María Romero es hija de una de las víctimas del fatídico accidente del pesquero ‘Dolores de Gomar’, que sufrió en 1972 el abordaje de un buque de la Marina y que costó la vida a cinco marineros. El Estado apenas tapó la negligencia con un donativo para las viudas
Los hombres de la mar son hombres rudos, de manos agrietadas, de salineras maneras y de golpes de faena. Pero si los hombres de la mar están hechos de una pasta especial, de qué pasta están creadas las mujeres de los hombres de la mar. "Son madres y padres", comenta con nostalgia María Romero, hija de la mar que un día sufrió lo que se sufre cuando se navega por los mares de la tragedia.
Corría el año 1972, fue un buen año de pesca en Barbate. La flota constaba de un buen número de barcos que poco a poco se iban modernizando, dejando atrás los viejos faluchos que todavía rondaban por la desembocadura del río, en el barrio de la Chanca. Desde el año 1961, los barcos empezaron a descargar la pesca en la Albufera, en el nuevo puerto construido siguiendo proyectos de los años 30 y que se hacía realidad para bien de la industria pesquera. El nuevo edificio de la lonja del pescado era más amplio que el anterior y había más posibilidades para la distribución del producto a través de los camiones que salían para los mercados. Tras el verano, los barcos seguían trabajando a destajo frente a las aguas marroquíes, cerca de Larache. Cuando la pesca había sido buena, los barcos aprovechaban la jornada y algunos en vez de volver cuando le tocaba, mandaban la pesca con otros compañeros, encargando costo para el regreso.
Pasaron 21 días del noveno mes de aquel año, una joven de doce años acudía junto a su madre a despedir a su padre, José Romero con una “hasta el sábado”. Y así estaba previsto, cuando dos días después, el José Galindo, un pesquero de Barbate, se llevaba la pesca del barco del mismo armador, Dolores de Gomar, pidiendo "23 kilos de pan para seguir sus faenas pesqueras". Contaban los testigos de aquel momento, que "el tiempo era bueno y el mar estaba en calma, hasta el punto que aunque había distancia se veía perfectamente la línea de costa". Decidieron quedarse más tiempo a faenar.
Sobre las 14:30 horas, parte de la tripulación estaba dedicada al descanso, entre otros el patrón de pesca, Antonio Domínguez González; mientras que los demás se hallaban con sus aparejos pescando "con el barco fondeado y las máquinas paradas". Un cuarto de hora después, divisaron a lo lejos cómo una silueta se acercaba a ellos con velocidad. Se trataba del buque de la Armada Conquistador, que había partido desde Valencia e iba por la ruta del Cabo Espartel, hacia el puerto de Casablanca. Debido al buen tiempo, la velocidad se mantenía en 13 nudos, con régimen normal de máquinas siendo la orientación al rumbo verdadero 212. Justo en la misma línea donde se hallaba el Dolores de Gomar, cuyos marineros comenzaron a percatarse del asunto y a hacer señales al buque de la Armada. Llamaron al capitán, que se hallaba descansando en su litera, y con banderas, pitos, ropas y toda clase de elementos comenzaron a hacer señales.
Según cuenta la sentencia, el capitán del Conquistador se hallaba en ese momento descansando, pero el buque “cayó a babor”, por lo que los tripulantes del barco barbateño se relajaron. No obstante, cuando ya estaba a cien metros, el barco volvió a la misma línea donde se hallaba el pesquero fondeado y “colisionó en plano perpendicular al costado de estribor”. Este hecho provocó que toda la tripulación, 18 marineros, se fueran al agua, siendo rescatados algunos por el resto de pesqueros que estaban alrededor. Pero la fatalidad quiso que cuatro no pudieran ser hallados, recogiendo solo uno, ya yacente.
María Romero cuenta que volvía de escuchar misa en el cementerio, junto a su madre, María Rodríguez. En la entrada del pueblo, a la altura de la actual rotonda de los Reyes Católicos, se encontraron con unos familiares que le dieron la noticia que algo le había ocurrido a José Romero. Sin concretar más, todos corrieron hacia el puerto, lugar donde ya empezó a llegar la gente sin apenas información de lo que había ocurrido. Por las emisoras de radio de los barcos, la información se trasladaba a puerto y desde aquí a los organismos competentes, para dar cuenta de lo acontecido y de las atenciones sanitarias que se precisaban.
"Mi madre entró en shock y yo recuerdo que solo hacía preguntar por mi padre", relata María, que ahora, 45 años después, cuenta con suma tristeza cómo fueron aquellos trágicos momentos. María era hija única y tenía, según cuenta, mucha admiración por su padre. “Como estaba en la mar, lo veía poco, así que cuando venía siempre estaba con él”. Pero ese “hasta el sábado”, no se hizo realidad. Ese sábado, 23 de septiembre de 1972, los barcos que rodeaban el Dolores de Gomar fueron tras el Conquistador para avisarle de lo sucedido. El Dolores de Gomar pesaba 77 toneladas y medía 19,30 metros de eslora. El Conquistador, 2.036,53 toneladas 76,55 metros de eslora. El destrozo fue patente. Radio Nacional de España daba la noticia y el corresponsal del momento realizaba una alocución precisista, comentando la valía del patrón, algo que hicieron todas las crónicas dejando constancia las palabras de los testigos. Antonio Domínguez, tras saltar al agua, "hizo un esfuerzo titánico logrando salir a flote entre los restos de la naves y con importantes magulladuras. Nadó hasta alcanzar una balsa cerrada y con sumo esfuerzo abrió al mecanismo, cogió los remos y alcanzó a sacar del agua al menos a dos tripulantes". Luego, se desplomó del esfuerzo.
Desde la conocida como Primera Punta, había gente esperando en el puerto de La Albufera. Hasta que fueron apareciendo los barcos, entre ellos el Torregracia, que fue el encargado de traer a los supervivientes. La tristeza se apoderó del pueblo y las madres, volvieron a llorar. Antonio Rodríguez Manzorro, de cuerpo presente, fue la única víctima hallada en las aguas del Mediterráneo. Mientras, quedaban sepultadas bajo el mar las almas de Pedro Varo Romero, Antonio Núñez Quiñones, Manuel Núñez Roca y el anteriormente citado, José Romero Guerra.
El sepelio al día siguiente fue multitudinario. En la iglesia San Paulino se celebró un responso "donde no cabía un alfiler", después de haber traslado el cuerpo desde el barrio del Zapal, donde residía Antonio Rodríguez. Al día siguiente, el lunes 25, la ceremonia “por el eterno descanso de las víctimas del naufragio” se tuvo que celebrar en la lonja del pescado, donde acudieron más de 3.000 personas, según las crónicas de la época. Entre familiares, compañeros y vecinos, se hallaban personalidades como el gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, Luis Nozal López; presidente de la Diputación Provincial, Antonio Barbadillo y García de Velasco; comandante militar de marina de Cádiz, Ricardo Jara Serantes; delegado provincial de Trabajo, José Antonio Pérez de León; delegado provincial del Instituto de la Marina, Felipe Peña Vázquez; subjefe provincial del Movimiento, Moisés Arrimadas Estaban; así como el propio alcalde de Barbate, Diego López Barrera. Con esta relación se deja constancia de la relevancia que tuvo el asunto.
Al poco tiempo, las viudas recibieron un donativo por parte del Ministro de Marina y desde el Instituto Social se ponían en contacto con ellas para hacer todo posible para pulir las responsabilidades cuanto antes. “Mi madre y yo nos quedamos solas y durante varios años no recibió prestación alguna”, según la hija del fallecido. Fueron años duros en la casa donde todavía residen, unas casas de régimen social que posteriormente pudo ser comprada por la familia. Eso sí, no sin antes tener que dar “cientos de vueltas para que dieran a mi padre por fallecido”.
Y es que, a pesar de llevar más de 20 años desaparecido, José Romero no constaba como fallecido cuando fueron a hacer efectiva la compra de la propiedad de la vivienda (en el año 1997). “Nadie nos daba solución, hasta que gracias a que estuvimos en las oficinas de la Armada en San Fernando pudieron ayudarnos”, cuenta la barbateña, que junto con su marido, Antonio Fernández, ha tenido que pasar nuevamente por el mismo trauma. Cuentan que el hombre que les atendió, sin saber precisar el rango, se sorprendió de “la miseria que le habían dado a las viudas”, por un suceso tan trágico. Una negligencia que costó la vida a cinco personas y dejó marchita a sus familias.
Todavía hoy, los recuerdos hacen emerger las lágrimas de María que, motivada por el programa Aparejo que organizó la Diputación de Cádiz y que tenía como pretensión, ente otras cosas, poner en valor el patrimonio intangible, la experiencia de la gente de la mar, volvió a comentar lo que había pasado con tan solo doce años. “Me concedieron una beca para irme a estudiar pero no pude porque no quería dejar sola a mi madre, que lo pasó muy mal”, algo que le correspondía, incluso formar parte de un cupo en las bolsas de trabajo del ISM, según los certificado que poseía.
“Me concedieron una beca para irme a estudiar pero no pude porque no quería dejar sola a mi madre, que lo pasó muy mal"
Tanto es el dolor, que aún hoy le cuesta trabajo bañarse en la playa y mucho menos montarse en un barco. Incluso comenta que por aquellos años la vistieron de luto riguroso medio año y el otro medio, más aliviado, pero que todavía tiene marcado esa imagen tanto, que no lo más oscuro que se pone es una prensa azul. “Hoy día pasa algo y te atiende divinamente, pero entonces no había nada y menos para gente como las que aquí vivían”, personas humildes, con baja formación y que la pena nos les hacía ver más allá de lo que los gobernantes de entonces les querían “donar”.
“Conseguir el certificado de defunción de mi padre es muy costoso a día de hoy y nos resulta imposible económicamente”, a pesar de poseer todos los escritos posibles, el libro de familia que demuestra con quién estaba casado su padre y los testigos que dan fe de su pérdida en el mar. Su madre -que ha sido madre y padre-, no tiene lugar donde llorar a su padre dentro del Cementerio, pero sabe que los recuerdos no deben borrarse nunca y deben ser contadas con todo el respeto, para que las historias evitables no vuelvan a suceder. Los enjuiciados por aquel siniestro fueron condenados, los que más, a seis meses de arresto absoluto. Y Barbate volvió a sumar una tragedia en el mar –tiempo antes fue la del pesquero Joven Alonso y Rey de los niños- que, por desgracia, no sería la última desde aquel septiembre de 1972.
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