cuando te llaman y te dicen que has ganado y que a lo mejor has superado una criba de 700 relatos, realmente es una satisfacción muy grande, un orgullo. Pero que no puede uno fiar la vida a eso, porque las grandes editoriales tienen su nómina y es muy difícil acceder a esa zona. Al menos con los concursos tu literatura se vuelve más democrática, es decir: la puede leer muchísima más gente.
Sí hombre. Yo siempre lo he dicho, que todos los relatos tienen que buscar su jurado. Un matiz en un relato puede inclinar esa decisión a que ganes o no ganes el concurso. Lo importante cuando se participa es colarse en la final. Ahí yo, como jurado que he sido, interpreto que mis gustos personales tienen un peso importante a la hora de valorar. Que no debía de ser así, pero influye mucho la empatía, los gustos, aparte de la calidad de la obra en sí.
"Todo el mundo piensa que lleva un escritor en su interior, y esto, lamentablemente, no es así"
Bueno. Yo entiendo que habiendo tantísimos premios literarios con tan buenos premios, todo el mundo piensa que lleva un escritor en su interior, y eso lamentablemente no es así. Desde luego hay que tenerle mucho respeto a los que participan, porque han dedicado su tiempo, pero hay que reconocer, nos guste o no, que no todos están a la altura para ganar un premio literario. Hay calidad y no hay calidad, contar una historia no es lo mismo que hacerlo con calidad, con oficio y con sentimiento, que contarla como el que cuenta un chiste.
Eso es porque las editoriales han sido muy listas, porque hay una ilusión muy grande por parte del escritor; vamos a llamarle escritor porque escribe, no porque sea un buen escritor, de ver publicadas sus obras. Yo he ido a algún certamen literario para recibir un premio y he podido comprobar que ha habido gente que se ha recorrido 700 u 800 kilómetros solo para recoger un diploma, por el mero hecho de que le van a publicar el relato. De esas fuentes han bebido las editoriales: de la ilusión que tiene la gente por ver editadas sus obras. Pero eso no le convierte en buenos escritores.
Ser escritor trasciende mucho más allá de escribir algo. Ser escritor significa transmitir tu experiencia y eso no es escribir rápidamente. Los buenos escritores están en los que saben transmitir ese legado de emociones y sentimientos, no en publicar lo que se escribe.
Entre relatos normales, cartas de amor y otras cosas, tengo 800 archivos disponibles.
A veces, cuando repaso los archivos para mandar el relato que sea a algún certamen, pocas veces me acuerdo. Soy un padre que conoce a todos sus hijos, pero que algún detalle se le escapa.
Yo, desde luego, no escribo con pies de plomo. Escribo lo que me piden mi corazón y mi cabeza. En lo políticamente correcto, como nos sometamos a ella, estamos limitando nuestra creatividad. Hay que escribir con libertad.
(Risas). Pelar a un cliente o a una clienta es quitarle lo que le sobra de la cabeza, y yo cuando me pongo a escribir saco de mi cabeza los demonios que me sobran. Al menos en mi caso.