De Alemania a Jerez para triunfar en Madrid
Daniel Jiménez (Wiesbaden, Alemania, 1986), más conocido por su apodo artístico, Melón, tiene sangre hispano-germana y muy artística. Su madre, alemana, es pianista clásica y su padre, jerezano, guitarrista flamenco. Desde pequeño vivió dando palmas con su progenitor y aprendió todo lo relativo a este arte a caballo entre Jerez y Madrid. Aunque ingresó en el conservatorio no pudo acabarlo, pero su inquietud le llevó a entablar relación con numerosos artistas, llegando a crear su propio grupo musical y embarcándose en grandes aventuras con personalidades como la Niña Pastori. El pasado 21 de septiembre publicó su nuevo álbum, Ecos de Magerit, donde recuerda todos los rincones de Madrid en los que ha vivido y el pasado flamenco que allí ha podido vivir.
De los chicles melón que tanto me gustaban de pequeño. Los demás chicos me llamaban "Melón" y hoy en día casi nadie me conoce como Daniel.
Antes no me gustaba, pero me tuve que acostumbrar. Al final en el mundo del flamenco tenemos un supermercado entre apodos de frutas, verduras, pescados... Y yo soy uno más (risas).
Desde que era un niño. Teniendo un año nos vinimos a Jerez y poco después nos mudamos a Madrid. Estuve yendo y viniendo y en ambos sitios estuve muy cerca del flamenco. Lo primero que aprendí fue a marcar el compás en una mesa. Mi padre toca la guitarra y daba clases en Madrid. Él me colocaba las manos, me enseñó a cantar por soléa, por tientos... La raíz viene de él. Recuerdo que le daba la falseta a sus alumnos en un walkman y me llamaba para hacer el compás en la mesa.
Pues gracias a mi padre aprendí a controlar el ritmo. Creo que ese es mi punto fuerte y, cuando controlas el ritmo de todos los palos, tocar es más fácil.
Fui al conservatorio pero no lo pude acabar porque comencé a trabajar. Al final mi formación ha sido muy autodidacta, todo lo he ido aprendiendo de oído.
Algo que tengo pendiente es aprender a leer partituras con soltura. Mi lectura actual es bastante mediocre y no me gusta porque mi madre toca el piano y eso lo maneja a la perfección. De pequeño recuerdo que sabía leer algunas partituras, pero con el paso del tiempo he perdido ese hábito y me gustaría recuperarlo.
La verdad es que comencé muy pronto. Con doce años empecé a dar clase en Amor de Dios, en Madrid, con La Tati, una maestra de baile muy conocida allí. Posteriormente, cuando nos mudamos al barrio de Cascorro, uno de los más flamencos, estuve muy cerca de los Habichuela, los Carbonell, los Morente... y creamos un grupo que se llamaba Química, en el que hacíamos música fusión estilo hip-hop flamenco y tuvo bastante éxito... yo me creía que era de los Backstreet Boys en aquella época. También me iba a ver a Ketama que tocaba con músicos de todas partes y al final esa mezcla musical me influenció mucho. Y un día me fui a Latinoamérica con la Niña Pastori. Yo tenía 16 años, estábamos en el estudio y nuestro productor, que era quien iba a hacer la gira con ella, nos dijo que no podía ir. Y me apunté a irme con ella. Es lo más gordo que he hecho y aprendí muchísimo.
Desde ese momento empecé a colaborar con artistas como Antonio Carmona o con Anoushka Shankar, con quien estuve de gira por todo el mundo e interpreté su disco 'Traveler' en el que intenta hacer un encuentro entre el flamenco y la música india.
Sinceramente, no sabría definirlo. Yo parto de la base del flamenco pero tengo la base clásica de mi madre y la influencia de otras músicas que he podido experimentar en primera persona. Tengo la versatilidad de haberme acoplado a todo lo que he tocado, pero me gusta que suene lo más flamenco posible.
Para empezar que estoy muy contento por la buena acogida que ha tenido y lo mucho que le ha gustado a mis compañeros. En este disco hago un homenaje a todos los rincones de Madrid en los que me crié y donde he crecido artística y personalmente. Al final, Madrid, antiguamente llamada Magerit, tiene una relación muy fuerte con el flamenco y a su vez ambos con el mundo árabe. Los artistas que despuntan en el sur acaban pasando por Madrid. Aquí es donde se juntan todos y aunque ahora están cerrando muchos sitios emblemáticos sigue siendo una referencia. Los temas son muy personales y, además de mencionar los lugares icónicos de mi infancia y adolescencia, también se rinde homenaje a grandes artistas como Ramón Montoya, a quien le dedico la rondeña titulada Gato Montoya.
He podido contar con tres colaboraciones de lujo. Uno de los temas, titulado Benavente, lo interpreto con el gran Carlos Benavent. Es un privilegio estar con esta institución andante. Por otro lado, tengo una rumba que toco con mi pareja, Clara Wong, en la que utiliza la flauta bansuri, de origen indio, para generar ritmos muy parecidos al flamenco y por último, El Piraña colaboró conmigo para elaborar una bulería. Él es un peso pesado de la percusión, así que me siento muy afortunado de haber podido contar con él.
Hoy en día la gente está muy pegada a los móviles. Los tiempos están cambiando y los canales de comunicación también. Lo que tenemos que hacer nosotros es evolucionar con ellos, acceder a las redes sociales sabiendo que a través de ella nos pueden escuchar en Noruega o en Hawaii, pero siendo conscientes de que el flamenco es un género más minimalista, poco comercial y sin obsesionarnos con que nos den ocho corazones o ninguno.
Comentarios