Ha hecho de la simpatía un oficio. Es el techo español del agrado. Entre la Cámara de Comercio de Cádiz y la calle San Francisco, apenas cien metros, tiene que parar para hacerse unas quince fotos con gente de todas las edades, para saludar a otros tantos admiradores, gaditanos y turistas. Le sale. No se cansa ni se incomoda. Lleva 40 años así. Parece que podría estar 40 días seguidos todavía, sin molestarse.
La afabilidad de gigante debe de ser natural. Nadie podría interpretar tanto un personaje. Más que tener muchas salidas, las conoce todas, las ha inventado. Ha perfeccionado cada respuesta, cada chiste, para cada ocasión. Ha entrenado la réplica como tuvo que practicar el gancho y el bloqueo ciego. Si le dicen “qué alto eres” responde “es que usted me mira con buenos ojos”. Si alguien le suelta que es del Barça dice “ya tienen lista la vacuna, no sé si de Pfizer o de Moderna”.
Nadie le quita la sonrisa de esa cara grande situada allá en lo alto, bajo un pelo tupido y ya completamente cano. Fernando Romay Pereiro (La Coruña, 1959) pasó por Cádiz este miércoles para participar en el ciclo ‘Aprender de la experiencia’ sobre la importancia de compaginar capacidades, intereses, ilusiones y herramientas de los más jóvenes y los más veteranos.
La Cámara de Comercio de Cádiz, con Ángel Juan Pascual al frente, organizó la cita junto a ‘65ymás’, publicación digital especializada en el sector denominado senior. Ana Bedía, su directora, y el delegado de la Consejería de Sostenibilidad, Medio Ambiente y Economía Azul, Óscar Curtido, completaron el cuadro de honor.
El protagonista absoluto fue el legendario pivot de 2,14 metros que siempre arrastra una invisible medalla de plata, la de Los Ángeles 1984 ganada frente a Michael Jordan, junto a Epi, Martín, Corbalán, Jiménez, Solozábal, Iturriaga… La generación que hizo popular el baloncesto por primera vez y ya para siempre.
"Veníamos a Puerto Real cuando estaba Barroso, un tipo singular y vehemente: madridista, currista, castrista y artista"
Ese deporte le ha familiarizado con Cádiz. Desde que le tocara parte del servicio militar en San Fernando y fuera acogido en los días de descanso por la familia Goenechea Domínguez en la Plaza de España: “Todavía me acuerdo de la carne al caramelo que hacía Ninfa Domínguez, la matriarca”. Luego volvería mucho a Puerto Real, a esos torneos de verano, a las competiciones en las que Cibona o Partizán, en plena guerra de los Balcanes, adoptaron la Bahía de Cádiz como cancha local. “He leído que el pabellón de Puerto Real está cerrado, en remodelación. Espero que el equipo de gobierno que entre ahora lo termine. Veníamos cuando estaba Barroso de alcalde, un tipo singular. No conozco a ningún tipo más vehemente en todas sus pasiones: madridista, currista, castrista y artista”.
Veteranos y noveles
Atiende amable a la entrevista interrumpida otras seis veces para fotos o saludos. “Faltaría más” es su respuesta cada vez que le preguntan. Acaba de terminar una charla de esas que se podrían incluir en el universo coaching, en la divulgación y la motivación. Centrada en la necesidad de unir en las empresas el potencial de los más jóvenes con el de los mayores, sin despreciar a los primeros por frágiles, soberbios ni mimados o a los últimos por desfasados, quemados e inútiles.
“Yo creo mucho en las sinergias bidireccionales. Tan importante es que los jóvenes no crean que el mayor de 60 está obsoleto y no trabaja igual que él como que los mayores no digan del joven que es impetuoso, inexperto, que aquí se hace lo que yo digo porque tengo la experiencia. Lo esencial es la comunicación. En estas charlas insisto mucho en la comunicación, en los beneficios de llegar a una entente cordial. Los buenos equipos se hacen uniendo a los diferentes, aprovechando las características de cada uno de ellos, no juntando a iguales”.
Desde ese punto de vista, rechaza los clichés y prejuicios dirigidos a la juventud de 2023. “Que si generación de cristal, que si ninis, que no quieren trabajar ni tienen ilusión... nada de eso. Tienen la misma ilusión que tuvimos nosotros a su edad y la misma que podemos tener ahora los mayores. Habrá gente sin ilusión, claro, pero a cualquier edad. Y se trata de intentar incentivarles, no de darles la espalda”.
"Yo soy un discapacitado. Cuando llegué al Real Madrid tenía suspendida la gimnasia en el colegio. Me decían que era torpe"
Durante la charla, en un patio lleno de público veterano pero con una veintena de veinteañeros, llegó a definirse como “discapacitado” cuando una monitora le preguntó cómo adaptar esos conceptos intergeneracionales de formación y aliento a sus alumnos. “Yo soy un discapacitado. Cuando llegué al Real Madrid de baloncesto, con 16 años, no me aprobaban la gimnasia en el colegio, la tenía suspendida. Me decían que era torpe”.
Unos meses después, relata, “resulta que encontraron una forma de que fuera útil, de que hiciera algo bien, el baloncesto. Todos somos discapacitados para algunas cosas y capacitados para otras. Hay que encontrarlas con el diálogo, mucho diálogo, preguntando y escuchando. También diciéndole al compañero que estamos mal cuando estemos mal, cuando no podamos con un trabajo, cuando dudemos. Para que sepa que nos pasa a todos, siempre”.
A sus 64 años, “en septiembre los cumplo, tres meses después que Epi”, tiene una perspectiva propia sobre la necesidad de reunir a las generaciones: “La generación del baby boom se va a jubilar y va a dejar un gran hueco porque somos un huevo. Los jóvenes, en número, no son tantos. Las generaciones posteriores no tienen tanta gente. Igual hay espacios que no van a poder completar. Son muy pocos. Así que pueden tirar de los que ya estaban, de los mayores. Siempre y cuando esos mayores quieran seguir trabajando. En algunas profesiones muy físicas no es posible, qué sé yo, un bombero, un camionero, pero en un administrativo, en un analista o en un profesor sí”.
Después de salir de la cancha, con 31 años, ha ejercido de comentarista y presentador en televisión, ahora es directivo de la Federación Española de Baloncesto, conferenciante. Asegura que nunca se ha sentido arrinconado por edad. “Me retiré cuando aún podía jugar uno o dos años. Tuve la suerte de decidirlo yo. Cuando nos vamos de una empresa solemos creer que nos debe algo, que han sido injustos, pero es la experiencia de ese trabajo lo que nos llevamos, ese bagaje laboral e intelectual. Tienes que saber que tienes autoritas y potestas. La autoridad no te la quita nadie porque va contigo. La potestad, la capacidad o posibilidad de hacer algo depende también de otros, de qué momento vives. Si te dan la opción de hacerlo, no hay ningún conflicto. Cuando te la quitan, pues a otra cosa, te llevas tu autoritas a otro sitio" concluye con una sonrisa, claro.
Delibasic, Jordan, Sabonis, Jokic y los pioneros
Dos copas de Europa, siete Ligas, cinco Copas del Rey y aquello de Los Ángeles. Para cualquier adorador del baloncesto, de cualquier lado del Atlántico, es imposible resistir la ocasión de preguntar a Fernando Romay por la actualidad deportiva: "Veo mucho, mucho, claro. Las semifinales de Liga con Madrid y Barça, esta semana, ha sido lo último pero estoy muy encima. Me sigue encantando el baloncesto".
Cuando llega a Cádiz, hace 48 horas que los Denver Nuggets se han proclamado por primera vez campeones de la NBA. Lo han hecho gracias a un "grande", a un "presunto torpe" que "juega como un pequeño por muy alto que sea". Después de años de dominio de bajitos, malabaristas o asombrosos atletas como Jordan, Kobe, Le Bron o Curry, ahora es otra vez un pívot, un center, un gigante lento el que se convierte en idolo. Es Nikola Jokic, serbio. "Siempre digo que hay jugadores buenos, muy buenos, magníficos, la rehostia y, por último, los que cambian este deporte. Jokic es uno de los que lo cambia pero siempre hay que recordar a los pioneros".
Su experiencia le ha permitido jugar y convivir con maestros: "Petrovic era Delibasic mejorado pero Mirza fue el primero, el que inventó jugar así, con ese tiro maravilloso. Lebron puede parecer Jordan mejorado atléticamente pero Michael fue el primero, cambió, abrió camino. Nowitzki, Gasol, Jokic, cada uno mejor que el anterior pero hubo uno antes que lo inventó todo: Arvidas Sabonis. Y eso que un médico que vino de Estados Unidos a examinarle dijo delante de mí, al acabar de mirarle: a ver, mi conclusión es que tiene un pie operable y el otro, amputable. Pues aún así creó una manera de jugar distinta, nueva. Un grande que juega como un pequeño. Hay que dar valor a los pioneros".