Por bandeja una paleta de colores (o unos rotring)
Maribel García Mateos (Jerez, 1970) se mueve tras la barra del restaurante Roneo, en la calle Porvera, con sigilo. Con la sala llena de comensales no pierde comba. Sabe lo que tiene que hacer y lo hace con premura, pero sin descomponerse. Con su chaleco negro y la camisa blanca impolutos, Maribel pasa las duras horas que exige un trabajo así, elegante y discreta; tanto que solo después de algunas visitas al sitio pude descubrir el oficio que guarda no sin celo, tal vez un poco acogotada por ese miedo escénico que tanto inquieta a los artistas.
"No sé", me contesta cuando le propongo una charla para este periódico. Modesta, pero con las ideas perfectamente claras, la artista jerezana afirma que se siente más dibujante que pintora, pero que el oficio, y sobre todo el arte, lo mantiene presente mientras sirve una copa de oloroso o una cerveza.
He sido facilona, facilona, (risas).
Mi primer libro fue de arte, el primero que compré, con diez años, en una papelería de barrio, en Los Naranjos, pero cuyo nombre no recuerdo. En casa me dediqué a mirarlo, a ojearlo. Y me encantó. A partir de ahí, toda mi vena artística me empezó a gustar, tanto la moda, la pintura, la escultura...
No, no. El arte en general, me encantaban las películas, el vestuario que podía verse, la fotografía, que también estudié. También me apunté en la Escuela de Arte, pero no lo hice en artístico, sino en técnico, pero como no he sido una gran estudiante, porque he sido un culo inquieto, no me dediqué a la pintura. Esa fue una actividad tardía. Hasta los treinta y tantos no ejecuté propiamente la pintura que hago. Aunque más bien debería decir que soy más dibujante que pintora.
"Compré mi primer libro de arte con diez años"
Diferentes cosas, pero es que, para empezar, yo he dedicado mucho más tiempo al dibujo que a la pintura en sí. Tampoco he tenido mucho tiempo, y tampoco he dedicado demasiado tiempo, pero la práctica pone en marcha la maquinaria para que funcione bien.
No, nunca, nunca. De hecho miro a muchos galeristas, pero creo que veo tanto artista grande que me abruma bastante. Me gusta mucho la ilustración. Es lo que más me gusta. Hay muchos libros ilustrados, como los de Guillermo Pérez Villalta, autor que me encanta.
Picasso me encanta, pero es que Modigliani, también, Eduard Hopper, lo mismo, me gusta mucho. Y sí, utilizo varias técnicas.
Lo veo. Lo veo en las luces. En el público que viene a comer. Pero es que en cualquier parte se encuentra un cuadro, solo hay que mirar. A mí me gusta ir a la playa y estoy viendo un Sorolla. También puedo verlo.
"En cualquier sitio se encuentra un cuadro. Solo hay que mirar"
La mañana. Yo por la noche, a dormir.
Mi momento, un papel en blanco, el material y mi creatividad.
Sí, Nunca he copiado. Y si lo hago es para practicar, pero soy creativa al cien por cien.
El rotring y la tinta china. Me encantan. Pero no hago solo el rotring, lo hago mixto. Mezclo varias técnicas. Por ejemplo, el rotring con el pastel, el acrílico. Es mío. Bueno, mío, mío, no. Yo creo que todo el mundo hace experimentos como cualquier otro artista que empieza a experimentar.
Síííí (se ríe). Hay un montón. Y sufro con la mentira, sufro con el que se queden con nosotros, pero entiendo también que los artistas tienen ese punto de locura. Al llegar al top hacen cosas que no son normales, como un lienzo blanco con un lunar negro, y te dice que esto es el Universo. Hay ciertas cosas que algunos se lo pueden permitir.
Cuando me encargan algo, cuando me veo en el compromiso de hacerlo así, sí. Otra cosa es que lo haga para mí, entonces no siento ninguna presión. En el primer caso, me da un poco de miedo la crítica, a lo mejor.
Me hace ser más exigente. Depende de cómo me coja, seré más exigente en la ejecución o el resultado. A veces preciso limpieza, otras necesito trabajar de manera más informal, dejándome llevar, sin agobiarme. Incluso me da igual que se ensucie. Es algo que ha surgido, da igual.
Yo creo que tiene que ver. No es un tópico. Los colores, los temas. Claro que influye.
Lo de la hostelería es mi modo de ganarme la vida. Y me encanta, además, mi trabajo. Se trabajan muchas horas. Es normalmente los fines de semana, que es cuando la gente sale a divertirse mientras tú estás ahí, trabajando. Pero me gusta. Sobre todo porque hay arte, al menos aquí, en Roneo. No me gustaría trabajar donde no hay arte, un supermercado o un restaurante donde ponen mierda. Es que no podría ejecutar bien el trabajo.
¡Hombre, claro! En los platos, en la composición de las mesas, en sentar a una persona. Ver a esa persona, mirarla a los ojos. Decirle lo que hay. Todo eso es arte.
A veces pienso: ¿no seré demasiado egocéntrica si lo hago?
Es un recerlo que tengo con mis cosas. Miedo. Miedo a que no estoy preparada. Miedo a estar demasiado expuesta. Ya lo estoy siendo una persona que trabaja de cara al público, cumpliendo las normas. Tengo miedo escénico.