Luces, sombras y mensajes del más allá
Hay una línea que separa lo cierto de lo incierto o lo falso; de lo creíble y lo inverosímil. Eso depende, no solo de lo que se cuente, ni de cómo se cuente: también a quién. Y es justo dependiendo de quién le cuente uno según qué cosas, lo que determina el grosor de esa línea. Pero esta charla no trata de poner en solfa la credibilidad de nadie, ni mucho menos convencer a quien no crea. Para unos, el contacto con el más allá, con las personas que se fueron, mediante la intervención de una médium, vidente, o como se le quiera llamar, es un hecho. Para otros, simplemente, son cosas imposibles. Llámese, si se quiere, excentricidades o directamente, farsa.
Todo esto, y según se desprende de la charla, a María Eslava (Jerez, 1969), no es algo que le preocupe de ninguna manera. Y eso que aunque tiene el poder (ella lo llama "pesadilla") desde que era una niña de dos años, no fue hasta hace siete, cuando entendió que ya no podía ocultar por más tiempo aquello que empezó con un murmullo al oído y terminó por ser una comunicación directa con los difuntos. Pero no es solo eso. Hay más, mucho más, que se desvela en esta entrevista, donde la autora de Visiones y mensajes del más allá (Editorial Titanium, 2016) y La luz de las almas perdidas (autoedición, 2021) nos cuenta la realidad de eso que se niega a llamar don.
Sirva como ejemplo un caso del que este redactor fue testigo en primera persona: "Algo gordo va a pasar en España en los próximos días", nos dijo María Eslava, sin aspavientos ni teatralizaciones, a mí y a un par de personas más que estábamos con ella con motivo de la grabación de un programa radiofónico. A la semana ocurrieron los atentados en Barcelona que costaron la vida a 13 personas. Esto es solo una muestra. En La luz de las las almar perdidas (toda la recaudación por la venta del libro fue al comedor social de las Hermanitas de los Pobres del Salvador) se detallan muchos más casos.
Pues ha sido bastante traumático, aunque, como dices, es solo al inicio. Mi libro consta de varias partes y no está escrito a la manera que lo hace un escritor al uso. Yo no soy escritora. He plasmado mis experiencias paranormales desde que tenía cinco años. Entonces, no es que yo haya escrito una novela o un libro, es que he escrito parte de mi vida. Imagínate una niña que empieza a ver cosas y a sentir cosas que los demás ni ven ni sienten.
"En mi cuarto veía sombras y me visitaba gente que no conocía"
A mis padres. Mi madre decía que yo con dos años señalaba cosas que ella no veía. Pero es verdad que lo peor fue cuando tenía cuatro o cinco años. En mi casa éramos nueve hermanos, yo soy de las más pequeñas. Mis hermanos fueron los que sufrieron esos gritos que yo daba, igual que mis padres. Y no sabían ayudarme. Yo les contaba que en mi cuarto veía sombras y que me visitaba gente que yo no conocía.
Me llevaron al médico y la explicación "científica" que me dieron fue que tenía anemia. Recuerdo que me mandaron unas inyecciones que dolían muchísimo, pero que obviamente no sirvieron para nada. Pero la ayuda que mis padres me pudieron dar fue llevarme al médico cada dos por tres. Pero yo seguía viendo cosas y cada vez con más frecuencia.
Con cinco años mi madre me llevó al hospital de Mora, en Cádiz, a visitar a mi abuela. Allí fue donde escuché a un muerto por primera vez, porque yo con unos cuatro años escuchaba ruiditos, pero luego ya empecé a entender. Estando en la habitación escuché a una mujer que me pidió que la siguiera. Me salí de la habitación y mi madre no se dio cuenta porque estaba pendiente de su madre. Me puse a andar por un patio grande interior, todo de mármol, por los pasillos, mientras la voz me decía "sígueme, sígueme". Cuando entré en la habitación, había un banco de cemento donde colocar los ataúdes. Allí sentí un tirón del brazo y mi madre me sacó de allí. Esa primera voz me llevó a un mortuorio.
Exacto. Es que esto no es una novela donde te inventas un lugar, unos personajes. Para mí esos son los verdaderos escritores: aquellos que son capaces de inventarse todo eso, incluso ciudades o pueblos que no existen. Lo mío son experiencias paranormales.
Yo a esto lo llamo así, para nada es un don. Desde pequeña hasta una edad adulta ha sido un trauma, y hasta hace siete años no he hecho público nada. Era un secreto que yo tenía.
"Yo a esto no lo llamo don, lo llamo pesadilla"
Pues un error al enviar un mensaje. Se lo mandé a un compañero, Manolo Collado, arquitecto de la oficina donde trabajo, y me llamó muy sorprendido porque estaba contando unos detalles en ese mensaje de alguien de la que teóricamente yo no tenía que saber nada: su madre, que había fallecido recientemente. En cierto sentido me liberé. Encontré un hombro sobre el que llorar. Él me animó a que yo escribiera el libro. Me regaló un libro, Señales del otro lado de la vida, y a raíz de eso entendí que lo mío tenía que saberse, lo tenía que contar.
Yo siempre lo llamaré así. Es verdad que desde que yo me abrí a este tema he ayudado a muchísima gente. Y soy incapaz de cobrar a alguien que viene buscando una médium que le ponga en contacto con un familiar fallecido. Para eso tipo de cosas no he cobrado nunca, jamás. Y me llaman de todas partes. Lo que ocurre es que he perdido a mi hermano hace un mes y no estoy para recibir a nadie.
Me he encontrado con muchas personas que no me creen, incluso me han preguntado si me he inventado las historias. No es así. De hecho he tenido que pedir muchísimas autorizaciones a muchas familias porque muchas personas forman parte de cada capítulo del último libro. Yo empecé a escuchar ruidos, luego a entender lo que me decían. Fue un proceso lento, desde los cinco años hasta la edad que tengo ahora. No es una cosa que me haya pasado de la noche a la mañana.
Sin duda, las premoniciones. Yo las tenía y me las callaba. Pero llegó un momento en que no podía más y empecé a contarlo. Cuando yo le digo a mi marido, a mis hijos, que va a morir un familiar mío, me dicen "tú estás loca, ¿qué dices?". Con mi marido llevo 40 años y no ha sabido todo esto hasta hace 14 o 15 años. Yo se lo dije cuando le adelanté el fallecimiento de un familiar mío. Tuve la visión de madrugada, se lo dije a mi marido a las doce de la mañana, y a las cinco de la tarde murió mi hermano de un infarto. Es imposible saberlo con antelación.
De la bruja Lola a Anne Germain
La RAE define la palabra "médium" como "persona que supuestamente puede ponerse en comunicación con el espíritu de un muerto". Lo de "supuestamente" va en el diccionario. No es un añadido a nuestro antojo, y aunque el libro de consulta de la Academia de la Lengua no tenga ninguna autoridad científica, ese adverbio ya condiciona en cierto modo la creencia de quien busque la definición. Pero es que "bruja", en su segunda acepción de la RAE en femenino, es "una mujer que parece presentir lo que va a suceder". "Supestamente, presentir...". Cada uno que saque sus conclusiones.
La televisión, y ahora también las redes, están plagadas de videntes, médiums —aparquemos lo de bruja— que, previo pago de una cantidad —no después, curioso, ¿no?— son capaces de adivinar lo que va a pasar, mediante las cartas del tarot, o dicen al que llama preguntando por un familiar fallecido, si el difunto del que quieren tener noticias está en paz o no.
"En la televisión hay muchos timadores que se lucran, y hay programas que han demostrado que esas personas están mintiendo. Pero también es cierto que hay gente que no sale en la pantalla y ayudan sin ningún ánimo de enriquecerse", dice Eslava.
Aunque la famosa bruja Lola y sus velas negras, y la británica Anne Germain quedan ya bastante lejos en el tiempo, todavía son innumerables las cadenas y los canales de intenet que ofertan poder saber el futuro u ofrecer la posibilidad de comunicarse con los seres queridos ya desaparecidos. Se hace desde tiempos inmemoriales y ahora, por supuesto, se sigue haciendo.
En todo negocio, obviamente, hay un interés económico. Eso no admite debate alguno. Pero si lo que se hace es por ayudar a quien lo pide sin esperar ni exigir nada a cambio —como es el caso, entre otros, de María Eslava— debe tener de todos, al menos, el beneficio de la duda.
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